“En vez de ser guardianes, destruimos”

Julio Acosta escribe en su libro “Teología de la ternura” sobre pecados ecológicos y la necesidad de un cambio profundo. El sacerdote de la República Dominicana habla en la entrevista sobre Dios y el mundo, fe y humildad y porque para él la ecología sin espiritualidad no tiene ningún sentido.         Quito. – Lo primero que Julio Acosta dice, incluso antes de la primera pregunta es: “No es fácil”. Es la voz apagada de un hombre que no le fue sencillo viajar a Quito. Julio Acosta es seguidor de la Teología de la Liberación, movimiento cristiano que tiene sus diferencias con la ortodoxia oficial de la Iglesia Católica. Las tensiones entre ambas líneas de pensamiento, especialmente en países católicos como República Dominicana, se manifiestan cuando alguien genera nuevas perspectivas – como las del Padre Acosta. Sin embargo, el sacerdote diocesano y cofundador del Servicio Solidario Dominicano-Haitiano (SSDH, hoy en día Casa del Caribe-Inc), se encontró, finalmente, en la capital Ecuatoriana, participando con otros representantes de la Teología de la Liberación de varios países del mundo. Razón del encuentro el año pasado fue el treinta aniversario del fallecimiento de Monseñor Leonidas Proaño (1910-1988), obispo Ecuatoriano que luchó por los derechos de los indígenas. Hasta hoy en día, Monseñor Proaño sigue siendo un referente, aportando con su doctrina de la liberación el poder a los laicos y no tanto al clero. Entre otras críticas Julio Acosta plantea que “cuando la gente ha estado fijada en un nivel de tradición, sea doctrinal o en otro aspecto, difícilmente quiere moverse hacia otra dirección”. Julio Antonio Féliz Acosta, conocido como Julin, hace décadas trabaja con los laicos de distintas parroquias de República Dominicana y de Haití, como parte de un movimiento cristiano que busca la liberación de los poderes hegemónicos. “La iglesia”, dice el Padre Julin, “tiene que desafiarse y auto revisarse para que vea en qué medida puede ser instrumento y mensajera del evangelio liberador”. Él, por su parte, empezó con la revisión de la lengua imperante y considera en su libro “Teología de la ternura” una epistemología poco convencional, usando términos como suelocidio, pecado ecológico o ecología espiritual. El hombre de 70 años propone en su obra un cambio contundente en la conducta del ser humano: “La crisis ecológica conlleva la revisión crítica profunda y correctiva de las disfunciones y distorsiones de la economía, y del modelo de desarrollo. Esta inaplazable revisión es imperativa del estado cultural y moral del hombre. (…) Tales crisis conducen a replantear un nuevo estilo de vida, caracterizado por la sobriedad y la solidaridad (de esta manera) la crisis actual se convierte en ocasión de discernimiento y de nuevas proyecciones”. Julín, usted crítica la doctrina de la ortodoxia oficial, o sea la misma doctrina por la cual usted como sacerdote también tuvo que pasar. ¿Cómo superó esa doctrina y logró abrir su mirada? Por más que uno ha pasado por los estudios, las escuelas y el sistema eclesiástico, uno anda también de la mano con la otra parte del Pueblo de Dios, que no pasa por este sistema (se ríe).   ¿Se puede explicar? Cuando uno está manteniendo la caminata con la parte laica del Pueblo Dios, con la gente que mantiene una práctica de vida cristiana, uno se convierte y quiere que parte de su vida corra al lado de estas personas. Ellos que siguen confiando en la fuerza mística de Dios, viendo que Dios se está revelando a través de ellos. No sólo entre ellos mismos, sino también desde ellos hacia uno. Eso es lo que más me ha ayudado: Estar en contacto con el testimonio diario de humildad y sencillez.   La humildad y la sencillez, ¿las ve necesaria para poder vivir lo que usted considera la ‘Teología de la Ternura’? La motivación de ese libro es para que los lectores lleguen a descubrir que, en la práctica pastoral con la gente Dios Amor se revela en ternura. Si hablo de ternura me refiero a la expresión vital de Dios que se manifiesta en la creación de todos los seres vivientes. Y por supuesto, la práctica de la fe es más llevadera y más realizable en el campo que en las ciudades, en donde se mantiene una vida de consumo, de confort, de propiedad y de todo lo que ese estilo urbano envuelve a la gente. También es más fácil percibir dicha ternura. ¡Claro que sí! Me resulta difícil tener evidencias de ternura en un centro urbano y civilizado con tantos poderes y medios tecnológicos. Al parecer la vida se consume en ese entorno. En cambio en el campo, o en un espacio rural, la gente quiere encontrarse con la gente, no con una máquina. En una parroquia la gente te saluda, conversan, te invitan a su casa, comparten lo que tienen, en otras palabras: expresan su ternura. Igual, Dios está en todas partes, también en las grandes ciudades.
