La odisea para obtener una visa para los Estados Unidos

Conversaciones frente a la Embajada de Estados Unidos en Quito demuestran la fascinación de ir a Norteamérica sigue siendo grande. Al igual que el aparato de seguridad a tal nivel que dificultan el trabajo periodística. Una historia para olvidarse, escrita en tres capítulos.

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¿Por qué cada año miles de ecuatorianos migran a Norteamérica? ¿Y qué buscan en un país que intenta aislarse cada vez más del mundo exterior? Con estas preguntas nos paramos frente a la embajada de Estados Unidos en Quito, pero antes de que pudiéramos empezar a trabajar fuimos expulsados por miembros de la Policía ecuatoriana. Las charlas y las fotos fueron tomadas fuera del “perímetro de seguridad” definido por los Estados Unidos en Ecuador. 

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Capítulo 1 – Un dar, pero sobre todo un tomar

27 de noviembre de 2019, Quito. – Los Estados Unidos construyen en su frontera cercos altos, encarcelan niños migrantes y tienen un presidente xenófobo. Sin embargo, sigue siendo un país donde gran parte de los ecuatorianos quiere entrar. Más del 40% de los emigrantes locales registrados viajan a los Estados Unidos y un 37% lo hace a España. Italia, Alemania, Gran Bretaña y Suiza también están entre los diez primeros países que reciben a migrantes ecuatorianos. 

Las ventanillas de la embajada de Estados Unidos, en el norte de Quito, abren entre las 07:30 a 09:30. En una primera área los aspirantes entran en grupos por delante de una mujer de terno, quien con un megáfono pide a la multitud que apague sus celulares. En la entrevista, ellos deben explicar los porqués de sus solicitudes de visa y los hacen solos, sin compañía de nadie, salvo que sean menores de edad, jubilados o personas con discapacidad. 

Cada entrevista no dura más de unos minutos y cada respuesta otorgada por los funcionarios estadounidenses carece de argumento explicativo: sí o no, punto. 

Un observador que lleva mucho tiempo trabajando en las afueras de la embajada nos revela que la mitad de solicitudes son rechazadas. Hubiésemos querido tener datos exactos pero los encargados del departamento de prensa no respondieron a nuestras llamadas y la solicitud escrita fue ignorada. 

La pobreza en los Estados Unidos

El ambiente esta mañana es tenso. En la fila se habla poco y en voz baja. Están con sus pelos recogidos y bien vestidos, no de manera exagerada, pero sí lo suficiente como para generar una impresión de que provienen de una “buena familia” o al menos de que tienen suficiente dinero para vestirse “adecuadamente”. Este es uno de los factores decisivos para que una visa sea aceptada: que los postulantes demuestren independencia económica, porque en realidad Estados Unidos tiene sus propios problemas económicos. 

Los controles fronterizos son intrínsecamente desagradables.
Imagínese si se llevaran a cabo en su propio país….

Según una investigación del diario NZZ am Sonntag de Suiza, la tasa de pobreza del país es más alta que en Sierra Leona o Nepal. Además, el promedio de vida en los Estados Unidos disminuyó en 2015 por primera vez en sesenta años. Sin embargo no perdió su atracción, al menos en unos sectores. Scarlett, por ejemplo, la estudiante de arquitectura de 23 años de Guayaquil, acaba de renovar su visa para viajar a Williamsburg, Virginia, por segunda vez. Va a trabajar durante dos meses y de lunes a lunes en un parque de diversiones por un total de 1.600 dólares. Su viaje lo pagará ella misma, así como su visa de turista que cuesta 160 dólares. “Entiendo todo el papeleo y los controles”, dice “pero el costo de una visa es bastante alto”.

¿Intercambio cultural o explotación? En los exteriores de la embajada de Estados Unidos, la estudiante de arquitectura Scarlett junto a sus amigo. Ella viajará a Estados Unidos para trabajar. Foto: A. Anderson

Muchos jóvenes estudiantes de América Latina se encuentran en una situación similar. Viajan a la espera de realizar un intercambio cultural y se dejan explotar durante dos o tres meses. Así, el sueño americano -que todavía se sueña en las clases medias y altas- recibe un tinte diferente.

¿Por qué gana tanto dinero?

No es fácil entrar en conversación con postulantes de estas clases sociales: no quieren, no tienen tiempo o ambas cosas. Sobre todo evitan mencionar sus nombres. Muchas personas están ansiosas por salir del área de la embajada, bajan apresuradamente por la Avenida Avigiras, en la ciudad de Quito, y desaparecen entre el ruido de los motores y el smog. 

