El afecto es una emergencia

Martu Lasso sobre la política de su tío, el presidente Guillermo Lasso, y el abandono del cariño en nuestras sociedades

 

16 de marzo de 2022, Quito.- Se han cumplido ya dos años desde marzo de 2020, momento en el que la muerte, como experiencia colectiva, una vez más se acercó a la humanidad. La pandemia del Covid-19 sacudió al mundo entero, millones se enfermaron y murieron. La vida, para muchos, se precarizó hasta la miseria. La vigilancia aumentó en la ciudadanía. Las posibilidades de encuentro y la expectativa de que lo nuevo irrumpiera en la experiencia se alejaron. Casi todo se tornó restrictivo, menos el acceso a la pantalla. Los ciudadanos se volvieron policías de los demás. La sociedad de la vigilancia se instaló con más furia, también la depresión y otras enfermedades mentales. 

Lo que nunca paró fue la maquinaria que derrumba selvas, tampoco tuvieron tregua los animales en los mataderos ni los ríos en las zonas de explotación minera, por mencionar algunos ejemplos. Lo que parecía ser un frenazo importante para que, por fin, nos planteáramos tomar un nuevo rumbo, resultó ser una ingenua ilusión de algunos. El sector industrial y financiero ni siquiera se enlenteció. A partir del encierro y desde la vuelta a esta nueva “normalidad”, parecería que las mismas condiciones que produjeron la pandemia, no solo no cambiaron, sino que se intensificaron. El poder nunca dejó de crear estrategias para apropiarse de la vida y de la muerte.

En medio de la crisis planetaria y al cabo de menos de dos años del paro de octubre de 2019, hubo elecciones presidenciales en Ecuador. El nuevo presidente es el hermano menor de mi padre. Son once los hermanos Lasso Mendoza, Guillermo es el menor de todos, pero con el tiempo se convirtió en el patriarca, el que logró construir un imperio a pesar de sus humildes orígenes y a quien casi toda la familia, hoy, quizá más que nunca, le rinde pleitesía. Es doloroso guardar varias vivencias en la memoria afectiva con una figura que hoy me resulta tan distante, tan problemática. Mi padre fue siempre la oveja negra, el lector, el marxista, el ateo, el de carácter austero, que no sabía hacer tanto dinero como sus cuñados y hermanos empresarios. Vino a vivir a Quito en sus veinte y aquí se quedó hasta hoy que tiene setenta y sigue trabajando como comunicador. En ocasiones, con una inquietante dificultad de hacerle críticas a sus aliados ideológicos.

Desde que Guillermo inició su campaña y posteriormente su gobierno, se ha generado una profunda conmoción en mi familia y en mí. No puedo negar el pasado compartido, los gestos generosos que estuvieron ahí en la infancia y en otros momentos clave de la vida. Pero me resulta imposible ser ecuánime ante las políticas retrógradas y antipopulares que se replican con renovada fuerza desde el Estado. No puedo ser indiferente y esconder la rabia y la vergüenza que siento ante el cinismo y los abusos del poder.

 

 

 

Martu Lasso

Marta María Lasso (Quito, 1980) es comunicadora, ceramista e instructora de yoga. Por varios años fue profesora de la facultad de formación general de la Universidad de las Américas (UDLA). Ha participado en diversos proyectos de teatro, colaboró con el colectivo de artes escénicas Mitómana con Tazas rosas de té, que ganó el premio Francisco Tobar García en el 2017. Su maestría en Estudios Hispánicos la hizo en la Universidad de Washington, Estados Unidos. Además ha realizado estudios de género, raza y colonialidad en El Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Ciudades lluviosas como Quito, Londres, New York, Seattle y Vancouver han sido los escenarios de su vida.

El 2 de octubre de 2021, el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación publicó los Pandora Papers. Ahí se denuncian los secretos financieros de 35 líderes mundiales, entre ellos está Guillermo Lasso, uno de los tres presidentes latinoamericanos que tiene una gran fortuna en paraísos fiscales. 

En lo que va de su gobierno se han desatado varias crisis. En los últimos seis meses han fallecido más de 300 personas en las cárceles del país. La última matanza se dio mientras el presidente celebraba al cuerpo de la marina estadounidense en una ceremonia de gala. En esa masacre, entre muchos otros inocentes, murió Víctor Guaillas Gutama, activista antiminero, defensor del agua y la vida en Molleturo, provincia Azuay. ¿Se seguirá encarcelando a los que luchan por la selva y por los ríos en medio de una crisis climática? 

Esto sucede sin importar qué tendencia política esté de turno en el poder, pasaba también con frecuencia durante el gobierno progresista de Rafael Correa. Durante su mandato, las y los líderes defensores de la vida, en franca oposición a la expansión de la frontera minera y petrolera, fueron calificados de terroristas y perseguidos duramente. 

Otro aspecto en el que algunos líderes de derecha e izquierda se asemejan es el fundamental tema de los derechos de la mujer. La discusión sobre los requisitos para poner en vigencia la ley que despenaliza el aborto por violación, que recientemente se dio en la asamblea, estuvo marcada por un sabor agridulce. Si bien se llegó a acuerdos, a la ley se le impusieron importantes limitaciones con claras afectaciones a las más vulnerables. Como si eso fuese poco, ayer el presidente decidió no diferenciar entre niñas, adolescentes y adultas. Tampoco hizo distinciones entre mujeres del campo y de la ciudad y unificó los plazos para acceder al aborto a 12 semanas. Ignorando que Ecuador es un Estado Plurinacional y las necesidades varían ampliamente, según las condiciones y realidades socioeconómicas y culturales. Con más de 60 textos alternativos, vetó parcialmente el proyecto de ley y lo mandó de vuelta a la Asamblea que tiene 30 días para debatirlo.

