Luzmila Álvaro  (54) de Venezuela – desde 2017 en Ecuador

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La vida en Venezuela

 

Nací en Caracas – Venezuela. Me casé muy joven, a los 17 años, tras culminar el bachillerato. Tuve mis dos hijos allá. Cuando mis hijos estaban más grandes empecé a trabajar en distintas empresas en el área hotelera. Había bastante turismo en esa época. La gente viajaba mucho de ciudad a ciudad cuando era festivo o los fines de semana. Vivíamos bien. Hacíamos reuniones con amigos en la casa, íbamos al cine, a beber helado o simplemente salíamos a algún lado.

Se vivía bien antes de que llegara al gobierno Hugo Chávez. Venezuela siempre fue un país de emigrantes. Había muchísimos extranjeros establecidos en el país, muchos ecuatorianos también; pero cuando llega Hugo Chávez al país  empezaron abruptamente los cambios. Se cerraron muchas empresas y comenzó a faltar el trabajo. Se deterioró todo muy lentamente. Su gobierno lleva casi 21 años en el poder, yo nunca voté por él. 

En el 2014, mi hijo se había acabado de graduar de contador público y las cosas se estaban poniendo un poco feas en Venezuela. Por eso quiso explorar en este país (Ecuador) y viajó para acá, también aquí tenía unos amigos que ya estaban establecidos. Empezó a trabajar en una empresa. Yo me quedé en mi país y seguí trabajando en la zona hotelera; pero después del fallecimiento de Hugo Chávez (2013), las cosas empeoraron. Entró Nicolás Maduro al poder y la comida faltaba, no había los productos de primera necesidad. La gente no conseguía gasolina, la moneda la devaluaban cada vez más. Hoy en día el bolívar no tiene ningún valor.

Recuerdo que primero empezaron a escasear los productos en los centros, en la tiendas; pero luego aparecieron con precios más altos y exsorbitantes. El dinero no alcanzaba para comprar nada. Llegó un momento en que ya no había ni los productos, no había comida y no había los accesorios de higiene. No se conseguían toallas sanitarias para las mujeres o los pañales para los niños. Las mujeres que tenían bebé pasaban muchísimo trabajo porque no lograban encontrar los pañales. La gente hacía pañales de tela improvisada. 

La gente se tuvo que reinventar muchísimas cosas porque no había alimentos. No se conseguía harina de maíz para las arepas. Uno se reinventaba las arepas, las hacía con yuca, con papas o con lo que había.  La gente se acostaba sin cenar a veces o hacíamos solo una comida diaria porque no se conseguía nada en los supermercados. Uno iba allá y las alacenas estaban vacías. En las carnicerías, no había carne en las neveras. Las personas iban a los hospitales y no conseguían unos analgésicos, ni una inyección. Las parturientas daban a luz afuera de los hospitales. Todo estaba resquebrajado. Y con la escasez vino la inseguridad. Todos empezaron a migrar a diferentes países del mundo.

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En 2016 la harina de maíz empezó a faltar en Venezuela, el país de origen de Luzmila. Ella observó como la gente se reinventaba la forma de hacer arepas, un comida típica. Lo hacían con yuca o papá. – FOTO: Hamilton López

 

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La vida durante la migración

 

Ecuador fue mi primera opción porque mi hijo mayor vivía aquí desde el 2014. Él me decía ʺmamá vente, vende todo y venʺ. Los últimos días antes de dejar Venezuela fueron muy tristes porque nunca piensas salir de tu país de origen sin retorno, uno siempre está pensando en viajar, ir a algún país y regresar, pero establecerse en otro país como ahora nunca se nos pasó por la mente.

Por eso yo seguía viviendo en Caracas, pero la inseguridad era terrible, no se podía salir en el subterráneo. Me atracaron dos veces en el metro de Caracas. Un día fui víctima de un asalto horrible, en la madrugada cuando salía a trabajar me atacaron, me robaron y me botaron al piso. Ese día decidí que debía irme. 

Nos tuvimos que despojar de muchas cosas para poder tener algo de dinero y venir aquí con algo más de plata. Cerramos el apartamento. Eso es lo que ha hecho mucha gente, pero yo no lo vendí porque tengo siempre la esperanza de regresar. Fue triste tener que dejar amigos y familiares que todavía están allá porque no pudieron salir por el poco valor adquisitivo que tenían. Es triste abandonar lo tuyo.

 

“Fueron tres días de viaje. Solo traje la maleta con ropa y una laptop, quería traer otras cosas,
pero el temor de que había tanta inseguridad en el camino no me permitió.

 

Yo me vine a Ecuador justo el 21 de diciembre de 2017 y llegué aquí el día 23, quería pasar la Navidad en paz porque había mucha zozobra en Venezuela. Quería buscar una mejor calidad de vida porque allá se vivía en una angustia permanente. Me vine con una amiga en bus, pagamos aproximadamente 250 dólares. Fueron tres días de viaje. Solo traje la maleta con ropa y una laptop, quería traer otras cosas, pero el temor de que había tanta inseguridad en el camino no me permitió. Aparte yo le decía a mi amiga: “yo calculo que en un año toda esta pesadilla va a pasar. En un año nos estamos devolviendo”, pero lastimosamente no fue así. 

