El juego, la plata y la montaƱa

 Claudia vive con su familia en el Cerro Rico en PotosĆ­. La vida cotidiana minera a 4’500msnm contada por una niƱa de ocho aƱos.

Hace poco uno de los mineros manoseó a mi hermana, tres aƱos mĆ”s que yo. AhĆ­ salió mi mama corriendo desde nuestra casa y gritó hacia Ć©l. Ā”AndĆ”te y deja en paz a mi hija! Desde entonces no le hizo mĆ”s nada. Sin embargo tenemos que tener cuidado en la montaƱa, no solo por los hombres que muchas veces estĆ”n borrachos. TambiĆ©n tenemos que estar atentos de los carros con los minerales que corren frente a nuestra choza. En estos momentos agarro la pelota porque no quiero que caiga por la montaƱa o aĆŗn peor que se rompa. Espero hasta que vuelquen las piedras al camión y que entren de nuevo a la mina. A veces la pelota cae igual, pero por suerte hay un estacionamiento despuĆ©s de la primera cuesta, asĆ­ no tenemos que ir tan lejos.

Mayormente juego con mis hermanos. Por ejemplo vemos quien puede balancear mÔs tiempo sobre la manguera del martillo neumÔtico. A veces también me siento en la entrada de la casa y observo lo que pasa. Tengo siete hermanos y yo soy la mÔs joven. María, mi hermana mayor, tiene veintidós y hace un año es madre. Ella vive unos cientos metros de nuestra choza y nos visita casi todos los días.

Para llegar tiene que caminar por la misma calle donde pasan los camiones con los minerales, también es peligroso. María vivió sus primeros doce años en el campo. Pero en algún momento no hubo suficiente comida y mis padres decidieron mudarse acÔ. La mayoría de la gente que vive en el Cerro Rico antes fueron campesinos. Algunos siguen siéndolo. Ellos solo vienen cuando en el campo no hay tanto trabajo. Otros lo dejaron por completo y vinieron a vivir a la ciudad. O a la montaña. Pero no creo que acÔ la vida sea mejor.

Los fines de semana las madres van a la ciudad de PotosĆ­ para las compras de semana. En estos momentos los niƱos cuidan las entradas de las minas solos. 

 

En el Cerro Rico nos llaman serenas, somos la gente que cuida las bocaminas. Hay mƔs que 300 minas acƔ entonces somos la misma cantidad de serenas. Es que a la noche y durante el fin de semana hay ladrones que quieren llevarse los minerales o se quieren instalar por su cuenta en unas de las minas. Igual hay que tener cuidado ya que las minas abandonadas se pueden derrumbar. Nosotros cuidamos no solo las bocaminas sino tambiƩn las herramientas de los mineros: las palas, picos, caretillas, martillos neumƔticos o la mƔquina que lleva oxƭgeno a la montaƱa. Y tambiƩn la dinamita esta almacenada acƔ.

La mayorĆ­a de las serenas son madres solteras o viudas, que no tienen suficientes recursos para vivir en la ciudad. La montaƱa es la Ćŗltima salida. AsĆ­ fue tambiĆ©n para MarĆ­a. Ella vivió junto con su esposo durante dos aƱos en un barrio muy abajo en PotosĆ­ y vendió hamburguesas en la calle. Pero tenĆ­a que pagar luz, agua y gas. AcĆ” los mineros ponen una choza y se necesita mucho menos plata. Mi hermana estĆ” contenta de estar de vuelta acĆ”, pero tampoco le va muy bien. El dinero alcanza apenas para comprar alimentos…

 

ā€œApenas han alcanzado los diez aƱos, ayudan a sus padres en la mina durante las vacaciones escolares: los varones en el interior de la mina, las muchachas en el exterior(…). En un medio donde escasea el dinero, el trabajo alivia la conciencia de los niƱos que se sienten como una carga para sus padres, y las pocas monedas que reciben a cambio terminan por engancharlos en la loterĆ­a de la mina.ā€ 
Pascale Absi ā€œLos ministros del diablo – El trabajo y sus representaciones en las minas de PotosĆ­ā€ (2003).

