El “Gran Hermano”, Assange y la vigilancia de nuestras vidas
Moritz Müller sobre el uso del celular, las tendencias totalitarias en occidente y posibles salidas de los laberintos digitales
13 de abril de 2022, West Cork, Irlanda. – Desde anteayer son tres años que el activista y programador Julian Assange fue detenido en la embajada de Ecuador en Londres y llevado a la cárcel en Belmarsh. Y la odisea y la atrición siguen: en diciembre del año pasado el Tribunal Superior de la capital británica anuló la decisión del Tribunal de Magistrados de Westminster de no extraditarlo a Estados Unidos por motivos de salud y por las probables condiciones represivas de la prisión. Ahora el caso vuelve al Tribunal de Distrito, que debe remitir la decisión de extradición a la Ministra de Interior del Reino Unido, Priti Patel, para que la firme. La defensa de Julian Assange ha anunciado que recurrirá.
Assange y Wikileaks propusieron en 2006 arrojar luz digital sobre los secretos de los gobiernos y la industria. Publicaron cientos de miles de documentos originales que señalaban la corrupción, los crímenes de guerra y la muerte de decenas de miles de civiles en las guerras de Afganistán e Irak instigadas por Estados Unidos y el Reino Unido.
Muy pronto, los guardianes de estos secretos mortales comprendieron lo que estaba en juego, y el Departamento de Defensa de Estados Unidos formuló inmediatamente una estrategia para cortarle el paso a esta plataforma de transparencia y a sus partidarios. Por eso, Julian Assange ha sido perseguido sin piedad por sus opositores desde 2010. Sin embargo, no se dejó intimidar por ello, al menos mientras se le pudiera escuchar. Por ejemplo, en Hacking Justice, una película sobre él y Wikileaks, dijo: “A menudo he dicho: transparencia para los poderosos, privacidad para los impotentes”.
Ahora, Julian Assange lleva tres años en una celda de la prisión londinense de alta seguridad de Belmarsh. En realidad, son varias celdas, porque ya ha sido trasladado varias veces. Durante dos días de juicio en febrero de 2020, por ejemplo, estuvo recluido en cinco celdas diferentes.
Son métodos -desviando la atención de la propia incompetencia- que las fuerzas del orden británicas ya usaron en otros momentos, por ejemplo en el caso de los Cuatro de Guildford. Los jóvenes no tuvieron nada que ver con los atentados de 1974 contra dos pubs en el sureste de Inglaterra. Simplemente estaban en el lugar equivocado en el momento equivocado. Y las autoridades británicas, que estaban sometidas a una enorme presión para tener éxito durante un pico de ataques del IRA (Irish Republican Army, por sus letras en inglés) en el territorio continental británico, utilizaron a los Cuatro de Guildford como chivos expiatorios de los que se podían extraer falsas confesiones. Y aunque los responsables sabían de su inocencia, fueron condenados a 15 años de prisión.
Moritz Müller
Moritz Müller nació en los años 60 del siglo pasado en Múnich, Alemania. Creció en Bonn, a orillas del río Rin, a poca distancia de la política, ya que en esta época Bonn fue la Capital de Alemania occidental. Participó en las grandes manifestaciones por la paz, y al mismo tiempo inició sus primeros experimentos informáticos con un Sinclair ZX81. Es fontanero, cargador y pintor de casas. Desde mediados de los años 80, participa en la cultura de los pubs irlandeses, donde el pub funciona como bolsa de trabajo, lugar de encuentro y club de canto. Residente permanente de la „Isla Verde“ durante más de la mitad de su vida y activo allí como „manitas para todo“, incluyendo excursiones a la horticultura y a varios deportes acuáticos. Periodista desde finales de 2017, incluso para la página alemana NachDenkSeiten, donde se encuentran numerosos artículos sobre la libertad de prensa, Wikileaks y la historia de Irlanda. Desde 2019, ha realizado múltiples viajes a Londres, en nombre de „Libertad para Julian Assange“.
Tanto en los años setentas del siglo pasado como ahora, se trata de la disuasión y la impotencia. Cuando cuatro personas inocentes permanecen en prisión durante 15 años -a pesar de las protestas del público, los medios de comunicación y las y los políticos- sin que las autoridades estén dispuestas a hacer concesiones, afecta de forma disuasoria a las personas que quieren enfrentarse legalmente a las estructuras que las oprimen. Y eso, al final, nos afecta a todas y todos. El encarcelamiento de Julian Assange es un símbolo de hacia dónde nos dirigimos como individuos y como sociedad.
