“Somos sólo una pequeña rama del árbol de la vida”

Cuando se habla de Derechos de la Naturaleza, Cormac Cullinan salta a la luz como uno de sus exponentes más importantes a nivel mundial. El abogado de Ciudad del Cabo en África del Sur explica por qué ve la desobediencia civil como una medida para defender la naturaleza y de qué manera el movimiento contra el cambio climático está vinculado a la lucha contra el apartheid*

18 de septiembre de 2019. – “El cambio climático no es el problema, es el síntoma de una estructura social que hemos construido”. Cormac Cullinan dijo esta frase durante el Simposio Internacional sobre Derechos de la Naturaleza en septiembre del año pasado en Quito. Había hecho un largo viaje desde Ciudad del Cabo hasta la capital ecuatoriana para discutir con docenas de otros representantes del movimiento de Derechos de la Naturaleza y para festejar los diez años de la Constitución de Monte Cristi, la primera a nivel mundial que considera a la Naturaleza como sujeto. 

Cormac Cullinan, que tiene nacionalidad irlandesa y sudafricana, ha asesorado a más de veinte gobiernos por cuestiones jurídicas ambientales y ha participado en la preparación de varios informes de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). Actualmente dirige en Ciudad del Cabo un bufete de abogados especializado en comercio ambiental y ecológico. También es miembro de la junta directiva de Global Alliance, una red mundial de organizaciones e individuos que promueve los Derechos de la Naturaleza.

Al margen del encuentro en Quito, Cormac Cullinan se tomó un tiempo para responder algunas preguntas de mutantia.ch. Y como sus respuestas siguen vigentes, decidimos publicarlas a 11 años de la Asamblea Constituyente. 

 

En su exposición, usted dijo que las leyes representan el ADN de la sociedad. ¿Qué quiere decir con eso?

El ADN controla la reproducción de un organismo, o sea: Cuando un organismo se reproduce, la estructura del ADN de los niños, por ejemplo, es similar a la de sus padres. Este mecanismo también puede ser transferido a nuestro sistema legal. Para cambiar las estructuras existentes, la Asamblea debe elaborar una ley. Pero si nada cambia, el ADN -en este caso, nuestro sistema legal vigente- seguirá igual y llevará a que la sociedad se desarrolle como lo ha hecho hasta ahora.

 

O sea, ¿los cambios dentro de nuestro sistema legal implican procesos largos? 

Los cambios son lentos y los cambios radicales en general son difíciles. Tomemos, por ejemplo, los Derechos de la Naturaleza: modificar concepciones y prácticas relacionadas a estos derechos es muy difícil dentro de un Estado con un ordenamiento jurídico que sólo toma en cuenta los derechos de las personas y de las empresas. Un ADN no se puede cambiar tan rápidamente. 

 

Sin embargo, usted sugiere que nosotros, como sociedad, deberíamos apuntar justo a eso, ¿verdad? 

Sí, porque para un cambio fundamental en la sociedad, su ADN debe cambiar. Esto puede hacerse a través de una nueva constitución o de nuevas normas sociales, por ejemplo, cuando las personas toman conciencia de que hoy en día no son aceptables los patrones de comportamiento del pasado. Al generarse esta conciencia, se modifican los comportamientos sociales y ello, tarde o temprano, lleva a formular nuevas leyes.

 

Centrémonos en el sistema legal. ¿Cómo una sociedad puede rediseñar leyes del pasado originadas y vigentes desde hace décadas?

Cuando escribí el libro Wild Law (“Ley salvaje”) en 2002, abordaba exactamente esta cuestión. Nuestras leyes hoy en día siguen legitimando la explotación de la naturaleza. Los gobiernos otorgan concesiones mineras que permiten la explotación de minerales y nadie puede detenerlas. Pero, ¿qué pasaría si diseñamos un sistema legal donde nos aseguremos de que los seres humanos desempeñan un papel importante dentro de una comunidad que incluye a otros seres vivos y no sólo a estos seres humanos? Algo como “los buenos ciudadanos dentro de una comunidad ecológica”. ¿Qué pasaría? Pues tendríamos una formulación fundamentalmente distinta del sistema jurídico que nos llevaría a crear otras leyes más coherentes con los derechos de la naturaleza.  

 

Buenos ciudadanos dentro de una comunidad ecológica. ¿Qué Estado-Nación se podría amigar con una idea así?

Probablemente muy pocos. Por ello, el impulso debe provenir de la sociedad civil. He estado trabajando durante más de diez años para construir movimientos sociales lo suficientemente fuertes como para impulsar cambios importantes. Un hecho que actualmente nos está movilizando es el deterioro de las condiciones ambientales. Cada vez tenemos más desastres ambientales y el cambio climático es cada vez más evidente. La gente está empezando a aceptar que los sistemas legales existentes no son suficientes para abordar estos problemas. Por eso también están más dispuestos a cambios fundamentales.

“Un juicio erróneo es legislar suponiendo que sólo son importantes los seres humanos y cualquier otra cosa que sea un recurso útil para ellos”: Cormac Cullinan durante el Simposio Internacional sobre Derechos de la Naturaleza, realizado en septiembre del año pasado en Quito.                          FOTO: Hugo Pavón/Universidad Andina Simon Bolivar


¿Considera la desobediencia civil como una opción?