Este regresar a un gobierno conservador de derecha, desde mi óptica, es un lugar distante al cambio que la nueva realidad exige. La vieja riña de la anti política bipartidista ha terminado de polarizar y trizar a la sociedad. Todos lanzamos mierda desde la trinchera que elegimos -o nos elige- pero no somos capaces de organizarnos políticamente. Hemos construido un panorama en el que parece indispensable ser de un equipo o de otro. Ahí, sufre la posibilidad de ahondar en la discusión pública. Ahí pierde el sentido crítico. La población civil es manipulada desde la emocionalidad y rara vez se generan espacios desde los cuales discutir las particularidades y los detalles de las políticas en juego. La principal estrategia es apelar a la emoción y desde esos lugares, muchas veces ensombrecidos por el odio, es posible que varios opten por proyectos de gobierno que atentan contra sus propios intereses y bienestar.

¡Basta ya de comernos tanto cuento mediático! No se puede negar que tanto la derecha como la izquierda han cometido grandes abusos contra la población precarizada del Ecuador. Entre otras cosas, ambos bandos son profundamente extractivistas y capitalistas. 

Tampoco se pueden negar los importantes, muchas veces vitales, matices que también han existido. No da igual un gobierno que quiera hacer del Estado un ente raquítico y privatizar todo lo posible, ahorrar para el Fondo Monetario Internacional y privilegiar las relaciones económicas con la hegemonía, a otro, que le apueste a una cierta soberanía, a la inversión social y al fortalecimiento de lo público. 

¿Cómo lograr un crecimiento económico que beneficie a los grandes estratos empobrecidos del país, sin asfixiar al ambiente? Esta es una pregunta difícil de responder con velocidad, requiere de una discusión pública, lenta y profunda. Hace falta entender la historia más allá de la toma de bandos. Hace falta que los líderes políticos dejen de volar alto e imponer sus agendas y convicciones personales y aterricen los pies en sus bases y las necesidades reales de la gente a quien representan, a quien se deben.

Después de dos años de pandemia, de importantes limitaciones a la libertad de los individuos y a la expresión de sus afectos, y ante una guerra en la que se juega el poder hegemónico entre potencias imperialistas capitalistas, la apuesta por el diálogo, la solidaridad y la amistad debe tornarse aún más obstinada. No podemos naturalizar la distancia. El abrazo y los rituales comunitarios deben volver con más fuerza. Debemos empezar a fortalecer las comunidades plurales y diversas, no sólo hablar con quienes piensan de manera similar.

No me refiero a intentar entablar un diálogo ingenuo con los sectores que concentran el poder y a quienes la pandemia, la guerra y la precarización de la vida beneficia. Apunto a una discusión comprometida entre los pobladores mayoritarios del sector civil, que muchas veces tienen más pensamientos en común de lo que sus insignias ideológicas ostentan. A pesar de las distancias, debemos trazar puentes entre quienes hablamos el lenguaje común de los derechos humanos y los derechos de la naturaleza, y enfrentarnos al poder supremo del capitalismo, que no es otra cosa que un sistema global de destrucción.  

 

“Parecía avecinarse una revuelta erótica y sexual. Las manos se prestarían para el tacto
y no solo para ponerlas al servicio de la industria.”

 

La supervivencia no debería ser el sueño futurista de quienes pretenden colonizar Marte. El largo aliento de la humanidad en la Tierra tendría que forjarse con el despertar de la conciencia de unicidad, que a su vez acepta y abraza la diferencia. La idea de la supervivencia del más apto debe reinterpretarse, la longevidad no le estará garantizada necesariamente al más fuerte, sino al que más coopera, al que tiende a lo comunitario.  

Debo admitir que ante la apatía que se vive frente a la nueva normalidad y la intensificación de las prácticas neoliberales, a veces siento mucha nostalgia por los ideales que se volvieron casi palpables en el primer encierro pandémico. Ese frenazo que nos permitió imaginar un mundo con más espacio para la vida buena. Una sociedad basada en la fortaleza de los vínculos afectivos, la economía solidaria y la soberanía alimenticia. Parecía que el mundo estaba en el umbral de una transformación profunda. Una emancipación plural, la vuelta al interior del individuo y su potencial amoroso y la consecuente inclinación hacia la comunidad.

Parecía avecinarse una revuelta erótica y sexual. Las manos se prestarían para el tacto y no solo para ponerlas al servicio de la industria. Se dejaría de condenar el placer femenino, el placer queer, gay y trans. Se celebrarían los cuerpos y sus diversidades. Se pondría la razón al servicio de la vida. Se limpiarían los ríos y mares y se dejaría de torturar a la vida animal. La relación con la tierra y el sustento se sanaría, la agricultura volvería a ser local y justa. Lo sagrado volvería al mundo material. Seríamos cuerpos libres y expresivos. Nos emanciparíamos con alegre rebeldía. Dejaríamos de ser antagonistas y entenderíamos que en el mundo común caben los contrastes y las contradicciones. El miedo racional a la muerte dejaría de ser el motor de nuestras acciones. La emoción ante la finitud marcaría la urgencia de los encuentros. Entenderíamos que hoy, más que nunca, el afecto es una emergencia. 

 

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Fotografias: Daniela Beltran

Edición y producción: Vicky Novillo Rameix & Romano Paganini

Web y Redes Digitales: María Caridad Villacís & Victoria Jaramillo