Mientras la digitalización transparenta cada vez más a nosotras y nosotros, los ciudadanos, las empresas y los gobiernos actúan con una intransparencia cada vez mayor. Por ejemplo, en los últimos dos años se nos ha pedido repetidamente que nos identifiquemos electrónicamente en Supermercados, restaurantes e instituciones estatales. Exigieron que instalemos aplicaciones de seguimiento de contactos en nuestros celulares. Al mismo tiempo, la presidenta de la Comisión de la Unión Europea, Ursula von der Leyen, no puede o no quiere facilitar información sobre si hubo acuerdos secretos con el proveedor de vacunas Pfizer/Biontech que supuestamente tuvieron lugar a través de SMS.
Al parecer, el archivo de los SMS o de los servicios de mensajería como WhatsApp o Signal no está previsto en absoluto, como demuestra la investigación de la Plataforma netzpolitik.org. En respuesta a una queja, la agencia afirma sucintamente: “Estos mensajes son por su naturaleza efímeros y, por tanto, no se utilizan en la toma de decisiones formales ni producen compromisos vinculantes por parte de la institución. Por lo tanto, los mensajes SMS o de mensajería nunca se han almacenado en el sistema de archivo de la Comisión. También falta un sistema técnico para hacerlo fácilmente”.
Así que, mientras los celulares de todas y todos nosotros están vigilados a gran escala, la Comisión Europea no considera necesario archivar los mensajes cortos oficiales de sus miembros y empleados. De hecho, ¡los requisitos técnicos ni siquiera existen! Dadas las posibilidades informáticas actuales, esto parece una excusa barata.
Desde la aparición de la política pandémica, la brecha ya existente entre el „ciudadano transparente“ y la intransparencia institucional se ha ampliado rápidamente. Por ejemplo, al principio de la pandemia, las aplicaciones chinas de seguimiento de contactos fueron ridiculizadas y despreciadas por los medios de comunicación y los políticos del „mundo libre“ -sólo para ser introducidas unas semanas después con gran fanfarria. La situación es similar con la vacunación obligatoria general contra el Covid-19, que se sigue discutiendo seriamente, y que hace no mucho tiempo fue rechazada por la misma gente con vehemencia.
Hoy en día, las medidas por la pandemia en muchos países se toman por decreto, y/o se hace pasar por parlamentos asustados, aparentemente por no tener alternativas. Cualquiera que haga preguntas o exprese la más mínima duda allí o en público es tachado de extremista de derecha o de teórico de la conspiración. Y eso que el camino suele ser definido por comités compuestos por expertas y expertos, investigadores y políticos que no han sido elegidos, y por lo tanto sin legitimación. Las universidades de las que proceden muchos de estos expertos dependen ahora de la financiación privada debido a la falta de financiación pública. Y no es de extrañar que los vínculos con la industria (farmacéutica) formen parte del conjunto. También en este aspecto falta transparencia. Además, las escuelas y universidades utilizan principalmente programas informáticos de grandes empresas multinacionales, aunque hay otros sistemas donde los usuarios podrían conservar más privacidad sobre sus datos.
Lamentablemente, también nosotras y nosotros somos responsables de la erosión de nuestras libertades personales y del creciente control sobre nuestras vidas, que puede ser ejercido casi en todo momento. El hecho de que la mayoría de las personas lleven todo el día un celular consigo, que en muchos casos ya no se puede apagar porque la batería está instalada de forma permanente, significa que su ubicación puede ser registrada prácticamente sin pausa. Nos comunicamos de forma digital, lo cual puede ser almacenado y leído fácilmente. Cada café y cada cerveza pagamos con nuestra tarjeta de crédito, a menudo por comodidad. Pero en este proceso de compra dejamos rastros de nuestro comportamiento -rastros que son menos comunes con el dinero en efectivo.
“Es obvio, en comparación con la mayoría de nosotros Assange está en una posición extrema.
Pero si no resistimos -tanto a gran como a pequeña escala-,
iremos inexorablemente en la misma dirección: la de la esclavitud.”