 

El Cerro Rico, como dice su nombre, es una montaña rica. Plata, plomo, estaño y zinc se saca de acÔ y eso ya hace mucho tiempo. Escavan año tras año y llevan los minerales hacía países lejanos, primero en camión, después en barco. Allí, me dijeron, construyen mÔquinas, techos de chapas, pilas, balas de pistolas, cosmética, joyería y medallas. Aún instrumentos de música se hacen de nuestra montaña. En el Cerro Rico ya se sacó tanta plata que se podría construir un puente entre acÔ y el otro lado del océano. Como tesoro del mundo la montaña estÔ muriendo cada día un poco mÔs. QuizÔs es esa la razón por la cual vienen turistas de visita y entran a las minas. ¿Cómo serÔ el mundo sin Cerro Rico? ¿Viviríamos con mi familia también en Potosí?

El fin de semana las serenas van a la ciudad para comprar alimentos. Se quedan los niƱos cuidando las bocaminas. Lo bueno es que todos tienen hermanos y nunca estĆ”n solitos. Un par de niƱos, especialmente los varones en algĆŗn momento participan en el trabajo minero: primero afuera para separar las piedras, despuĆ©s entran tambiĆ©n a la oscuridad. Muchas veces hacen eso para ayudar a sus familias. Pero tambiĆ©n es una prueba de coraje. Porque sólo los que entran en la mina, asĆ­ dicen, son hombres de verdad. Los que trabajan afuera los llaman maricones. Mi hermano mayor – hace poco cumplió dieciocho – ya van dos aƱos trabajando al lado de mi padre adentro de la mina. No estoy segura si realmente le gusta, pero si estĆ” muy orgulloso. Igual a veces tengo miedo, porque si no sale de la mina en una hora no tiene suficiente aire para respirar.

Desde hace unos años que tenemos escuela en la montaña. MÔs de cien niños mineros estÔn mediodía ahí y también reciben su almuerzo. La escuela se construyó gracias a la fundación Voces Libres. La semana pasada juntaron plata para un nene que vive mÔs arriba. Su cometa de volar se enganchó en el cable de alta tensión y cuando la quizo liberar le dio una descarga eléctrica. Le tuvieron que amputar la mano y el pies derecho.

Yo tambiƩn voy a la escuela, pero no en la montaƱa, sino mƔs abajo. Los niƱos ahƭ son bastante brutos, especialmente los barones. Yo prefiero jugar mƔs tranquila por eso juego con otras compaƱeras. Cuando termina la escuela ayudo a mi mama en la cocina. Ella cocina hamburguesas y las vende a los mineros. Ellos mastican coca todo el dƭa y toman alcohol. Comen reciƩn cuando termina la jornada. No me gusta para nada lavar los platos. Es que tenemos que ir caminando con un balde a buscar el agua y de ahƭ lavamos los platos. Prefiero barrer y ordenar la casa. Y cuando mi papƔ estƔ en la mina tomo su telƩfono Nokia y juego Spaceball.

Si podrĆ­a elegir donde vivir me irĆ­a a Uyuni. AllĆ­ tienen un parque grande y huele rico. AcĆ” tenemos poco verde y estĆ” bastante seco y sucio. La basura de la mina termina afuera en la montaƱa: botellas de vidrio y plĆ”stico, nailon, cajas de medicamentos, bolsas vacĆ­as de coca, cartón, diarios viejos, bidones, las cajas de dinamita y todo lo que se necesita en la mina. Muy poca veces duermo acĆ” arriba. Es que mĆ”s abajo tenemos una segunda choza con un poco mĆ”s espacio. TambiĆ©n ahĆ­ tenemos una tele y un poco mĆ”s tranquilidad que acĆ”. A mĆ­ me gusta la serie ā€œMoises y los diez mandamientosā€.


Ese texto nació también gracias a las informaciones de Pascale Absi, Paula C. Zagalsky, Donato Ortega Mendoza y la Fundación Acción Cultural Layola, Bolivia.

Registrado por Romano Paganini, Cerro Rico, PotosĆ­.

ā€œApenas han alcanzado los diez aƱos, ayudan a sus padres en la mina durante las vacaciones escolares: los varones en el interior de la mina, las muchachas en el exterior(…). En un medio donde escasea el dinero, el trabajo alivia la conciencia de los niƱos que se sienten como una carga para sus padres, y las pocas monedas que reciben a cambio terminan por engancharlos en la loterĆ­a de la mina.ā€

 Pascale Absi ā€œLos ministros del diablo – El trabajo y sus representaciones en las minas de PotosĆ­ā€ (2003).