En Ecuador, durante los doce días de paro, se mostró mucho la violencia que desató la protesta, pero poco la violencia que implica el programa económico del Fondo Monetario Internacional: contaminación por nuevos pozos petroleros, despojo en los territorios y desprecio a las comunidades indígenas. Un análisis, escrito por la socióloga Andrea Sempértegui, sobre la violencia en los territorios, que no tiene lugar en la memoria colectiva del país.
17 de octubre de 2019. – Es jueves, diez de octubre. En el Ágora de la Casa de la Cultura Ecuatoriana hay asamblea popular. Mientras el Palacio de Gobierno está abandonado por el mandatario Lenin Moreno, quien para ese entonces había mudado la Presidencia a Guayaquil, el líder indígena Leonidas Iza entona “el Estado es sostenido por nuestro trabajo”. En efecto, el país estaba paralizado. Las manos reproductoras de alimentos marcharon a Quito o paralizaron las vías. Las demandas de Leonidas Iza y de la gente movilizada: “¡Fuera el Fondo Monetario Internacional! ¡El paquete económico es un acto violento! ¡El paquetazo es violencia y, por eso, genera violencia!”
Sí, el paquete económico es violento.
En la mañana del día anterior, un grupo de mujeres llamado “Comité de Mujeres Ecuayork” ocupó el lobby del edificio del Fondo Monetario Internacional (FMI) en Nueva York. Una de sus pancartas decía: “¡Ni Moreno ni Correa, la lucha pertenece al pueblo!” Ellas concuerdan con Leonidas Iza en que las medidas neoliberales dictadas por Moreno generan violencia. Sus cuerpos, sus historias de vida lo recuerdan. “Muchas de nosotras hemos migrado forzadamente por la crisis económica”, dice su comunicado. “Y el decreto 883 afecta a las personas trabajadoras, a las mujeres que trabajan sin remuneración en casa y a los empleados con contratos ocasiones cuyo salario mínimo se vería reducido. Es una repetición de medidas violentas impuestas por el FMI en el pasado”.
“Libertad” en términos neoliberales
La violencia de los programas de ajuste estructural, dictados por el FMI, ha dejado una multiplicidad de rastros. Eso queda claro a l@s que recuerdan las destituciones presidenciales de los años 90 en Ecuador, y „forja la memoria“ de l@s que ahora somos jóvenes. Much@s despedimos a nuestr@s abuel@s, ti@s y prim@s cuando migraron a España hace ya dos décadas.
Sin embargo, no tod@s canalizan la memoria por el mismo lado. Tenemos memorias vaciadas y acomodadas, como la del Vicepresidente de la República, Otto Sonnenholzner, quien aseguró que las nuevas medidas económicas buscan “hacer lo correcto, por encima de lo popular”. Para él, parece que “lo popular” no entiende de política y, por ende, no debe gobernarse a sí mismo. Tampoco faltan las memorias rancias de much@s periodistas y comentaristas del diario El Comercio o El Universo, quienes no sólo corroboran el discurso oficialista del espero que la ciudadanía sepa comprender, pero aseguran que no hay de otra. Es que, sí pues, dicen en unísono invocando sin querer queriendo el mantra de Margaret Thatcher: ¡No hay alternativa! Fueron ella -como primera ministra británica (1979-1990)- y gobiernos como el de Ronald Reagan (1981-1989) en Estados Unidos quienes hicieron evidente una nueva ética, un nuevo “sentido común” para legitimar el mecanismo de despojo contemporáneo: la ética de que no hay alternativa al neoliberalismo para un mundo en “libertad”.
En serio, ¿tan colonizados estamos? O, ¿tan acostumbramos a la violencia?
