La solidaridad caracteriza al pueblo, no al Estado

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Canastas de comida, mascarillas para subcentros de salud y cuidado de l@s niñ@s: durante los meses de pandemia en el Ecuador brotaron cientos de iniciativas solidarias. Para la socióloga Natalia Sierra es la expresión de la reciprocidad, la colaboración y la cooperación innata de los pueblos. Un mapeo de cuarenta iniciativas no solamente evidencia la ausencia del Estado nación sino también la necesidad de auto-organizarse desde las bases.   

17 de septiembre de 2020, Quito. – “En este mundo no todo debe reducirse a lo económico. Todas las personas debemos ser solidarias. Muchas veces una simple palabra puede salvar vidas, motivarte, ayudarte a llegar lejos”, así  lo dice Diana Mercedes Paredes Condo, de la parroquia Pelileo en la provincia de Tungurahua. A finales de marzo ella vio las noticias de Guayaquil, la escasez de mascarillas y la desesperación de las personas para conseguirlas. “Cada vez que se escuchaban y se miraban las noticias del fallecimiento de un doctor, de una enfermera o de un paciente teníamos impotencia y nos preguntábamos: ¿qué podemos hacer para aliviar un poquito la situación?”.

En un momento, Diana Paredes no aguanto más estar en casa. La confeccionista salió a tocar las puertas de sus familiares que viven en la misma calle: tod@s con un taller, maquinarias y el conocimiento de coser. “No tuvimos la materia prima, pero si el arte en las manos“, dice Diana Paredes. Ella quería que este arte sea útil para el pueblo, para la comunidad, teniendo en cuenta que much@s ya no tenían ni para comer. Lo único que faltaba eran las telas, ya que las fábricas y almacenes permanecían cerradas.

Diana Paredes empezó a gestionarlas a través de Facebook y empezaron a llegar las telas. No muchas, pero suficientes para confeccionar 2.500 mascarillas y 200 trajes. A través de una compañera de radio en Ambato se organizó la entrega a los subcentros de Salud de la provincia. “Todos estábamos temerosos de salir y contagiarnos”, se acuerda Diana Paredes, “pero en un momento, dijimos que no podemos quedarnos con las manos cruzadas. Hoy en día sabemos, que podemos vencer este virus”.

Durante tres semanas los diez confeccionistas de Pelileo midieron, cortaron y cosieron en nombre del pueblo. Incluso invirtieron dinero propio para poder ayudar, pero al final se quedaron cortos de telas. “Nos sentimos mal, porque no pudimos ayudar a todo el mundo”.  

“Confeccionistas de Pelileo”, familiares autoconvocados, provincia Tungurahua: confeccionan mascarillas y trajes de bioseguridad, los distribuyen a los subcentros de salud de la región, gracias a la gestión de Mayra Estrella, locutora de una radio en Ambato. – FOTO: Confeccionistas de Pelileo

No es que el Ministerio de Salud, el Ministerio de Inclusión Económica y Social o las Fuerzas Armadas no hacían nada: repartieron kits de alimento o tablets para que l@s niñ@s pueden participar en las clases virtuales. Pero mucho de eso fue promovido por intereses políticos, silenciando la crisis que se desató detrás de la pantalla propagandista y que demuestra los límites a los cuales han llegado los Estados centrales. Los kits de comida, por ejemplo, estaban compuestos por alimentos ultra procesados vinculados a las grandes cooperaciones de la agroindustria que se vieron beneficiadas por esta compra estatal.

 

“Lo que más me sorprendió es ver que muchos de los representantes de las iniciativas solidarias tienen una clara conciencia política y saben que no se puede confiar en el gobierno”, dice Ramiro Aguilar Villamarín. Destaca que muchos de los grupos -varios emergieron después del paro el año pasado- velaron por formalizarse, sea como fundación u otra forma legal. Son los grupos que se sostuvieron en el tiempo, más allá de la ayuda inmediata y el asistencialismo que caracteriza, “la ayuda social en la región, las iniciativas – en muchos casos, dice Ramiro- han sido una excusa para que los movimientos y pueblos se fortalezcan por y desde las bases sociales”.

