Dunieski Lores Matos (32) de Cuba – desde 2018 en Ecuador
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La vida en Cuba
El pilar fundamental es mi familia. Ella me impulsa a seguir adelante y a luchar por ellos, siempre. Esa también fue mi motivación de salir de Cuba y poder mejorar la parte económica y ayudarlos. Porque en Cuba no hay suficiente y las posibilidades están muy limitadas.
Después de haberme graduado de la Escuela de Arte Escénica y Dramática en la Habana, trabajé cinco años en grupos de artes escénicas. Di talleres a diferentes grupos, niñas y niños, jóvenes, adultos o adultos mayores. Ganaba un poco más de lo común, pero no era lo suficiente. Por eso, cuando se me presentó la oportunidad de viajar, la tomé. Podría haber hecho también un doctorado allá, pero como me llamaron para una misión en Venezuela, ya no me daba el tiempo.
Son pocas las oportunidades en Cuba y si te quedas después ya no hay opciones para salir. Así que aproveché el momento. Y la verdad, me sirvió también para sanar la pérdida de mi mamá, que murió con cáncer cuatro meses antes de mi partida. Las y los niños y las cosas en Venezuela me ayudaron un poco a resignarme frente al dolor y a combatirlo. Además, mi trabajo allá me dio fuerza para seguir adelante.
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Un recuerdo que le acompaña a Dunieski Lores Matos desde que se fue de Cuba: la foto de su mama, tomado en su último cumpleaños antes de fallecer, el 22 de octubre de 2013 en Sabana de Maisi, Cuba. Ella cumplió 45, el tenía 25. – FOTO: Ramiro Aguilar Villamarín
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La vida durante la migración
Venezuela fue mi primer viaje fuera de Cuba. Allí empecé a descubrir las aristas de la vida. Por ejemplo, que las armas y los tiroteos no son ficticios como en Cuba o como nos muestran en una película. Había tiroteos entre bandas cerca de mi casa, y pude palpar la muerte. Experimenté muchas cosas, que al principio fueron un choque, pero después entendí que era la realidad. Una realidad a la cual estaba ajeno, que no la había descubierto todavía, y se me fue abriendo un poco más el horizonte. Me dio la certeza que el mundo era más de lo que había descubierto hasta ese entonces.
Antes de empezar con el proyecto de arte que me consignaron por el convenio entre Cuba y Venezuela tenía que hacer un mapa sobre el lugar y su gente. Era gente humilde de una comunidad bastante intrigante, bien metido en la montaña. Me acuerdo que las y los niñ@s nos veían y se escondían. Tenían miedo de lo nuevo. Sin embargo, las personas de la comunidad sentían como una pertenencia por lo cubano. A la vez pude descubrir que existe el agradecimiento. Eso te lleva a la gratitud, porque dices: estoy haciendo algo humano que realmente me llena y lo aprecian, incluso más que la gente en Cuba. Es satisfactorio ver ese apego de la comunidad hacia uno y viceversa.
Entre otras cosas les enseñé baile y música y me dio muchas ganas de seguir haciéndolo bien y prestando un servicio de corazón, más que profesional, sino algo sentimental. Ver que en el transcurso de los años estas niñas y niños cambiaron a la par de uno mismo, que las niñas sabían expresarse mejor y que no pensaban en el embarazo sino a sostener los procesos de base, era algo maravilloso.
Paralelamente a estos procesos lindos, la situación del país empeoró. La misma persona que nos había llevado a Venezuela ahora exigía que participemos en las marchas, apoyando al gobierno socialista de Nicolas Maduro. Claro, cuando uno vive en una isla como nosotros en Cuba, dentro de un sistema enclaustrado, uno no se da cuenta de muchas cosas. Pero saliendo del país se puede determinar lo que en realidad es el capitalismo y el socialismo. Y con las cosas vividas uno se da cuenta que no hay sistema malo sino dirigentes malos que llevan un sistema. Eso fue una enseñanza bien fuerte, y yo no quería seguir dentro de un sistema que sentía ajeno a lo mío. Por eso, después de cuatro años en Venezuela decidí desertar.
Así que, quité el chip de mi teléfono, me escondí unas dos semanas y empecé de forma incógnita a trabajar en un restaurante para sobrevivir. Si la guardia me hubiese capturado me hubieran deportado a Cuba y ahí hubiese ido preso. Cuando a uno le asignan una misión y deserta se ve como una traición a la patria. Me veían como un parásito social para el sistema socialista, entonces regresar a Cuba no ha sido una opción. Y como la situación en Venezuela se ha convertido en algo muy complicado decidí emprender viaje más hacia el sur.