En América Latina son suficientes los ejemplos para darnos cuenta que la “libertad” de algun@s se ha establecido históricamente sobre el despojo violento de otr@s. Es más, hoy en día la violencia neoliberal es tan abundante y tan explícitamente entrelazada con la violencia patriarcal, racista y colonial en el continente, que se debe analizar en conjunto. Nos basta presenciar lo que ocurre ahora en Argentina, donde las medidas neoliberales del presidente Mauricio Macri no sólo que han empobrecido más a la población, sino que van acompañadas por un aumento inaudito de feminicidios. O lo que pasa en Brasil, donde Jair Bolsonaro ganó las elecciones combinando un discurso amigable para el mercado inversionista con un conservadurismo extremo que ha provocado la agudización de la violencia en todo sentido. O por último, tiremos los ojos a Estados Unidos, donde el presidente Donald Trump cultiva el racismo y la violencia contra l@s migrantes mientras avanza la agenda neoliberal cortando más impuestos para los millonarios y desmantelando un sin número de agencias estatales.
Cabe recordar que lo que los ojos quiteños estamos viendo por primera vez
en la historia reciente de la ciudad, ese despliegue de violencia inesperada,
lo han visto otros ojos desde siempre.
Mientras escribía este texto, mis amig@s de Ecuador me contaban que el gobierno había mandado un helicóptero con municiones cuando ellos protestaban a la entrada de la Asamblea Nacional con los brazos arriba en acto pacífico. La imagen -que recorrió por las redes sociales- de l@s protestantes huyendo después de que los militares decidieran lanzar bombas lacrimógenas y esquirlas se quedará en nuestras memorias. El Estado ecuatoriano, como pocas veces, actuó de forma aterradora. Al menos en Quito.
Cabe recordar que lo que los ojos quiteños estamos viendo por primera vez en la historia reciente de la ciudad, ese despliegue de violencia inesperada, lo han visto otros ojos desde siempre. No nos extendamos tanto en la historia de este país colonizado, nos faltarían páginas para hablar sobre lo que otros ojos han visto. Solo hay que recordar algunos ejemplos recientes para alcanzar la memoria a corto plazo de cualquier fidedigno ciudadano:
Macas, Nankintz, Tundayme.
– respiren –,
Bosco Wisum, Freddy Taish, José Tendetza.
¿Será que ya se olvidaron? ¿O nunca se enteraron?
No se preocupen, l@s compañeros indígenas amazónic@s, quienes también llegaron a Quito a protestar, son memoria viva de los hermanos Shuar asesinados. Ell@s saben que no solo sus territorios son asechados por el capital mega-minero, pero que sus vidas se han vuelto desechables para el Estado extractivista. Ell@s recuerdan cómo el profesor Bosco Wisum fue asesinado hace diez años en un enfrentamiento con la policía cuando este protestaba con el pueblo Shuar en Macas en contra de la ley de aguas y a favor de declarar la Provincia de Morona Santiago libre de minería y de actividad petrolera. Ell@s también recuerdan cuando el joven Shuar Freddy Taish fue asesinado a manos de oficiales del ejército ecuatoriano durante uno de los, ahora recurrentes, “operativos en contra de la minería ilegal” en 2013. Ell@s nunca olvidarán cuando el líder Shuar José Tendetza fue hallado muerto de manera violenta en el contexto de su resistencia al proyecto minero a gran escala Mirador de la empresa china ECSA en 2014. Ell@s nunca olvidarán a sus líderes asesinados, ni cómo sus casitas fueron destruidas por las retroexcavadoras en Tundayme, ni tampoco los llantos de sus hij@s y de la mujer Shuar que tuvo que dar a luz a su bebé mientras era desalojada de manera violenta de su territorio en Nankintz.
El Parque Nacional Yasuní está en la mira
Es por eso que ell@s no vienen a protestar solamente en contra de las medidas anunciadas hace dos semanas por el gobierno. Ellos vinieron a hacer escuchar sus voces en contra de la violencia sistemática que el avance de proyectos extractivos petroleros y mega-mineros ha causado en sus territorios. Ell@s saben que el ajuste estructural neoliberal, dictado por el FMI, seguirá asechando sus territorios con más fuerza. En efecto, para el Estado, la concesión de bloques petroleros y yacimientos mega-mineros es crucial para obtener ingresos y cumplir con el mantra de la “disminución del déficit fiscal” comprometida con el FMI. Es por esto que el país decidió salirse de la OPEP (Organización de Países Productores de Petróleo) y no tener que cumplir con los límites de producción petrolera de esta organización, alineándose así también con Estados Unidos. El Ministro de Hidrocarburos, Carlos Pérez, declaró la misma semana del anuncio de las nuevas medidas económicas que habrá una nueva licitación petrolera en noviembre. Los bloques petroleros dentro del Parque Nacional Yasuní están en la mira.
