Pocho Álvarez es cineasta y activista ecuatoriano, especializado en documentar los impactos que causa la industria extractiva en los territorios y pueblos locales. En la entrevista habla de las falsas promesas de la mega-minería, de la influencia colonial que aniquila los reclamos de las comunidades afectadas y de su preocupación de que en un futuro cercano las ciudades dejen de contar con agua potable.
5 de agosto de 2020, Quito. – Mientras la mayoría del pueblo ecuatoriano se encuentra confinado o restringido por el semáforo rojo o amarillo, dependiendo de su provincia o cantón, la industria extractiva parece tener luz verde. Desde marzo está en construcción una carretera en el Parque Nacional Yasuní para unir plataformas petroleras y en el sur del país las empresas multinacionales mineras están ignorando cualquier medida de seguridad local. Pero, además, existe un intento persistente de estas empresas por acceder a nuevos yacimientos en zonas protegidas.
El último ejemplo es de Pacto, una parroquia del norte de Quito, que vive de la agricultura y del turismo ecológico. Hace unos años, esta región fue declarada por la Unesco como reserva de biosfera; sin embargo, durante los últimos meses ha sido escenario de intervención de una empresa minera -la Melinachango- que pretende llevarse los materiales que están bajo tierra. De hecho, esta empresa ya fue sancionada por la Agencia de Regulación y Control Minero (Arcom), según lo declara Ivonne Ramos, de la ONG Acción Ecológica, en una reciente entrevista con la Coordinadora de Medios Comunitarios Populares y Educativos del Ecuador. Según Ramos, Melinachango no tiene estudios de impacto ambiental y no ha consultado con los l@s habitantes locales. De hecho, fueron ell@s quienes impidieron varias veces el paso de los camiones, denunciando la destrucción de la naturaleza.
Pocho Álvarez en la comunidad de Junín, en la zona de Intag en la provincia de Imbabura, en una asamblea comunitaria frente al ingreso de policías y militares, 2014. Foto: Cristóbal Corral.
Una de las personas que ha acompañado de cerca los procesos extractivos del país es Pocho Álvarez. El cineasta y documentalista quiteño documentó las contaminaciones petroleras en la Amazonia, acercándose a las lógicas de las industrias y los gobiernos de turno. Desde 2007 también ha estado involucrado en documentar la disputa en el Valle Intag en noroccidente, donde el gobierno ecuatoriano y la empresa estatal chilena Codelco quieren construir una mega-mina de cobre. Para contrarrestar esta situación y mostrar lo que causa la minería a gran escala, Álvarez armó el cortometraje “Hatun Pandemia” -La Gran Pandemia- disponible desde mediados de julio en Youtube.
Pocho Álvarez, en su cortometraje se ven más de veinte explosiones relacionadas a la minería a cielo abierto. ¿Por qué esta tormenta de explosiones en un video de menos de catorce minutos?
La idea de este corto es mostrar a la gente de Ecuador con detalle lo que es la minería de gran escala a cielo abierto: la mega-minería.
¿Por qué? ¿Los ecuatorianos no lo saben?
No lo saben. L@s ecuatorian@s nunca han tenido experiencias sobre la explotación minera industrial y no conocen lo que ésta implica. Eso va a pasar en un futuro, dicen, pero no estamos en ese futuro: estas explosiones ya están ocurriendo en el país. Y como la industria minera, especialmente durante estos meses de pandemia, se ha demostrado como la tabla de salvación y el único camino para salir de la crisis, hay que contar lo que ella significa para el país. Porque, en realidad, hay toda una suerte de engaños entre el gobierno y las transnacionales mineras.
¿En qué sentido?
Ni este gobierno ni el anterior han expuesto claramente lo que significa la minería a gran escala, pero lo que ella en realidad significa es la destrucción masiva del entorno, de los ecosistemas, de las fuentes hídricas y, a la final, de la riqueza. Por el impacto y la capacidad de destrucción, la minería es la expresión más calamitosa de lo que significa el progreso. Y Ecuador en este ámbito es como un bebé al que engañan con dulces y con oropeles. Es como una nueva conquista. Los gobiernos actúan sobre la carencia de la gente, sobre la carencia de los jóvenes que viven en el campo, esa carencia histórica que implica una necesidad profunda de salir de la pobreza.
¿A qué se refiere?