 

“Queremos dejar un legado de voluntariado de corazón” 

Uno de los hechos más dolorosos es que durante estos meses de pandemia y por más que Ecuador sea un país campesino, la comida no llegó a todos los sectores. Desde marzo miles de personas pasan hambre o comen solo una vez al día; por lo tanto, muchas de las iniciativas solidarias se concentraron en la recolección de comida y la entrega de canastas. Así también nació el grupo autoconvocado Aumigo de la provincia de El Oro, en el sur del país. Desde principios de abril, organizó canastas, principalmente para niñ@s con discapacidad, mujeres víctimas de trata y personas en situación de calle. “Acá en la zona la ayuda social estaba muy politizado”, se acuerda la politóloga Doménica Avellán Morocho. “Queríamos algo más voluntario y que no tuviera trasfondo de una organización o de políticos”.

Como muchos, también Aumigo usó las redes digitales, tanto para la donación de víveres como para la recolección de fondos. Además, en el Día del Niño, a principios de junio, organizaron un Teletón con conciertos en Instagram. Así consiguieron juguetes, leche para bebés y otras comidas. “Nosotros somos afortunados de ser  jóvenes que hemos podido estudiar y gracias a esta educación hemos podido contribuir a la sociedad, empezando por nuestra provincia”, recalca Doménica Avellán Morocho. “Lo que queremos es enseñar a dejar un legado de voluntariado, que aquí no ha sido latente: un voluntariado de corazón que nazca de la necesidad de ayudar a los demás y no con fines políticos”. 

“Aumigo”, grupo autoconvocado de Machala, provincia El Oro: Ell@s preparan canastas alimenticias y las distribuyen a personas vulnerables, principalmente a niñas y niños discapacitados, mujeres víctimas de trata y personas en situación de calle. – FOTO: Aumigo  

Para Aumigo, que está en proceso de formalizarse, eran difíciles las primeras semanas de cuarentena, con las restricciones de circulación. Doménica Avellán Morocho y sus dos compañer@s apenas salieron de Machala, la capital de la provincia. Por lo tanto, colaboraron con la Fuerza Armada para que ellos hagan las entregas de las canastas en las zonas rurales. Además, contaron con el apoyo de la industria bananera -un sector que nunca paró- qué le regalo fundas de plástico para poder armar las canastas.

A Natalia Sierra, socióloga y académica de la universidad PUCE, no le sorprende la solidaridad de los últimos meses. “La reciprocidad, la colaboración y la cooperación ha estado siempre“, dice Sierra en la entrevista con mutantia.ch (al final de este texto). “Eso se puede decir no solamente para el mundo indígena campesino, es algo que atraviesa a toda la sociedad ecuatoriana”.  Es un hecho que se evidenció durante el levantamiento del año pasado en Quito. Al parque El Arbolito, en el centro de la capital, llegaron donaciones de todo tipo, tanto de las zonas rurales como de l@s mism@s quiteñ@s. Se visibilizó, lo que en el día a día se toma como una naturalidad: el tejido existente entre campo y ciudad. 

 

Mujeres lesbianas: censura en el internet 

También en Quevedo, la ciudad más grande de la provincia bananera Los Ríos, se consolidó una iniciativa de base. El origen de “Mujeres al Poder” no era la pandemia sino el paro 2019 y la muerte de una amiga de Marie Jackeline Ponce Zambrano. Ella la acompañó desde el principio de su enfermedad hasta el final, pero no tenía para pagarle el funeral. Junto a compañeras cercanas Marie Jackeline organizó unas rifas, junto 300 dólares en una sola noche y al final alguien incluso ofreció una bóveda para su amiga. Pero tener que pedir de esta forma a que su amiga, madre de tres hijos, tenga un funeral decente, fue penoso. Por eso Mari Jackeline Ponce, junto a nueve otras compañeras, organizó “Mujeres al Poder”, un colectivo de mujeres lesbianas, algunas con hijos, pero todas en situación de extrema precariedad.