De alguna manera es comprensible. Acaban de salir de la cueva del dragón: una cueva bien organizada y, por lo escuchado, muy amigable; pero los aspirantes también deben “quitarse el calzón” y comprobar lo que ganan, decir de dónde vienen y dónde viven, aclarar si tienen parientes en Estados Unidos y mencionar cuáles son sus planes del viaje. 

Los controles fronterizos son intrínsecamente desagradables, más aún si se llevan a cabo en el propio territorio de los solicitantes.  Las personas que se detienen para responder algunas preguntas lo hacen breve y sucintamente como un ingeniero geólogo, de treinta y tantos años, que labora en una empresa minera australiana en Ecuador y que solicitó su visa para viajar a Nevada a fin de recibir un curso de formación sobre cómo se detectan reservas de oro o cobre en las bases de las rocas. En su caso, las únicas preguntas que debió responder en la embajada fueron: ¿Por qué Nevada? ¿Y por qué gana tanto dinero?

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Capítulo 2 – Solo los privilegiados, por favor

El dato no es nuevo, pero frente a la embajada de Estados Unidos en Quito se hace tangible: la migración con papeles es un privilegio. Sólo las personas que tienen ahorros pueden permitirse una visa. Esto menciona una jubilada con gafas llamativas de bordes rojos y un foulard del mismo color, que tuvo que renovar su visa para viajar a la ceremonia de graduación de su hija. “Visa, pasaporte, certificado de nacimiento, certificado de matrimonio, certificado de defunción del marido, todo cuesta dinero; pero no todo el mundo tiene este dinero”, cuenta la mujer saliendo del perímetro mientras echa las cenizas de su cigarro en el suelo. “Si me hubieran rechazado, habría perdido 300 dólares de golpe. En Ecuador, eso es casi un salario mínimo”.

La distribución injusta se refleja en los miles de venezolanos que vienen marchando durante meses a pie por Colombia y Ecuador, simplemente porque no tienen dinero, ni para visas, ni para un boleto de autobús, ni hablar de un boleto de avión.

No es casual que a pocos metros de la embajada de Estados Unidos varios migrantes luchen por la supervivencia diaria. Una vendedora de ensaladas de frutas se ubica en una esquina, también hay dos hombres que hacen publicidad de una empresa que ofrece asesoramiento sobre visados. Uno de los dos, lo llamamos José, había trabajado como enfermero en un hospital “hasta que ocurrió lo de Ibarra”. 

En la ‘Ciudad Blanca’, del norte de Ecuador, a mediados de enero de este año, una mujer embarazada fue apuñalada por su novio en la calle y frente a las cámaras de una docena de espectadores. La noticia corrió rápido y se habló de la supuesta nacionalidad del autor que cometió el delito. En los días siguientes, familias venezolanas fueron expulsadas de sus casas, atacadas en las calles y algunas tuvieron que ser llevadas bajo protección policial. 

El paquete de visa, con vuelo a Miami inclusive

El área de entrada del empleador de José se asemeja a una agencia que alquila autos: piso de cerámica pulida, sillones de cuero negro y tabiques blancos. Las fotos de políticos, atletas y presentadores de televisión ecuatorianos brillan bajo el cristal de una mesa. 

La hija de los dueños del negocio familiar cuenta con orgullo que sus clientes son “personas de clase media y alta”. Por 25 a 30 dólares son aconsejadas, fotografiadas y asesoradas para llenar un formulario online de rigor. Si lo desean, pueden reservar su billete de avión a Miami, Nueva York o Los Ángeles. Tienen a su disposición una especie de “paquete de viaje” a Estados Unidos con visa incluida.

Cuando la empresa abrió sus puertas, solo ofrecía servicio de fotos de los rostros, requeridas para solicitar visas; además, asesoraba a los clientes para que llenasen los formularios a mano. Hoy en día los clientes se sentirían abrumados por aquel método manual pues “tienen miedo de hacer algo mal o temen de no saber suficiente inglés”, nos comenta la hija de los dueños de la empresa. “La compañía muestra a sus clientes sus oportunidades reales de visado y les aconseja que continúen trabajando durante uno o dos años a fin de ganar dinero y estabilidad. Eso también aumentaría sus posibilidades de obtener un visado”.

¿Ha cambiado algo desde la administración de Trump?  

“Se ha hablado mucho de ello”, responde la mujer, “pero poco ha cambiado. El número de nuestros clientes ha permanecido más o menos igual, pero la gente que viene aquí no suele tener problemas para conseguir un visado”.

Se niega visa estadounidense a víctima de tortura para audiencia en la CIDH

Distinto el caso de Eugenia Calderón*. La mujer quería viajar a Washington para exponer el caso de su papá que durante el régimen de León Febres Cordero (1984-1988) fue detenido, golpeado y torturado hasta casi la muerte por el Ejército ecuatoriano, en la provincia de Manabi.