El ciclo de despojo continúa.
La violencia estructural se magnifica.
La mega-minería es el nuevo horizonte de la patria de Lenin Moreno.
Pero los ojos mojigatos se escandalizan con facilidad. Desde la moralidad exagerada equivalen los daños materiales en el centro de la capital con “violencia de los indígenas”. Es más, los 4 Pelagatos de la revista digital con el mismo nombre, tan buena gente que son, nos aleccionan y recuerdan que “la violencia no es la vía para protestar”. El racismo no tiene límites.
Si supieran lo que han visto los ojos de Macas, Nankintz y Tundayme.
Ahí han de pensar que Nankintz y Tundayme solo fueron posibles a causa del gobierno del expresidente Rafael Correa. Pero ahí mismo hay que recordarles que, echarle la culpa a un gobierno que dejó intocable a gran parte de la oligarquía económica del país, es olvidarnos que el extractivismo no llegó con Correa. El extractivismo llegó aquí con la blancura de nuestra historia buscando oro y canela hace más de 500 años, siguió con las ‘correrías’ del caucho cuando nos convertimos en República, y continuó con la extracción del primer barril de petróleo bajo la dictadura militar de Guillermo Rodríguez Lara en 1972. Sobre esos cimientos se asentó el Estado neo-desarrollista de la Revolución Ciudadana de Correa. Un Estado que siguió llamándose de izquierda a pesar de expandir las fronteras extractivas, reprimir con brutalidad a los movimientos sociales que lo posesionaron, e incluso enunciarse abiertamente patriarcal declarando la guerra a la “ideología de género”.
Cuando cayeron los precios del petróleo, Correa siguió utilizando la retórica de la “larga noche neoliberal” y reemplazó los préstamos del FMI de los noventas por los préstamos y prebendas petroleras al gobierno chino. Ahora volvemos al FMI con Moreno, ex vicepresidente de Correa durante seis años (2007-2013). El ciclo de despojo continúa. La violencia estructural se magnifica. La mega-minería es el nuevo horizonte de la patria de Moreno.
Política de la rexistencia
Es por esto que la derogatoria del decreto 883 por parte del gobierno, después de un diálogo con el movimiento indígena que se transmitió públicamente, es una victoria. Es una victoria porque invade con fuerza el ciclo de despojo y dobla el brazo de aquellos que justifican la violencia estructural en nombre del “sentido común”. Es una victoria porque, a pesar de que la fuerza estatal nos mostró con brutalidad que es capaz de todo para imponer los dictámenes de las élites mundiales, nos hizo rebasar nuestros propios límites para sostenernos desde las ciudades en cuidados, en resistencia y en solidaridad con el movimiento indígena. Es una victoria porque, a pesar de que todavía no conocemos sus alcances, fue un momento extrañamente político para un país adormecido.
La política que emana de estas últimas semanas es, sin lugar a dudas, la política más allá del haber logrado que quiten temporalmente las medidas neoliberales del decreto 883 y más allá de la política rancia del demócrata que dice lleguemos a un acuerdo. Es una política que no conocemos bien todavía, que nos interpela hasta la médula, por eso nos da miedo. Es una política que se ha ido cuajando por mucho tiempo en aquellos territorios y espacios de vida que no son reconocidos como políticos. Es la política de la rexistencia, la política en clave re-existente porque ha aprendido a reproducir la vida en escenarios de ocupación colonial, patriarcal y extractivista.
Esta es la política que nos devuelve los imaginarios rebeldes y que nos enseña que los gobernantes no deberían mandar sin obedecer. Estos son los imaginarios que la racionalidad neoliberal quiere exterminar, pero no lo ha logrado todavía. Por la irrupción de esos imaginarios en nuestras vidas, por todo lo que nos enseñan, decimos hoy: gracias compañer@s indígenas. Seguimos alerta, seguimos en la lucha.
Texto: Andrea Sempértegui
Ilustracíón: El Polako