Marcos Larzabal (41) de Argentina – desde  2011 en Ecuador 

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La vida en Argentina

 

Desde joven me gustó la idea de migrar. Quería conocer otras culturas y ver que se siente si uno está de viaje. Hasta los 19 años vivía en Neuquén, la entrada a la Patagonia en el sur de Argentina. Es una ciudad chica, nada que ver con Quito o con Buenos Aires. Hacía lo típico: jugaba fútbol, los domingos compartía asados con mis amigos y también jugaba al bádminton, que en realidad no es tan típico. Tuvimos torneos en todo el país, incluso con jugadores de la selección y de otros lugares. Ahí hice amigos para toda la vida; con algunos estoy en contacto hasta hoy en día. 

Trabajaba en la fábrica de muebles de mi papá, aunque al principio no me gustó, luego, cuando estudié diseño me empezó a gustar. De todas maneras me quería ir a otro lado, a Europa quizá, por lo moderno. Quería ver si sobresalgo, porque de Argentina estaba cansado y tampoco veía una perspectiva.

 

“Me quería ir a otro lado, a Europa quizá, por lo moderno. Quería ver si sobresalgo,
porque de Argentina estaba cansado y tampoco veía una perspectiva.

 

El primer viaje fuera de mi país fue a Estados Unidos en 2001. En esa época el dólar valía lo mismo que el peso. Así que, llegué por $400 a Miami, ¡era un chiste! Me quedé seis meses y después volví a la casa de mis padres en Neuquén, poco antes del colapso económico. Luego, empecé otro estudio, el de hidrocarburos. Es que, en la zona donde yo me crié hay muchos petroleros, por eso elegí esa carrera.

Tres años después me salió la oportunidad para trabajar en las Islas Canarias, en España. Una de estas casualidades de la vida, parecido a como conocí unos años después a mi esposa. En las Canarias me pidieron cambiar fibra óptica para un observatorio inglés. Y a pesar que este laburo no tenía nada que ver con lo que estudié, me quedé casi un año allá. Me llevé súper bien con mi empleador, un viejito de Londres, y la isla también me gustó. No quería volver a Argentina. Cuando volví a Sudamerica, seguí viajando, ya sea : en avión, barco o bus, a Uruguay, Brasil o a otras provincias dentro de Argentina. Fui nómada, sin lugar donde establecerme.

Alrededor del 2010, o sea unos años después que salió Facebook, estuve buscando una amiga de la secundaria, pero me equivoqué en las letras de su apellido. Entonces, aparece la foto de Adriana, que ahora es mi esposa. Me gustó desde ese momento, y le escribí un mensaje por interno. Quería charlar con ella, sabiendo que vivía en Quito y no iba a pasar nada. Además, ella tardó dos semanas en responderme. Empezamos a charlar, y bueno, en enero del 2011 me vine por acá, justo antes de su cumpleaños. Solo traje una mochila con ropa, el enamoramiento y la esperanza de encontrar trabajo. Miedo no tenia, porque venía con las experiencias en Estados Unidos y en España, sabiendo que un día me iba ir de Argentina.

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Tejiendo amistades para toda la vida: Marcos Larzabal (derecha) junto a compañeros del bádminton durante un torneo en el año 2008 en Ezquel, al sur de Argentina. – FOTO: Hamilton López

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La vida durante la migración

 

El inicio en Ecuador fue difícil porque no conseguía trabajo y estaba todo el día en casa. Me fui de una a convivir con Adriana. Hasta ese momento nos conocíamos solamente a través de una pantalla y claro, teníamos diferencias culturales que me costaban. Por ejemplo, ella acostumbraba amanecer con sus amig@s. A mí me pareció raro ese hábito y tuvimos nuestras discusiones. Después de un tiempo me acostumbré y amanecía con ell@s.  

Los primeros tres años en el país estuve sin papeles. Era imposible ponerme en blanco, porque Migraciones pedía muchas cosas como un contrato de trabajo y legalizar todos los títulos de Argentina. Cada tramite era un gastadero de dinero. Me acuerdo, que para conseguir los papeles después del nacimiento de mi hija, gasté como quinientos dólares en trámites, inclusive tuve que gastar en un pasaporte de emergencia.

Entonces, empecé a vender ropa por mi cuenta. Era ropa de Ecuador y de China que compré en el sur de Quito y vendía por internet. No era mucho el dinero que ganaba, pero al menos tenía una entrada. Y como si fuese poco, cinco meses después de mi llegada, mi mujer perdió su trabajo junto a otras personas que también fueron despedidas de una petrolera. Lo bueno de eso fue que con la liquidación nos compramos un bar en La Ronda, el barrio en el Centro de Quito, del que me enamoré desde que lo conocí.

 

“Pero cuando al año Adriana se quedó embarazada decidimos de cerrar el bar
en Quito, más que nada para evitar el trabajo de noche. Ella quería algo más tranquilo.