 “Hay que tener en cuenta que ser lesbiana ya de por si implica discriminación y pérdida de vínculos fuertes con la familia de origen”, resalta Cristina Vega, profesora de la Universidad Flacso en Quito y responsable de un proyecto juntos a “Mujeres al Poder”. En el caso de las mujeres de Quevedo se suman sus trabajos precarios -muchos en plantaciones bananeras, tabacaleras o vendiendo informalmente en las calles-, donde no son reconocidas ni socialmente ni económicamente.

“Brigadas de solidaridad Kitu“, grupo autoconvocado de Quito, provincia Pichincha: preparan semanalmente ollas solidarias con voluntari@s del barrio. Las donaciones vienen, entre otras, de dueños de fincas y pescadores de Muisne, en la Costa. Además, ofrecen talleres de deporte y de yoga dirigidos a niñas, niños y mujeres. – FOTO: Brigadas Kitu 

Desde la pandemia todas estas mujeres se quedaron sin trabajo, algunas hasta hoy en día y l@s hij@s no participan en las clases virtuales por falta de computadora o internet. Por eso, después de haber gestionado canastas de comida para satisfacer las primeras necesidades, buscaron fondos o donaciones para comprar computadoras o tablets. Fue un proceso duro, especialmente por lo que pasó en las redes digitales porque los pedidos de la organización fueron censurados varias veces e incluso les acusaron de pornografía y de inmorales. 

A pesar de eso, la presidenta de la organización, Marie Jackeline Ponce Zambrano, y sus compañeras siguen en el proceso de formación, “dispuesto a caer y levantarnos de nuevo”. Actualmente están estableciendo un fondo comunitario, en donde cada una pone cinco dólares al mes y que sirve para los momentos de emergencia. “Tenemos que pensar en él más adelante, porque no sabemos a dónde vamos con este gobierno“, dice Marie Jackeline.

Cristina Vega recalca la importancia de visibilizar iniciativas de sectores populares que se mezclan con la orientación sexual fuera de lo convencional. “Porque ahí emerge un ruido para los sectores religiosos, la izquierda – un ruido para todos, si no nos organizamos en la diversidad, en formas de apoyo mutuo entre campo y ciudad, entre la Sierra y la Costa,  si no cruzamos esas líneas- es muy fácil que los gobiernos de turno nos barran. Organizarse en la diversidad y en la diversidad sexual es un reto enorme”.

 

Este artículo se realizó en colaboración con el Colectivo de Geografía Critica del Ecuador y la Fundación Rosa Luxemburgo. 

 

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“Vamos a tener que recuperar las tierras: ¡Esa va a ser la pelea!”

Natalia Sierra, socióloga y docente de la universidad PUCE. FOTO: archivo familiar 

Natalia Sierra, desde que inició el estado de excepción por el covid-19, las instituciones estatales del Ecuador se destacaron por su ausencia. ¿Por qué?  

En nuestros países, particularmente en Ecuador, nunca se conformó del todo la institucionalidad del Estado nación. Nunca fue un Estado que reunió las condiciones para ser tal: tener un mercado interno y una industria, una burguesía y una identidad nacional. Esas son las bases de la constitución de los Estados nacionales dentro de la lógica donde se construyeron, que es la europea. En Latinoamérica, los pueblos fueron condenados, desde el nacimiento de los Estados, a ser proveedores de materias primas. Esa situación hizo que no se consolidaran las condiciones para el Estado nacional.