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Dunieski Lores Matos, junto a jóvenes de su proyecto cultural “La Colmenita”, que fue seleccionado para salir en el canal regional portugués TRP. Venezuela, 2015. – FOTO: Ramiro Aguilar Villamarín
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La vida actual en Ecuador
El viaje fuera de Venezuela empezamos hace tres años, juntos a dos amigas cubanas que ya hace tiempo desertaron de su misión. Venimos caminando y en bus, andando por trochas, pagando sobreprecios a coyotes entre Venezuela y Colombia. Fue el tramo más largo, difícil y riesgoso. Aparte del dólar, que nos inspiró para viajar a Ecuador y ayudar a nuestras familias, tuvimos una referencia por conocidos. Nos contaban que era un lugar más tranquilo y más pacifico a cuanto a la seguridad. Igual, cuando llegamos no teníamos a nadie que nos esperara.
Llegamos desde Pasto a Quitumbe, y lo primero que nos chocó fue el frío. Claro, venimos de países caribeños. ¡Fue horrible! Nos alojamos en un hostal, pero después de una noche tuvimos que salir, porque ya no teníamos dinero. Dormimos dos días en la calle, cuidándonos mutuamente. Mientras uno se quedaba con el equipaje, los otros buscábamos trabajo. Empezamos como ayudantes en cocina, en albañilería, en carpintería: lo típico de todos los migrantes. Era para subsistir, para comer. Ese primer momento en el país, donde vivíamos los tres en un solo cuarto, fue muy difícil. Además, el choque cultural fue bastante fuerte. No esperaba que me trataran como un rey, pero los maltratos han sido fuertes.
Un ejemplo es la explotación laboral: trabajé en un restaurante desde las 8 de la mañana hasta las 8 de la noche y nos pagaron 8 dólares; a la muchacha que trabajaba conmigo solo 6. Así que, al final del día comíamos mis dos amigas y yo con un solo dólar. Compramos 50 centavos de arroz, dos huevos, una cebolla y un tomate y con eso hacíamos un invento de comida. ¡Gracias a Dios comíamos! Después uno se acostaba en la cama, pensando como el otro día voy a volver a aguantar tanto tiempo de trabajo por tan poco dinero. Pero era un trabajo, porque sino ¿cómo vivimos? Cosas como esas nos pasaron varias veces en Quito.
Seis meses después encontramos una paisana cubana que nos dio la oportunidad de trabajar en un callcenter. No tuvimos mucha fe, porque en otro callcenter tampoco nos pagaron. ¡Habíamos sido usados! Esa vez fue un referente de nuestra tierra y sentimos confianza. Ahí nos fue un poco mejor, tanto en la economía como en la estabilidad laboral. Así también las preocupaciones fueron hacia atrás y de a poco nos instalamos más y más.
Desde mi llegada en 2018 no he salido de Quito. Lo que me interesa es pagar el arriendo, poder mandar veinte dólares al mes a mi familia -algo es algo- y poder comer. Por eso también sigo trabajando en restaurantes, aunque el trato sea pésimo. Tengo que adquirir clientes en la calle, y por haber estado parado tanto tiempo me han salido varices en las piernas, que son bastante dolorosas.
Hace unos meses a través de la agencia de la ONU para Refugiados (Acnur) salió la oportunidad de estudiar cine con la Fundación Aldea. Desde entonces mejoró mucho nuestra situación. Nos sentimos en un espacio muy seguro, contenido, y durante la pandemia nos mantuvo bastante entretenidos. Nos dio un giro para bien. Incluso nos dieron un estipendio para estudiar. ¡Estoy súper agradecido por eso! Hasta ahora ha sido lo mejor que me ha pasado en Ecuador.
Ademas, gracias a Acnur y la Fundación Alternativas Latinoamericanas de Desarrollo Humano y Estudios Antropológicos (Aldhea) pudimos realizar tres cortometrajes: „Cuando llego a Casa“, „San Lukas“ y „Mientras Duermes“. Con el primero participamos en tres festivales internacionales y hemos recibidos muy buenas criticas.
Texto: Romano Paganini
Fotos: Ramiro Aguilar Villamarin
Edición y producción: Belén Cevallo & Romano Paganini
Web y Redes Digitales: María Caridad Villacís & Victoria Jaramillo