Los jóvenes, por ejemplo, aspiran a tener motos y celulares, digamos, los beneficios que este sistema civilizatorio suele dar o prometer. La minería entra con este tipo de propuestas, pero no solamente realiza promesas, sino que hace que los jóvenes puedan acceder a esas motos vía crédito. Para darle un ejemplo de Intag: cuando yo entré al valle, los muchachos no tenían motos. Pero ahora, como hay minería, los muchachos tienen motos y trabajan en la empresa. Es obvio que ellos van a plegar a la minería y a borrar de su cabeza lo que se llama proteger el medio. Las mineras actúan sobre las necesidades inmediatas de la gente, sin mencionar lo que va a pasar a futuro. Eso lo hacen con las comunidades, al igual que con el resto del país.
Uno de los argumentos principales de las mineras es que traen el progreso: una narrativa que es convincente para una buena parte de la población ecuatoriana. Usted, que hace años viene acompañando y documentando las consecuencias de la industria extractiva, ¿qué respuesta da a esta argumentación?
Hay dos puntos para tener en cuenta: primero, la destrucción. Ella es inevitable, aunque la minería nunca habla de la destrucción y lo que destruye primero es el agua, son las fuentes hídricas, los acuíferos, las vertientes y los ríos. Porque la minería necesita del agua y eso no sabe la gente: sin agua no hay minería. Ese asunto hay que alertar a la gente porque la necesidad del agua nos hace tener conciencia. El momento en que se contaminen los ríos y no exista agua limpia para las ciudades, tendremos problemas de sobrevivencia urbana. Ese es el primer aspecto.
¿Y el segundo?
La destrucción del tejido social, de la cultura. Una de las cosas que tenemos que tener en cuenta en un país diverso como Ecuador, es que tanto la cultura como el territorio están íntimamente ligados. Usted, como es de otras latitudes, seguramente encuentra las razones por las cuales l@s ecuatorian@s de la Sierra son completamente distint@s a l@s de la Costa y es obvio, porque somos bióticos: respondemos a la geografía, al clima. Entonces, si te retiran del territorio de donde eres, cambia la geografía, cambia tu forma de ser, tu imaginario y tu relación con los espíritus de tu tierra: con esa espiritualidad que ha venido dando saberes y explicaciones y respuestas a la vida.
La minería a cielo abierto en otros países del mundo ha contaminado no solo el territorio, sino también ha generado problemas de salud en sus habitantes. Explosión de una mina en América del norte. – FOTO: Hatum Pandemia.
El tercer aspecto que me viene ahora a la mente es que Ecuador es un “país laboratorio” y digo eso porque soy cineasta y me ha tocado trabajar en producciones internacionales. Lo que más admiran de Ecuador es esta posibilidad de estar en Quito a dos horas del páramo y la nieve, por un lado, y a dos horas de la selva -no en avión o helicóptero, sino en carro-, por otro. Es un laboratorio donde la biodiversidad es su sinónimo de vida. Pero claro, este escenario no es gratuito. Este escenario es una expresión de la magia del planeta y de esta magia de la interpelación de la diversidad.
Teniendo en cuenta dicha diversidad que caracteriza a Ecuador, ¿cómo ha sido posible que la industria haya logrado separar al pueblo de esta magia?
Creo que hay varios factores que tienen que ver con nuestra historia marcada por la dominación, el despojo y la colonización. Aquí había otra concepción de los pueblos originarios en cuanto a su relación con el entorno. Llegó Europa y cambió esta concepción. Destruyó esos imaginarios e impuso desde la propia religión una nueva concepción del mundo, que además pasó a ser la concepción dominante. Y esta concepción se trasladó después al Estado nacional porque, una vez que se rompieron los lazos de dominio con Europa, con España, se estableció el Estado nacional, reproduciendo la misma estupidez del imperio europeo. ¡La primera Carta Constituyente de Ecuador del 1830 es una vergüenza absoluta!
¿Qué dice?
