Guayaquil fue el epicentro de la pandemia y Omar Jaén Lynch estaba en medio de él. Después de haber perdido a su tío, empezó la búsqueda por el cuerpo. Relatamos la odisea de una familia guayaquileña que se despidió de su querido, sin estar segura de si el sepultado era el correcto.
21 de junio de 2020, Quito. – No hubo velorio, ni funeral. James Lynch fue enterrado en el Campo Eterno en Samborondón, sin ritos ni rezos. Fueron las instituciones estatales de Guayaquil las que enterraron al hombre de 61 años, junto a cientos de otras personas que tampoco recibieron la despedida de sus familiares o amig@s. Un hecho que durante estos meses de pandemia se ha repetido por miles y miles de veces alrededor del planeta.
A esa falta de despedida, se suma la inquietud de saber cómo fueron los últimos minutos de James. “El murió solo, sin la mano de un familiar que lo sostenga”, cuenta Omar Jaén Lynch, sobrino del fallecido. “Pienso en todo lo que tuvo que vivir su cuerpo, quizás estuvo arrumado, pudriéndose. Son pensamientos que asocias con las imágenes que se transmitieron, las que dijeron que eran fake y no era así. Te preguntas cómo habrán sido sus momentos previos, estaría en una camilla, sentado en los pasillos”, dice Omar, y concluye: “No termino de asimilar: cómo un virus que salió de un mercado al otro lado del mundo llegó al cuerpo de mi tío y acabó con su vida”.
La crisis sanitaria ingresó al Ecuador como si se tratara de un tsunami. En los meses de marzo, abril y mayo, Guayaquil se convirtió en uno de los epicentros de Covid-19 a nivel mundial. De acuerdo con las cifras del Registro Civil, durante ese tiempo se reportaron 18.747 muertes solamente en la provincia del Guayas, cuya capital es Guayaquil. Esa explosión de las cifras de fallecimientos rebasó la capacidad funeraria de la ciudad, acompañada de una pésima gestión de la crisis por parte de las autoridades nacionales y locales.
Con los muertos en las calles o apilados en los hospitales, el Comité de Operaciones de Emergencia (COE) Nacional tomó varias decisiones, entre ellas, limitar el número de personas en un funeral y que los fallecidos con o sin síntomas asociados al Covid-19, pero afiliados al Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS), sean enterrados por el gobierno. Esta decisión incidió en que miles de familias no puedan gestionar directamente los trámites de un sepelio y peor aún despedirse.
James Henry Lynch Mieles (†61) – FOTO: Archivo familiar
En ese escenario se inscribe la historia de James Henry Lynch Mieles, de 61 años, quien falleció con síntomas asociados al Covid-19 a fines de marzo, en Guayaquil. James tenía varias operaciones a cuestas y había trabajado por más de diez años en el área de seguridad de la Universidad de Guayaquil. “Era una persona graciosa, con humor, amable”, recuerda su sobrino, el periodista guayaquileño Omar Jaén Lynch.
El jueves 26 de marzo, James presentó problemas similares a los de una gripe, con fiebre alta y diarrea. Para el domingo, ya no podía respirar. Acompañado de su compañera, Luisa, acudió al hospital Teodoro Maldonado Carbo, donde se quedó hospitalizado, pero solo. Al día siguiente, lunes 30 de marzo, murió a las 23h00. En el parte de defunción dice: neumonía atípica desconocida.
“Estaba consciente de que había muchos casos, no solo el mío,
pero no se puede perder la humanidad”.Omar Jaén Lynch, sobrino de James
Una vez que Luisa y su familia conocieron de su muerte, empezaron a realizar los trámites para poder enterrarlo, trámites que debían realizarlos en un horario de toque de queda a las 14h00 y con la mayoría de personas en cuarentena obligada. Los familiares se organizaron y se dividieron para acudir a diferentes dependencias, logrando reunir todos los papeles el sábado 4 de abril. Los presentaron a la Junta de Beneficencia de Guayaquil, lugar donde tenían contratados (por donación) previamente los servicios exequiales. Allí les indicaron que la cremación se realizaría el día siguiente. Entonces, llegó el momento de retirar su cuerpo del hospital.
Con los papeles en orden y con el turno para la cremación, Luisa fue a reclamar el cuerpo en el Teodoro Maldonado Carbo. Y ahí empezó la peor parte. Porque el momento coincidió con la decisión del COE Nacional de que el gobierno asumía la responsabilidad de sepultar a todos los fallecidos, siempre que hubieran tenido afiliación al IESS. Ese fue el caso de James. Y su cuerpo fue retenido. “¿Cómo confirmar que el cuerpo estaba allí?”, se pregunta su sobrino Omar. “Ya para entonces había largas filas afuera de los hospitales, el caos se había instalado en su ciudad natal”.