“Creo que sí, a pesar de que en las ciudades pretenden diluirla o destruirla. ¡La ternura está!”
¿Cómo se revela Dios en un lugar sin ternura?  Ternura y amor se manifiesta dentro de relaciones humanas. Dios está esperando que los humanos que tengan esa experiencia de ternura y amor se conviertan aún más en personas. Así pueden ser mensajeros de dicha ternura, aún dentro de los grandes centros urbanos. Es decir, que la gente siga conservando su ternura interna. Creo que sí, a pesar de que en las ciudades pretenden diluirla o destruirla. ¡La ternura está! En ese sentido digo que Dios también está presente. (Pausa) Escribí Teología de la ternura porque pretende ser un ensayo de espiritualidad ecológica… …otro término en su libro que llama la atención. ¿A qué se refiere cuando habla de la ‘espiritualidad ecológica’? En pocas palabras, es el amor vital de Dios a toda la creación: a los árboles, las aguas, las aves, la tierra, las personas y a todo el conjunto de seres vivientes que conforman el cosmos. Todo eso Dios nos ha regalado para que los seres vivientes lo disfruten y que realicen su vida en comunión y armonía con ese conjunto creado. ¿Pero qué hemos hecho? ¿Por qué hoy se habla tanto de la crisis del cambio climático, de la desforestación, del deterioro de los suelos, de la contaminación, del derretimiento de los glaciares? Porque los que tendríamos que haber sido guardianes, veladores y cuidadores, estamos destruyendo. Esa destrucción significa la muerte de lo que intento llamar espiritualidad ecológica. ¿Qué significa? Espiritualidad ecológica significa redescubrir que hay una armonía en la naturaleza.   ¿Algo innato? Sí. Algo que espera y exige (duda) No, exigir  no, solo esperar. Porque la naturaleza es sana, limpia, sin violencia y sin exigencia. Entonces, la naturaleza espera de nosotros que seamos responsables en respetarla y cuidarla. A eso me quiero referir cuando hablo de la espiritualidad ecológica. Para entenderlo bien: El término ‘ecología’ queda en vano… …si no le aplicamos el cuidado espiritual. La naturaleza vive por su energía vital y tiene espíritu que le da energía para vivir. ¿Cuál es el desafío antes del pecado ecológico? El cambio de actitud y, al mismo tiempo, crear un estilo de vida con una modalidad de economía que debería romper con el estilo actual del desarrollo del modelo económico que gobierna, controla y deriva de la globalización neoliberal. El sistema de vida económico capitalista del mercado que nos entrena solo para venderse y comprarse, ha convertido las relaciones humanas en relaciones mercantiles. Entonces, esa expresión destruye la estructura de armonía de la naturaleza, y pone en peligro la supervivencia, no solo del planeta, también de los seres humanos.
“Hemos tenido una ruptura con la civilización regular que tendríamos que tener: una ruptura de la cultura sana, vital, que el Creador nos ha entregado.”
En su libro destaca la separación entre el ser humano y la espiritualidad. ¿Es esta una de las razones de las crisis múltiples que estamos viviendo en las sociedades de consumo? Hemos abandonado la energía vital de nuestros espíritus, la fuente espiritual de nuestra energía que viene del Dios Creador. Y eso no sólo nos afecta a nosotros, sino también a todas las expresiones vitales de la biodiversidad del cosmos, del cual formamos parte.   Nosotros en Occidente, ¿estamos degenerando como civilización? Hemos tenido una ruptura con la civilización regular que tendríamos que tener: una ruptura de la cultura sana, vital, que el Creador nos ha entregado. Y esa ruptura se da en nombre del consumismo. A medida que tengamos más desarrollo económico dentro del modelo que tenemos, vamos a deteriorar y destruir más. En cambio, los pueblos originarios, por ejemplo, dañan menos, y por lo tanto, están más cerca de la espiritualidad ecológica. ¿Dónde ve el papel del Cristianismo? Hay que esperar que el Cristianismo se acerque más a la expresión de la liberación. El Cristianismo tiene que educar a la gente para que la gente se libere. Autor: Romano Paganini Foto principal: Vino a Ecuador por el treinta aniversario del fallecimiento de Monseñor Leonidas Proaño (1910-1988): Sacerdote Julio Acosta de República Dominicana, Agosto 2018, Quito. (mutantia.ch)