Entramos por Rumichaca (frontera sur de Colombia con Ecuador), llegamos como a las 4:00 de la mañana en el autobús. La ruta estaba sola, no había ese río de personas que hay hoy en día. Siempre recuerdo a la persona de migración, que nos dijo: ¡Bienvenida al Ecuador!, creo que hoy día ya no le dicen bienvenido a nadie. 

En el terminal de Rumichaca estaba mi hijo que nos esperaba y nos trajo a Quito. Mi amiga se fue donde sus familiares en Carapungo, norte de la ciudad y desde que llegué siempre hemos vivido en este departamento (centro norte de Quito).

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En diciembre de 2017 Luzmila viajó tres días vía terrestre para llegar a Ecuador.  Una maleta de ropa y una laptop trajo consigo para empezar su vida fuera de su país. – FOTO: Hamilton López

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La vida actual en Ecuador

 

Al principio cuando empecé a buscar trabajo por aquí, en hotelería y turismo, en el área donde estaba trabajando en Venezuela, me decían que necesitan una persona, pero venezolanos no. Entiendo que han venido muchos venezolanos a cometer delitos, a robar, a hacer cosas terribles, por eso nos han echado la culpa a todos. Eso ha sido muy duro aquí, la xenofobia. 

También se me complicó conseguir trabajo por la edad, no me contrataron. Estuve un tiempo sin hacer nada. Luego salí por allí a hacer ventas de café porque de alguna manera tenía que ayudar a mi hijo con los gastos del apartamento. Un día iba a vender café y empanadas, otro día chocolate.

En la calle había un poquito más de solidaridad de parte de los ecuatorianos, no había tanta xenofobia. Yo iba a las ferias de ropa en algunos puntos de la ciudad y algunas personas me compraban y sentía el apoyo de esos vendedores ecuatorianos. Siempre me decían: “pasa por aquí mañana, tráenos café, chocolate”. A veces era como un aliciente escuchar que ellos te decían: “tranquila, trabaja como puedas. Aquí tienes el apoyo nuestro”, entonces eso me tranquilizaba un poco. Después de vivir cinco años acá en Ecuador, creo que el ambiente ha mejorado un poco.

Vendí todo el tiempo hasta que llegó la pandemia covid-19.  Con mis ventas de café y chocolate y con alguna ropa que vendía logré hacer algunos ahorros, pero con el confinamiento todo se esfumó porque había que estar comprando comida. Desafortunadamente, esos ahorros se fueron, pero con eso pudimos mantenernos un tiempo.

Después del confinamiento no volví al trabajo de vender alimentos en la calle porque migración me paraba mucho y me daba miedo que me fueran a deportar, entonces ya no veía con buenos ojos lo de la economía informal. Decidí no seguir en eso, aunque ya estaba regular aquí. Tengo visa permanente. 

 

“Mientras yo sí quiero regresar. Todos los venezolanos que estamos aquí tenemos
la esperanza de que la situación cambié algún día (…) y podamos regresar. “

 

Algunas amigas estaban buscando trabajo como domésticas en algunas casas y tuve la suerte de que un abogado me dijo que necesitaba una persona, ya tengo año y medio trabajando con él y también con otras personas. Las personas me pagan 25 dólares diarios por el arreglo de casa. Ingreso a las 09:00 de la mañana  y salgo a las 4:00 de la tarde. Algunos me dan el pasaje y el almuerzo. Es un trabajo esporádico, no es constante. Unos me llaman una vez al mes o hasta cuatro, pero a veces paso dos meses sin que me llame nadie.

Recuerdo que hubo un tiempo en la pandemia que no me llamaba nadie porque había el temor de la gente por el covid, que era natural; pero en esos días si nos la vimos fea porque no me llamaba nadie para que le hiciera limpieza. Esos días pasaba en casa, me encantan las plantas, las cuidó y las riego. 

Mi hijo tenía un trabajo como contador en una empresa desde el 2014, pero con esta situación su trabajo es esporádico. Es un trabajo que hace con algunas personas, no como antes que cumplía un horario diario en una oficina.

Mi hijo dice que no desea volver a Venezuela, él se quiere quedar aquí. Él dice que le da temor ir a Venezuela por lo inseguro que está. Hace poco me dijo: “por ahora no está en mis planes regresar a Venezuela, aunque se acabe el gobierno dictatorial”. Él me dice que se dará un tiempo para regresar. Mientras yo sí quiero regresar. Todos los venezolanos que estamos aquí tenemos la esperanza de que la situación cambié algún día, que el gobierno que está allá se acabe en algún momento y podamos regresar. Todos lo que estamos aquí tenemos esperanza de que eso ocurra pronto.

 

Texto: Mayra Caiza

Fotos: Hamilton López

Edición y producción: Belén Cevallos & Victoria Jaramillo

Web y Redes Digitales: María Caridad Villacís & Victoria Jaramillo

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