Entre temor y esperanza, entre resignación e indignación: familiares esperando en la entrada de emergencias de un hospital en Guayaquil, abril 2020. – FOTO: Iván Castaneira
Su oficio de periodista le sirvió a Omar de catarsis, pues gracias a ello pudo escribir, contar y sobre todo denunciar lo que sucedía en Guayaquil. Además, tenía una ventaja: estaba enterado a diario de las resoluciones del COE y sus fuentes le direccionaban sobre los trámites que debía hacer para no perder el cuerpo de su tío. Aun así, no conseguía información. Optó entonces por denunciar lo sucedido en las redes sociales: responsabilizó al gobierno por la pérdida del cuerpo de su tío, presionó, salió en medios… Solo así le llamaron para darle información, pero mostrándole muy poca sensibilidad. “Estaba consciente de que había muchos casos, no solo el mío, pero no se puede perder la humanidad”, recuerda y prefiere ahorrarse los detalles.
Fue entonces que supo que su tío James había sido sepultado en Campo Eterno en Samborondón, lugar determinado por la Fuerza de Tarea Conjunta -la articulación interinstitucional para recoger a los fallecidos en Guayaquil- como espacio para realizar los sepelios de los cuerpos recogidos de domicilios y hospitales. El 6 de abril, los medios informaban de 500 cuerpos “levantados”.
Solo cuando el nombre de James apareció en el memorial de la página web coronavirusecuador.com, Omar y su familia recuperaron la tranquilidad. No obstante, “con mi familia no hemos descartado que a futuro hagamos una exhumación y una prueba de ADN para confirmar que es mi tío”, afirma Omar, al tiempo que recuerda los casos en los que se extraviaron cuerpos o se entregaron cenizas incorrectas, o aquellos en los que personas dadas por muertas luego “resucitaron”. Historias así se escuchan también en la Sierra ecuatoriana.
“Necesito saber dónde está para tener a dónde ir a llorar”
Al mismo tiempo que conversamos con Omar, el Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos ha iniciado una campaña a fin de conmover al gobierno y persuadirle para empezar una acción que permita encontrar los más de cien cuerpos extraviados. “No tener el cuerpo hace que no se respete la memoria, no se permite el homenaje a las personas fallecidas y se rompe ese lazo más esencial de los vínculos familiares”, reclama en un comunicado el Comité. “Muchos nos preguntamos si estamos llorando en la tumba de nuestro muerto”, cuestiona Omar, y agrega: “la búsqueda del cuerpo de mi tío me hizo entender a Pedro Restrepo, quien ha luchado por más de treinta años por saber dónde están sus niños. Guardo las diferencias con su caso, pero entendí su angustia. Mi tía algún momento me dijo: necesito saber dónde está para, por lo menos, tener a dónde ir a llorar”.
Hace unas semanas, Luisa, compañera de James y tía de Omar, junto con un sobrino, pudieron visitar la tumba donde reposa su cuerpo y cuya identificación corresponde a un código escrito en un papel: PP-15-801-F04-16. Ahora están haciendo las gestiones para poder poner una lápida. Lo tragicómico es que, muy cerca de su tumba, hay un gran escudo de Emelec y James era emelecista.
Guantes en las manos y el ataúd envuelto en plastico: El Ministerio del Gobierno del Ecuador definió el manejo y transporte de las personas fallecidas durante la pandemia de Covid-19, Guayaquil, abril 2020. – FOTO: Iván Castaneira
Por la situación generalizada en la región, a inicios de mayo la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) exhortó a los estados a “permitir los ritos mortuorios de manera adecuada a las circunstancias”, considerados “necesarios para la preservación de la memoria”. Además, enfatizó: “la posibilidad de sepultar a los familiares fallecidos de acuerdo con sus creencias, aporta un cierto grado de cierre al proceso de duelo, contribuyendo a mitigar las secuelas del trauma, luto y dolor”. Much@s de l@s allegad@s se quedan con el dolor.
En una reciente entrevista con la plataforma digital El Manifiesto, el filósofo coreano alemán, Byung-Chul Han, recuerda que “los rituales son dispositivos de protección. Cuando desaparecen, nos sentimos a la intemperie. Los ritos consolidan en el cuerpo valores y órdenes simbólicos que dan cohesión a la comunidad. En los rituales experimentamos corporalmente la comunidad, la cercanía comunitaria”.
En el caso de James Henry Lynch Mieles, no hubo ni ritos ni funeral. También por ello, entre los pensamientos de Omar se cruza la gestión política de la crisis y las prioridades del gobierno. Recuerda que se privilegió el pago de la deuda externa antes que la atención de la emergencia sanitaria. Esa decisión, está seguro, le costó más vidas al país, porque el personal sanitario, entre médicos, enfermeras, personal administrativo o conductores de ambulancias, ni siquiera tenían los implementos de bio seguridad.
El 24 de marzo, el Ministro de Finanzas, Richard Martínez, anunció el pago de 324 millones de dólares a los tenedores de bonos 2020. Ese mes fallecieron 8.985 personas en todo el territorio nacional, entre ellos también el tío de Omar. ¿Qué porcentaje se le puede atribuir a la mala gestión y falta de recursos para enfrentar a la pandemia?
Texto: Ela Zambrano
Colaboración: Vicky Novillo Rameix y Romano Paganini
Foto principal: Esperando entrar al cementerio para sepultar a sus seres querid@s, fallecidos durante la pandemia del Covid-19: cola de carros, cargados con ataúdes, frente al Camposanto Parque de la paz en el norte de la ciudad costera Guayaquil, abril 2020. (Iván Castaneira)
Redes: Ricardo Tobar y Victoria Jaramillo
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