 

Así que tampoco se puede hablar de una ausencia del Estado

Hay una ausencia porque ese Estado no está conformado. El Estado siempre ha tenido un carácter de Estado colonial. El país suprimió las diferencias culturales en la identidad cultural de la nación, a diferencia de lo que se dio en Europa, que experimentó un proceso de olvido de las luchas previas entre sus distintas comunidades para poder fundar la cultura. Claro, con excepciones como Cataluña, el País Vasco o lugares en África, en cambio aquí no. Aquí siempre hubo una fractura por el racismo estructural de este país. El mundo indígena, que es el mayoritario, no sólo cuantitativamente sino cualitativamente, nunca fue considerado fundamento del Estado nación ecuatoriano. Es más, cuando se fundó el Estado de Ecuador, los revolucionarios de la independencia no se consideraban indígenas, ninguno, ni siquiera consideraban ser de este país. Se consideraban europeos, viviendo en la periferia de las colonias. Por eso, no hubo una identidad que fundara esta nación, yo agradezco que aquí nunca hubo un Estado.  

 

¿Es posible conformar un Estado nación  con 14 nacionalidades y 18 pueblos diferentes, como es el caso de Ecuador?

No creo, porque si no habría que exterminar culturalmente a los pueblos indígenas. No digo físicamente, sino culturalmente. Pero no ha sido posible exterminarlos por el hecho que Ecuador no es un país industrializado.

 

¿Qué quiere decir esto?

La industrialización desmonta las culturas campesinas, que en nuestro caso son las culturas indígenas y como no ha habido este proceso de industrialización o de modernización, nuestras culturas han subsistido. Pero no como en Europa, que subsisten como folclore. Han perdurado como mundos de vidas concretos y reales: con economías, sistemas políticos y justicias propias. Claro, ya están en un conflicto con las formas europeas, pero no se han convertido en folclore, simplemente porque hay una estructura económica productiva que no lo permite. La economía ecuatoriana todavía sigue siendo eminentemente campesina. Por lo tanto, hay una diversidad que no es un problema puramente de la cultura como representaciones simbólicas, sino de la cultura en su dimensión material. No hay como contener eso en el imaginario de una nación y por lo tanto, tampoco en sus estructuras.

“Comité Operaciones Wankavilca de Emergencia“ de varios lugares, provincia de Guayas: organizan trueques entre pueblos hermanos de la Costa, la Sierra y la Amazonia. Además establecieron un convenio de compra directa de productos al pueblo Chibuleo en la provincia de Tungurahua. – FOTO: Comité Wankavilca de Emergencia    

Sin embargo, la gente recurre a este Estado nación. ¿Por qué entonces esa impronta a una entidad que nunca se ha conformado del todo?  

 Tiene que ver con un discurso europeo que está ligado a los movimientos sociales, porque sus interlocutores son justamente los Estados. Entonces, los movimientos sociales demandan al Estado y al momento que lo demandan lo afirman. Lo que yo siento es que de ahí viene toda una colonización por encima. A pesar de ser colonizados, creo que desde principios de este siglo se vienen dando procesos interesantes en América Latina. Se trata de la consciencia de la posibilidad de la autonomía. Como siempre, hemos vivido al borde del colapso, hemos sido pueblos pobres, saqueados, destruidos y robados permanentemente. Para poder sobrevivir, tuvimos que sostener nuestras formas culturales, empezando por formas económicas no mercantiles; por ejemplo, la reciprocidad. Ella ha estado siempre, igual que la colaboración y la cooperación, incluso más que la solidaridad y eso se puede decir no solamente para el mundo indígena campesino. Es algo que atraviesa a toda la sociedad ecuatoriana. 

 

Entonces, ¿las iniciativas solidarias que se han dado durante y después del paro de octubre de 2019, y aún más durante la pandemia, no son casualidad sino consecuencia de una cultura?