 

Fue una buena época con muchos turistas de Europa, sobre todo de Inglaterra. A ell@s les gustó nuestro bar porque pusimos música de rock. A la vez había vecin@s que se enojaron, porque antes se tocaba vallenatos de Colombia. Me decían: “¡Vienen estos gringos a cambiar la música y la cultura de nuestra ciudad!” Yo les respondía  que soy de Argentina y no de Estados Unidos, pero no ayudó. A pesar de haberme hecho amigo de mucha gente en la zona, también tenía varias peleas. Un día incluso vino un funcionario del Municipio que se emborrachó y no quiso pagar la cuenta. Al final se puso a mear en el pasillo del bar. A pesar de esto, fueron buenos momentos, también económicamente. Pero cuando al año Adriana se quedó embarazada decidimos de cerrar, más que nada para evitar el trabajo de noche. Ella quería algo más tranquilo.

Yo me quedé otra vez sin trabajo y en unos meses iba a nacer Camila. Me decía: ¡Voy hacer lo que venga! Como el primo de mi esposa también estaba sin labor, fuimos a vender sándwiches en el parque El Ejido. Lo que no vendíamos regalamos a la gente sin comer. Lo hicimos casi un año hasta que la diseñadora de Puembo que hacia los muebles de nuestro bar, volvió a escribirme para que colabore con ella. Y poco después, a través de un conocido, agarré un trabajo para fabricar 500 puertas para un edificio en la Gonzalez Suarez. Durante los primeros meses el pago fue bueno, pero los últimos cuatro o cinco ya no pagaron. Y eso que mi esposa y yo estábamos con el préstamo para el auto. En fin, de alguna manera salimos también de esta situación. Mientras tanto establecí más contactos laborales que son importantes para conseguir trabajo.

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Marcos Larzabal necesitó años para establecerse económicamente en el Ecuador: una selfie de buenos tiempos, juntos a su esposa Adriana y su hija mayor durante una salida al cine en Quito, 2016. – FOTO: Hamilton López

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La vida actual en Ecuador

 

Me costaba adaptarme a Ecuador. La forma como pensamos nosotros es distinta a como piensan aquí. Por ejemplo, era difícil de aceptar que todo se hace con mamá y papá. En Argentina cumples 18 años y te vas de la casa. Acá los padres de tu pareja se siguen metiendo, aunque ya sos grande. Por momentos me sentía acorralado, porque no podía hacer lo que quería sin consultar a la familia. Pero es como con todo, me acostumbré y ahora el compartir con toda la familia me gusta. Convivimos con mi suegra que nos ayuda con la más pequeña, que recién cumplió tres años.

Después de años dependiendo de otros ahora tengo mi propio taller a unas tres cuadras de mi casa. Construyo muebles de diseño y decoración. Algo que se vende bien son las lámparas hechas con tubos de agua o de madera.

Durante la pandemia tenía full trabajo. No sé si es porque la gente se quedó en casa, aburriéndose de sus muebles, pero me llamaban muchas veces para hacer muebles de televisor o para que les decore la casa. Gracias a mi suegra, que me prestó parte de su casa, tengo ahora este taller con máquinas, donde estuve trabajando todo el año, últimamente más y más junto a arquitectos.

 

“Lo que aprendí en estos diez años en Ecuador es que a donde vayas,
vas a tener que aprender desde abajo. Te va tocar remar y ser humilde.”

 

Con el cambio de gobierno en el 2017 mi mujer perdió otra vez su trabajo e íbamos a probar suerte en Argentina. Vendimos el auto y aprovechamos que mí viejo tenía mucho trabajo en su fábrica de muebles. Pero apenas llegamos empezó la devaluación del dólar, y los precios cambiaron día tras día. Después de cuatro meses Adriana volvió a Ecuador con las gorditas, ya que acá es una economía dolarizada y por lo tanto más estable. Se supone. Yo terminé el laburo con mi papa, mandé lo que pude a Ecuador y después de ocho meses estaba de vuelta en Quito. Si nos cambiamos ahora sería dentro de Quito, y nuevamente a un conjunto. Aquí nos sentimos seguros y las niñas pueden jugar en la cancha o verse con sus amig@s sin miedo.

En general la gente aquí me ha tratado bien. Inclusive he tenido ventajas por mi acento de extranjero por ejemplo, cuando trabajé en ventas. A las personas les dio curiosidad y vendía bien. A la vez fui explotado en diferentes trabajos, aun teniendo papeles. Lo acepté para juntar experiencias y para ayudar a la familia. En algunos momentos también sentí discriminación. En un trabajo no me llamaron por mi nombre sino me decían “Argentino o Che boludo, vení”

Lo que aprendí en estos diez años en Ecuador es que a donde vayas, vas a tener que aprender desde abajo. Te va tocar remar y ser humilde. Nosotros argentinos a veces somos medio agrandados, y me ha pasado con gente de mi país, que dicen “yo me voy por allá, y me hago millonario”. Después la realidad es otra. La verdad tengo poco trato con argentinos, siempre se juntan para criticar y dicen, este es un país de mierda.  Es lo mismo como en Argentina. Y a mí no me gusta entrar en esa onda.

 

Texto: Romano Paganini

Fotos: Hamilton López

Edición y producción: Belén Cevallos & Victoria Jaramillo

Web y Redes Digitales: María Caridad Villacís & Victoria Jaramillo

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