Reconoce a la esclavitud como algo normal. Aparte de eso, señala a los ciudadanos de distintas clases, reproduciendo un modelo colonial. Para ser ciudadano tenías que demostrar tu capacidad económica. Tenías que tener propiedades para ser candidato y ser elegido. ¡Eso es estúpido! A esto hay que sumar la omnipresencia de la Iglesia. Ecuador en sus comienzos era un Estado clerical en donde la Iglesia definía cuál era el sentido político. Eso se rompió con la Revolución Liberal de 1895, pero a partir de entonces, en cambio, Ecuador se ató al desarrollo del capitalismo en el mundo. Los gobiernos liberales querían romper con las trabas ideológicas de la iglesia y estar más cerca de un capitalismo de mercado. El salario, por ejemplo, fue un mecanismo económico de la Nación que despertó la codicia sobre aquellos que descubrieron con el tiempo el valor del oro, el valor de los metales. En el imaginario de los pueblos de América antes de la llegada de Europa, los metales no eran metales preciosos como se llaman ahora. Los metales eran metales y servían para los adornos …
…o para los ritos
¡Exacto! Para un montón de otras cosas, pero no tenían un valor económico. De hecho, cuando los españoles llegaron, no podían entender cómo la gente aquí usaba el oro como cualquier otra cosa; en cambio, en Europa sí tenía un valor real y por eso fundieron todas esas máscaras maravillosas de oro. Lo poco que quedó se encuentra hoy en día en el Museo del Oro en Bogotá, Colombia. Y en Ecuador -según la Constitución del siglo XIX- no podías ser ciudadano sino a través de la codicia. ¿Qué significaba eso? “Con mis propiedades me hago rico y soy ciudadano”. La peor destrucción de los territorios -y de esto no tenemos conciencia- ha sido a raíz de la conformación del Estado nación, o sea, de nosotros mismos.
¿Puede detallar un poco más este punto?
El Estado nación jala una concepción colonial, una concepción de dominación generada por Europa con todas las exclusiones que eso significa. Pero -y esa es la diferencia que lo hace más perverso todavía- la aplica con el poder local. Eso ha sido mucho más violento y, por lo tanto, la destrucción ha sido mayor. En Ecuador destruimos la Amazonia en 50 años, cosa que no se hizo en los 500 años anteriores ¿Y quién la destruyó? ¡Ya no fue Europa! ¡Fuimos nosotros! Pero no queremos reconocer ese nosotros.
¿Con el “nosotros” se refiere al Estado nación?
Sí, aunque es una construcción que demanda un imaginario hipócrita. Es propio de aquí decir que “toda la culpa es de los otros, no nuestra”. Nunca asumimos nuestra responsabilidad sobre lo que somos como colectivo, como plural. La historia del país es una historia del olvido. Es un país que no cultiva sus referentes, sus pertenencias respecto del otro. Ecuador es profundamente racista, xenófobo y excluyente consigo mismo.
Quizá tenga que ver justo con la diversidad de pueblos en Ecuador lo que hace difícil identificarse con una sola bandera que vendría ser la del Estado nación
Yo creo que la dificultad de identificarse con la nación tiene que ver con el proceso histórico nuestro, más que con las características de la diversidad. Ecuador se forma como país a partir de los ejercicios de dominación de lo que nosotros llamamos las oligarquías locales, que eran terratenientes en la mayoría de los casos coloniales. Tenían toda la carga de la colonialidad de España y el referente civilizatorio era Europa. No éramos nosotros mismos y no hubo una generosidad para mezclarse con el otro. El otro, el criollo, el indio, el de aquí, estuvo al menos diez escalones más abajo. Somos un país tremendamente racista que se va obstruyendo con exclusiones permanentes. ¿Y por qué? Porque Ecuador fue resultado de un acuerdo de oligarquías de Guayaquil, de Quito y de Cuenca.
Para la industria minera realmente es un escenario muy interesante
porque hay un Estado profundamente corrupto, un Estado
que puedes comprar y que tiene una reserva de “riquezas”: minerales.
Pocho Álvarez, cineasta y documentalista ecuatoriano.
Ese acuerdo permitió construir un país cuyo nombre fue prestado a un abstracto: la línea ecuatorial. Vino la Misión Geodésica Francesa para descubrir que aquí existía esa línea imaginaria que divide la tierra en dos hemisferios. Era la única posibilidad de que Guayaquil, Quito y Cuenca se juntaran, porque la nación se construía desde un imaginario. El Estado nación no responde a una identidad, a una tradición o a una lengua local. Por eso me encanta el poema del escritor ecuatoriano Jorge Enrique Adoum (1926-2009) que dice: La geografía. Es un país irreal limitado por sí mismo partido por una linea imaginaria… (se ríe).
Usted dice que Ecuador fue construido desde la exclusión y desde arriba o sea condiciones ideales para las grandes industrias extractivas que funcionan junto a los oligarcas que rigen el país.
Acá siempre han sido bienvenidos los gringos, los norteamericanos, los europeos porque son un sinónimo de riqueza. Han sido bienvenidos todos quienes tienen posibilidad de dejar plata. Para la industria minera realmente es un escenario muy interesante porque hay un Estado profundamente corrupto, un Estado que puedes comprar y que tiene una reserva de “riquezas”: minerales. Significa que estas riquezas pueden ser destapadas y explotadas en determinado momento.
¿Y en este momento nos encontramos?