El filósofo anarquista italiano Franco Berardi, dice: En estos momentos terribles que estamos viviendo, la única manera de sostenerse es retomando las comunidades locales. Nosotros aquí nunca hemos abandonado esa idea del todo. La comunidad nos atraviesa, entonces, esta memoria histórica, que yo creo que inclusive es una memoria corporal que siempre se actualiza, nos permite dar respuestas, como ocurre con las iniciativas solidarias. En los procesos de modernización que han fracasado en este país, inmediatamente se han activado las formas culturales del mundo campesino indígena. Ahora lo llamamos trueque, pero en los sectores populares siempre ha estado presente la circulación de bienes. Si tú no los haces circular, la situación se vuelve más catastrófica, no sólo en términos económicos, sino también en términos espirituales, estéticos o afectivos. Si en un colapso no estás junto a otros, no te sostienes. Un buen ejemplo es el hecho de que mucha gente, en los primeros meses de encierro, dejó de ir al Supermaxi. Por cuestiones de seguridad y para no tener que ir tan lejos, varias personas empezaron a comprar en las tiendas de las esquinas. Los trueques que se activaron a través de las redes digitales no fueron trueques de la clase media consciente, ecológica. Hubo un momento en que las clases medias se juntaron con los sectores populares para trocar. 

 

¿Cómo se pueden sostener estas dinámicas en el tiempo, dado que mucha gente ya volvió a salir a la calle para buscar ingresos económicos?

Hay que resistir a la dominación ideológica del capitalismo, porque hay una manera de ver al mundo y de vernos a nosotros mismos como seres humanos que está atravesado por el valor. 

 

¿El valor económico?

El valor en el sentido marxista es una cosa abstracta que lleva a la acumulación de capital. El filósofo ecuatoriano-mexicano, Bolívar Echeverría (1941-2010), decía que el valor llega a un momento en que se hace cuerpo en los individuos. Entonces, creo que es el momento de deconstruir eso. Es una pelea ideológica y sospecho que este bicho (el Sars-Cov-2) no va a acabar con eso.

 

¿Acabar con qué?

Con la fractura que se ha dado. Actualmente hay una disputa por quien agarra las nuevas tecnologías a nivel global. Esta pandemia fue aprovechada para instalar la inteligencia artificial violentamente al aparato productivo. Los artífices de esto están aprovechando la crisis y la pregunta es ¿cuánta gente va a quedar fuera del empleo? Hay cálculos de organismos oficiales que hablan de 1.600 millones de personas. ¡Son humanidad de desecho que va creciendo! Esta gente nunca más volverá al trabajo asalariado, aunque todavía quede la idea de que sí. Pero yo, personalmente, creo que es el momento de no defender más este trabajo.

“Dar para recibir“, grupo autoconvocado de Quito, provincia Pichincha: preparan y distribuyen canastas alimenticias a personas necesitadas en la calle del sector “La Guadalupana”. Las donaciones de dinero y alimentos llega de personas particulares, las canastas de víveres de la Gobernación de Pichincha, del Ministerio de Inclusión Económica y Social, de la Fundación Sol de Primavera y de la Radio Visión.- FOTO: Dar para recibir

A ver …

Obviamente, este tema hay que tratarlo con mucho cuidado, porque para la gente que se queda sin trabajo es un momento difícil. Lo que yo estoy sospechando es que se viene la caída del capitalismo. La clase capitalista, que en su mayoría y términos globales está representada por los financistas, empezará a caerse y a ser reemplazada por una nueva casta de poder, es decir, por los dueños de la tecnología. El nuevo poder que surja de ahí será lo que ya se ve en algunos casos: un totalitarismo de una mutación tecnológica-humana donde se distinguirán humanos de primera, humanos de segunda, ¡Qué sé yo! Entonces, ¿por qué no aprovechamos el objetivo de la utopía? Al menos yo que vengo de una izquierda más anarquista, hablo del objetivo de desmontar al Estado y al trabajo asalariado, porque el trabajo asalariado es la esclavitud, es nuestra destrucción como seres humanos. A la final, ese trabajo nos convierte en mercancía, ya nos despojaron de la tierra, de los medios de producción y de los medios de subsistencia y ahora nos despojan de lo último que nos dejaron que es la mercancía como nosotros. Tenemos que ir a la recuperación del ser humano que es la constitución de una producción comunitaria, autónoma y libre, como por ejemplo en el caso de los zapatistas.