Antes de ser abogado, era activista contra el régimen del apartheid. En ese entonces yo estaba estudiando derecho y dentro del aula discutíamos si había una obligación moral de obedecer la ley sólo porque era una ley. Rápidamente me di cuenta de que esto no podía ser verdad. Si observamos las grandes luchas por los derechos humanos, la lucha contra el apartheid, la lucha contra la esclavitud o la lucha por los derechos de las mujeres, podemos ver que todas ellas tuvieron que infringir las leyes existentes como acción necesaria y única para que se produjera un cambio. En la sociedad sudafricana siempre se dijo que las leyes crearon el apartheid. Pero estas -como ahora- sólo podían ser modificadas por el Parlamento y tenían lugar dentro de él. Ahora, si esperábamos a que los cambios en Sudáfrica ocurrieran por iniciativa de los parlamentarios, ¡nunca se habrían producido!

 

Porque sólo los blancos tenían derecho a votar…

…y porque el Parlamento representaba sus intereses y no los de la mayoría negra. Sin embargo, con los años, se ejerció una presión cada vez mayor sobre el gobierno, combinada con la desobediencia civil. Ello condujo finalmente a que el gobierno negociara directamente con el Congreso Nacional Africano, cosa que no era nada común.

 

¿En qué sentido?

Imagina que el cambio fluye normalmente a través de una tubería, y que la tubería está representada por el Parlamento. En el caso del apartheid, este tubo no sólo fue bloqueado en algún momento, sino que fue eludido y nuevas vías se abrieron. La sociedad había acumulado mucha presión. Ahora nos encontramos en una situación similar respecto de las cuestiones ambientales. Las leyes internacionales, con sus instituciones y mecanismos, simplemente no son capaces de tomar medidas suficientes para contrarrestar fenómenos como el cambio climático. Por lo tanto, debemos abrir nuevas vías.

 

Es decir, ¿la desobediencia civil como herramienta indispensable para la defensa de la naturaleza?

Indispensable y necesaria. Pero no es la única herramienta, ya lo mencioné antes: si se unen suficientes personas que ya no están de acuerdo con el comportamiento del mainstream y en su lugar empiezan a actuar de acuerdo con sus propias normas, esto con el tiempo conducirá a los cambios correspondientes. Por lo tanto, si se construye un nuevo sistema paralelo al existente, el antiguo no necesariamente tendrá por qué ser combatido. Y si a la final lo nuevo es mejor que lo existente, mucha gente se va a sumar. 

 


“Lo que me resulta importante es la actitud de no pintar todo de negro.
Ninguno de los grandes logros de la historia se hubiera dado
si la gente hubiese adoptado esa actitud”.


 

La desobediencia civil conduce inevitablemente a la confrontación con el ordenamiento jurídico existente y, por lo tanto, también con el mainstream. ¿Cómo puede ser legitimada?

Examinemos los derechos humanos: podemos hacer uso de ellos porque somos seres humanos. Son más fuertes que cualquier otra cosa en nuestro sistema legal. Sin embargo, cuando se trata de la naturaleza, las cosas son diferentes. Nuestro sistema legal obedece a los argumentos de la propiedad privada. Esto significa que los activistas ambientales que realizan acciones directas en territorio se convierten en delincuentes y tienen que enfrentarse a demandas judiciales, por ejemplo, por daños a la propiedad o por el acceso no autorizado a la propiedad privada. Debemos tener en cuenta que cualquiera que quiera hacer valer los derechos de la naturaleza expresa a la vez su preocupación por los derechos humanos que van por delante de los derechos de propiedad y que, por lo tanto, son más fuertes. Mirando desde esta perspectiva, los activistas ambientales no son otra cosa que luchadores por la libertad: defienden los derechos fundamentales. El propietario privado, que los restringe contra los intereses de la mayoría, se convierte en un proscrito.

 

Pero en los tribunales, los activistas ambientales no tienen ninguna posibilidad con estos argumentos.

Ahora mismo no, pero son los argumentos que tenemos que poner en juego. 

 

Así que, finalmente, ¿se trata de derechos universales, ya sea dentro o fuera de las estructuras del Estado-Nación?

¡Sí! Nuestra especie está pasando por el mismo proceso evolutivo que cualquier otra cosa creada en este planeta. Por supuesto, todos hemos tomado caminos diferentes. Pero si decimos que tenemos un derecho a existir y, por lo tanto, un derecho a la vida porque nuestra especie se ha convertido en parte de este planeta, entonces lógicamente este derecho también debe aplicarse a todos los demás seres vivos. Sin derechos de la naturaleza, no habría derechos humanos en absoluto. 

 

¿Tiene un ejemplo?