Por el momento, el dinero en efectivo sigue siendo emitido por instituciones estatales y el flujo de dinero se organiza y gestiona junto con bancos privados. Sin embargo, tal y como se está propagando el pago sin dinero en efectivo por lo de las “medidas de higiene”, es previsible que algún día las transacciones de pago electrónico sean organizadas únicamente por empresas privadas que frente a la ciudadanía no tienen que rendir cuentas de verdad. Ya hoy me resulta difícil conseguir una persona de mi banco para conversar por teléfono; ni hablar de una conversación personal. En mi banco, los empleados presentes físicamente sólo parecen estar ahí para vender a los clientes productos lucrativos en beneficio al banco.
Con las llamadas criptodivisas el cliente depende principalmente de la conexión a una u otra red electrónica. Sin embargo, si estas redes fallan, la comunicación monetaria ya no es posible. Si un día el dinero en efectivo deja de existir, quienes controlan la red, o parte de ella, pueden simplemente apagarla si es necesario, y bloquear a los participantes individuales fuera de la comunidad, y por tanto de la vida misma. Se achica el radio de acción para los disidentes, las y los que piensan diferentes y también para las personas no deseadas del sistema.
Un anticipo de lo que nos espera puede verse una vez más en el caso de Julian Assange. A finales de 2010, varias de sus cuentas bancarias y las de Wikileaks fueron congeladas. Lo mismo ocurrió el año pasado con las cuentas del banco suizo Credit Suisse del artista y disidente chino Ai Weiwei. Es una forma conveniente para que los poderosos se deshagan de sus críticos.
Es difícil comprender por qué nos estamos yendo en esta dirección, o incluso uniéndonos con entusiasmo. Claro, la conveniencia de mantenerse en el camino prescrito juega un papel importante. Además, está la propaganda de la supuesta seguridad, por la que las y los ciudadanos tienen que renunciar a “pequeñas libertades“.
Pero todavía existe la posibilidad de evitar este desarrollo en ciertos puntos. Esta es probablemente nuestra última oportunidad antes de que se establezca el control total por parte de los gobiernos y sus corporaciones asociadas. La siguiente es una lista incompleta de consejos personales:
- Deje el celular en casa, apáguelo y, si es posible, guárdelo en una bolsa blindada
- Edita y comenta archivos y documentos en tu propio ordenador sin subirlos a la nube (Internet)
- Pagar con dinero en efectivo siempre que sea posible
- Visitar a las y los vecinos o amigos y comunicarse con ellas y ellos sin dispositivos electrónicos y de vigilancia
La forma en que nos afectará el desplazamiento de nuestra comunicación hacia el ámbito digital, donde no se puede sentir ni oler y donde sólo se puede ver y oír de forma limitada, probablemente se aclarará recién en los próximos años y décadas. Y la pregunta de cómo se desarrollará la comunicación en 3D cuando nuestras expresiones faciales se oculten tras las máscaras también no tendrá respuesta hasta dentro de unos años. Las y los niños y jóvenes, que apenas están aprendiendo a comunicarse en todas sus formas, se ven especialmente afectados por las máscaras. Y esto debería ser definitivamente considerado y reconsiderado. Cuando se nos obliga a enmascarar a nuestras y nuestros hijos, creo que se ha cruzado una línea en la que la resistencia se hace imperativa.
Pero volvamos a Julian Assange y a su misión de educar al mundo sobre los riesgos, peligros y también oportunidades del ciberespacio: En mi opinión, su impotencia actual se refleja en la impotencia individual y social general. Es obvio, en comparación con la mayoría de nosotros Assange está en una posición extrema. Pero si no resistimos -tanto a gran como a pequeña escala-, iremos inexorablemente en la misma dirección: la de la esclavitud. Por eso es imprescindible que mantengamos conversaciones directas entre nosotras y nosotros: en la mesa de la cocina, en el trabajo, en el parque.
Y también deberíamos verificar nuestras propias experiencias cotidianas con lo que oímos y vemos en los medios de comunicación. Porque a menudo merece la pena apagar la televisión y la radio, por ejemplo cuando las noticias parecen demasiado maniáticas y repetitivas. Si no tenemos cuidado, existe el peligro de que el estado de emergencia se convierta en algo permanente. Si logramos liberar a Julian Assange de la cárcel gracias a la presión pública, sería un poderoso símbolo de que quizás no somos del todo impotentes.
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Traducción desde el alemán: Romano Paganini
Fotografias: Wikijustice (1) & Daniela Beltran
Edición y producción: Martu Lasso & Romano Paganini
Web y Redes Digitales: María Caridad Villacís & Victoria Jaramillo