 

¿Nos puede explicar a qué se refiere con “humanidad de desecho” y “no poder volver al trabajo asalariado”? 

Si coges el libro argumental de Marx, estamos en el punto del estallido de la contradicción de la composición orgánica del capital. Cuando se incorporó la máquina al aparato productivo durante la Revolución Industrial del siglo XIX, ¿cuántos campesinos quedaron fuera? Son los que fueron a colonizar Estados Unidos. El problema de la composición orgánica del capital radicó en que la mercancía que se producía dejó de ser consumida y ello implicó despidos masivos de los trabajadores. Luego se descongeló Rusia y China y con eso hubo un aire. Pero hoy en día ya no hay a dónde ir. A los trabajadores nos van a expulsar del proceso productivo, nos guste o no nos guste. Poca gente será la que quede en la institución del trabajo asalariado.

 

“La lucha actual es la lucha de la significación del mundo que queremos.
La nueva forma de lo humano es la que viene de los ancestros
y está en la naturaleza que fue descuartizada”. 

 

Entonces, como pueblo, como multitud expulsada, ¿qué tenemos que hacer? Congregarnos, porque solos no vamos a poder. Tenemos que organizar la producción desde lo comunitario y obviamente vamos a tener que recuperar tierras: ¡Esa va a ser la pelea! Porque las empresas necesitan de las tierras para seguir desarrollando su tecnología y así explotar minerales, por ejemplo. Bueno, eso ya está pasando en Latinoamérica. Ahora incluso hablan de minería espacial, hablan de explotaciones en Marte. El planeta ya no les alcanza para sacar todo y nosotros, los que somos mayoría de población,  sobramos. Inclusive hay esta denuncia de procesos de exterminio a través de las guerras. ¿Qué nos toca a nosotros? ¡Recuperar nuestra libertad! Porque, cuando no nos compran, nos devuelven la libertad. El problema es que los seres humanos tenemos terror a la libertad. No nos es fácil la libertad de emprender la construcción de otro mundo.

 

¿Por estar agarrados a lo viejo?

En nuestro caso, la clase media, trabajar con salario es un habitus. Nosotros -yo tengo 52 años- fuimos la última generación en la que la promesa capitalista medianamente se cumplió y gracias a los estudios, logramos posicionarnos. Pero yo estaba hablando con alumnos míos que tienen alrededor de treinta años, algunos ya colegas pero jovencitos, que forman parte de una generación “perdida”. Les educaron igual que a nosotros, pero no les dieron oportunidad de realizarse porque no les dieron trabajo. Ellos se autodenominan como “precariados”.

 

¿Y cuál sería su propuesta?

Traer a la memoria a los abuelos. Es estar despiertos, darnos cuenta, ser conscientes de muchas cosas que están allí pero que no las hacemos conscientemente y quizá por eso no cobran la fuerza que tienen. Es cuidarnos, es cuidar de que no nos arrebaten eso. Es una lucha cultural, más que económica. La lucha actual es la lucha de la significación del mundo que queremos. La nueva forma de lo humano es la que viene de los ancestros y está en la naturaleza que fue descuartizada. Para mí, es una pelea ideológica en el sentido más amplio de la ideología: ¿cómo nos concebimos como seres humanos y cómo concebimos a la naturaleza que nos habita y a la que habitamos? Es una transformación profunda en la comprensión humana. Tenemos que ir hacia la construcción de esa forma que no necesitamos inventarla. ¡Está ahí, está en nuestros ancestros y está en la naturaleza!

 

Textos y Redes: Equipo de mutantia.ch