El petróleo en Ecuador se destapó en los años sesenta, pero ya vinieron a hacer exploraciones mucho antes, en los años 1920. Pero, ¿por qué no se abrieron los pozos petroleros en ese entonces? Así también es la situación con el oro y con el cobre. Siempre los hubo aquí. El descubrimiento del Río Amazonas fue motivado por la búsqueda de oro, de “El Dorado” que nació con la conquista española. Los europeos pensaban que el oro era un vegetal que crecía en los arboles (se ríe). Pero a nivel industrial, como lo plantean los grandes proyectos actualmente en el país, se explotó recién hace unos pocos años.
Antes cristalino, desde la exploración minera marrón: el agua de una cascada en el valle Intag, donde las empresas chilenas Codelco y la Estatal ecuatoriana Enami han impuesto el proyecto minero Llurimagua, queriendo explotar cobre. La foto data del febrero 2019. – FOTO: Romano Paganini
Para entenderle bien: ¿la industria -teniendo conocimiento de los yacimientos mineros en el Ecuador- esperó el momento oportuno para sacar los metales de la tierra?
De alguna manera sí. La ventaja de Ecuador de ser un país pequeño, que no pinta mucho en el mundo, es que acá los fenómenos de los países vecinos llegan tarde y hemos aprendido ciertas lecciones. Entonces, la minería llegó cuando otras comunidades ya estaban alertadas de lo que sucedía con la minería en Colombia o Perú. Quien abrió el camino a la minería a gran escala fueron los gobiernos, pero las comunidades han resistido y siguen resistiendo. Una de las luchas emblemáticas en Ecuador, junto a la lucha por la contaminación en la Amazonia, es la lucha contra la minería en Intag que tiene más de 20 años de resistencia. Quien doblegó a Intag, metiendo ejército y policía, involucrándose directamente, es Rafael Correa. Estoy seguro que Correa era un agente minero de los chinos. Nunca he visto un presidente -como los obispos- tan imbuido en los trajes de misa para convencer a los fieles de que no pequen. Es lo que buscaba Correa: que la minería sea el cielo. Fue y sigue siendo un personaje nefasto, porque fue agente minero directo que utilizó el poder del Estado para doblegar la resistencia, cuando el papel de un presidente es todo lo contrario: establecer el diálogo para que la gente sean la instancia que decide.
La mayoría de la población hoy en día vive en ciudades o centros urbanos, no solamente en Ecuador. ¿Qué importancia ve en el hecho de que muchos territorios se encuentren despojados y que las personas hayan perdido contacto con la tierra y, por lo tanto, la conciencia de lo que significa la contaminación por la industria extractiva, en este caso minera?
Ecuador es un país cuya realidad se ha deformado por sí misma. Ecuador dejó de ser rural y pasó a ser urbano precisamente porque el campo era absolutamente abandonado: una realidad muy precaria, sin ninguna oportunidad o cualificación para poder crecer como humanidad. Ser campesino aquí era lo último, más aún campesino indígena. El ejercicio de la exclusión que tenemos nosotros por el campo y las preferencias por la ciudad, es ese ejercicio civilizatorio de comodidad, de confort que existe en las urbes. Esa era la visión del Estado y de la sociedad y lo sigue siendo.
Al final del corto “Hatun Pandemia” se muestra justamente el campo donde dos niñ@s están ayudando al campesino. ¿Por qué?
Porque el futuro no es nuestro, sino de est@s niñ@s. Si uno debe luchar por el futuro, debe pensar y concretar el imaginario que no es la casa grande, hueca, vacía. Es la misma casa, pero con una esperanza y un color nuevo, distinto, como un amanecer distinto que son l@s hij@s, que son l@s niet@s, que es el mañana. Eso significa compromiso con este soñar y con estos derechos. Porque los derechos no son para el usufructo y el ejercicio del ahora. Es la proyección de que el mañana sea el mañana. Solo que en Ecuador los derechos son de plastilina, como si fuera el clima: hoy amanece nublado, mañana con lluvia, pasado con sol. Los interpretan como les da la gana, de acuerdo al interés, ¡Pero no es así! Los derechos son un principio de existencia y est@s niñ@s tienen el derecho a una vida distinta y a una vida que se vea ahí en estas tomas.
Texto: Romano Paganini
Edición y Producción: Vicky Novillo Rameix & Mayra Lucia Caiza
Foto principal: Impactos ambientales inmensos y a largo plazo: una gran minería a cielo abierto en West Virginia, Estados Unidos. (Captura de pantalla/Hatum Pandemia)
Redes: María Caridad Villacís & Victoria Jaramillo