En un país seco como Sudáfrica, tenemos una constitución que, a diferencia de otros países, no consagra el derecho a la vida. Pero de todos modos, si no tienes agua, tampoco importa el papel en el que se dice que tienes “derecho a la vida”: morirás igual. Cualquiera que quiera agua debe proteger el bosque y los derechos de los ríos. En general, todo el ciclo del agua debe ser protegido, porque de él dependen nuestras vidas. (Pausa) En última instancia, nosotros, los humanos, somos sólo una pequeña rama del árbol de la vida. El pretender tener derechos sin considerar los derechos del árbol es algo absurdo.

“Si no tienes agua, tampoco importa el papel en el que se dice que tienes ‘derecho a la vida’: morirás igual”: Cormac Cullinan sobre la falta de agua en Ciudad de Cabo, Sudáfrica. La foto muestra a habitantes de un suburbio de Ciudad de Cabo, esperando poder cargar agua potable de una fuente.                                                                              FOTO: qz.com


Uno de los puntos centrales en la discusión sobre los derechos de la naturaleza es verla como un sujeto y no como un objeto. Para usted como abogado, ¿por qué es tan importante esta distinción?

La razón principal es que nosotros, los humanos, nos aferramos a creencias que son científicamente falsas. Por ejemplo, yo no creo que las personas sean el centro del universo. Tampoco creo que seamos la especie más importante. Si, por ejemplo, se exterminaran las lombrices de la faz de la tierra, las consecuencias para nuestro ecosistema serían mucho peores. Un juicio erróneo es legislar suponiendo que sólo son importantes los seres humanos y cualquier otra cosa que sea un recurso útil para ellos.

 

Con eso todavía no ha respondido a la pregunta.

Personalmente me siento obligado a defender los derechos de la naturaleza porque, como sudafricano blanco, crecí en el apartheid y vi el daño que se puede generar en un sistema jurídico injusto, tanto para los oprimidos como para los opresores, por ejemplo en términos de moralidad. Si en una sociedad sólo vale un pequeño grupo de personas y este grupo tiene derecho a explotar a todos los demás, y si ello está legalmente legitimado, entonces no se puede hablar de justicia. Los principios del apartheid son los que aplicamos a la naturaleza hoy en día. Los seres humanos nos consideramos superiores y, por lo tanto, explotamos a lo que yo llamo la comunidad de la vida, esa comunidad cuyo bienestar depende del todo, no sólo de nosotros, los humanos. Aquellos que viven en un ecosistema equilibrado llevan una vida sana. Pero a la larga no habrá gente sana en un planeta enfermo.

 

Si, como especie, no somos capaces de reconocer la relación entre la vida humana y la naturaleza, tampoco vamos a ser capaces de percibirla como un sujeto.  

A mí me influenciaron los textos de Thomas Berry, un monje de los Estados Unidos que escribió muy buenos libros sobre filosofía ambiental. Uno de los puntos que mencionó repetidamente fue que el universo no es una colección de objetos, sino una comunidad de sujetos. Se trata de una comunidad interconectada de seres que están continuamente relacionándose entre sí. 

 

¿Similar a aquellas comunidades indígenas que hasta hoy conviven de esa manera? 

La historia de la humanidad muestra que durante milenios vivimos como aún lo hacen esas comunidades: hombres y mujeres eran sólo una parte de los seres con quienes interactuábamos. Nos percibíamos a nosotros mismos como una comunidad. Aquellos que querían ser respetados y prosperar tenían que respetar ese principio. Ello cambió cuando empezamos a ver nuestro entorno como un objeto. La montaña ya no era sólo una montaña que apreciábamos por su belleza, sino que empezamos a considerarla como un objeto que podíamos explotar según nuestro gusto. De esta manera, comenzamos a humillarnos a nosotros mismos. Mientras no percibamos nuestro papel como seres humanos y nuestra responsabilidad asociada en la comunidad de la vida, no podremos ser completamente humanos.

 

Eso suena más a un líder indígena que a un director de un bufete de abogados en una ciudad grande. 

Los humanos somos parte de este planeta y debemos vernos como un elemento dentro de un organismo más grande, como una célula en el cuerpo. Una vez modificada esta percepción de la vida, nuestro interés ya no estará en la explotación y la codicia, sino en contribuir a la salud del gran todo. Esa es la perspectiva que las comunidades indígenas no han perdido y eso ahora marca la gran diferencia. 

 

¿Tiene esperanza?

A veces es difícil mantener la esperanza, especialmente cuando leo informes científicos sobre nuestro cambio climático y sus consecuencias. No sé si nuestra especie sobrevivirá. En primer lugar, lo que me resulta importante es la actitud de no pintar todo de negro. Ninguno de los grandes logros de la historia se hubiera dado si la gente hubiese adoptado esa actitud. Tenemos que hacer lo que creemos que es correcto y esperar que la naturaleza nos ayude.

 

*El apartheid (1948-1994) era un sistema de segregación racial, organizado y aplicado por la minoría blanca de Sudáfrica y Namibia. Los negros eran considerados inferiores y no tenían derecho a votar durante las elecciones presidenciales, por ejemplo.

 

 

Texto: Romano Paganini

Foto principal: Abogado y activista: Cormac Cullinan durante una pausa del Simposio Internacional sobre Derechos de la Naturaleza en 2018 en la Universidad Andina, Quito. (Alejandro Ramirez Anderson)