El agricultor se recuperó de a poco, pero la familia de Eugenia Calderón perdió todo lo que tenían: casa, tierra, animales. Los 20’000 dólares que le dio el Estado como medida de reparación fue “más un lavado de cara” que una indemnización económica dentro de la reparación integral que tiene cada víctima.

Los casos de graves vulneraciones de derechos humanos recogidos en el Informe de la  Comisión de la Verdad en el 2008 fueron analizados en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en Washington, en la audiencia temática que se desarrolló en octubre.

Eugenia Calderón, dice que en la Embajada de Estados Unidos, no le dijeron porque no le dejan viajar, pese a que tenía la invitación de la CIDH. La mujer afro ecuatoriana, enfatiza “nos cortaron la oportunidad de ser escuchado. Los Estados nos están silenciando”.  

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Capítulo 3 – Hasta aquí no más 

El contenido de los dos primeros capítulos de este texto lo obtuvimos después de haber sido interrumpidos de nuestra labor periodística en las afueras de la embajada, cerca de las 8:15. La única interacción que tuvimos hasta ese momento fue un intento de entrevista a la gente de aquella cola silenciosa y una conversación involuntaria con un joven policía que empezó a hablar a nuestro fotógrafo, Alejandro. 

Hasta ese momento, Alejandro había tomado tres fotos: una de la embajada, otra de la cola y una tercera de familiares y amigos que habían acompañado a sus queridos a la entrada. Tuvo que borrar las tres en presencia del policía, una persona gentil pero estricta. Para colmo, el hombre uniformado pidió el pasaporte del fotógrafo y lo fotografió con su teléfono móvil. Le señalamos que estamos en un espacio público y que nos está impidiendo -como medios de comunicación- realizar nuestra labor, pero nos dice: “Este es un espacio público, pero es parte del perímetro de seguridad de la Embajada de los Estados Unidos. Tenemos la misión de protegerla y alejar a cualquier persona que saque fotos”. ¿Y por qué anotó los datos del fotógrafo? “Pura rutina, no tiene nada que temer. ¿Quieren hablar con mis superiores?“

¿Principios? Tirado por la borda

Tomémonos un momento para reflexionar. Dos representantes de un medio de comunicación se encuentran frente a la embajada de un país que se proclama cuna de la democracia y que destaca la libertad de expresión. Un país en el que el trabajo independiente de la prensa ha formado parte de la autopercepción que tenía esta sociedad de sí misma durante décadas y en el que el mismo Estado acusa verbalmente a otros países que no funcionan según estos principios.

Pero l@s que apliquen estos principios a los Estados Unidos y que quieren documentar lo que está ocurriendo frente a su embajada en otro país tiene que contar con el reflejo antiterrorista de un Estado en hiperventilación. Ahí las cámaras colgadas en las paredes externas de la embajada se revisan con más determinación y los ayudantes locales -en este caso oficiales de la policía ecuatoriana que probablemente nunca entrarán a la tierra de las “posibilidades ilimitadas”- son instruidos por radio para revisar a los sospechosos. 

Se registran sus datos, se fotografían sus pasaportes y se les deja en claro cuáles son sus límites de acción. El espacio público se convierte repentinamente en un ala de alta seguridad y uno comienza a comprender por qué el Comité para la Protección de Periodistas hace un año llevó a cabo una misión de libertad de prensa en los Estados Unidos. Por primera vez en la historia del país. Sólo en el año 2017, 34 periodistas en Estados Unidos fueron arrestados mientras trabajaban, 44 incluso fueron agredidos físicamente. Además, existen obstáculos para la investigación y se ha confiscado equipos periodísticos.

Capturado en la Embajada

Después de unos minutos aparece el superior del joven policía: un ecuatoriano con un cuaderno en la mano. No habla mucho y aparentemente tampoco tiene mucho que decir porque cuando insistimos en que la libertad de prensa se aplica en el espacio público y que al menos queremos hacer entrevistas aquí, él marca el número de su jefe. Pide el número de identificación del periodista y nos dice que las entrevistas son posibles al otro lado de la calle. 

Bajamos por la Avenida Avigiras donde nos cruzamos con un hombre. ¿Necesitas fotos de la visa?, pregunta. Respondemos que no y le contamos lo que nos ha pasado. Tuvieron suerte, responde. “Aquí ya han arrestado a fotógrafos y han tenido que quedarse en la embajada todo el día”. 

*Nombre cambiado por seguridad. 

Texto: Romano Paganini

Fotos: Alejandro Ramírez Anderson