En el suburbio al nororiente de Quito coexisten y chocan mundos diversos: terratenientes, habitantes de condominios de lujo, comuneros, trabajadores, vendedores informales y artistas. Tumbaco es uno de los lugares que más creció en toda América Latina, y donde durante el paro
la desigualdad y la bronca se manifestaron en violentos enfrentamientos callejeros.
13 de julio de 2022, Tumbaco. – Juan lleva un grifo en la mano, los ojos cansados, la panza vacía. Vino una vez más al parque de Tumbaco a buscar trabajo. Una vez más sin haber desayunado. “Quizá va a haber almuerzo”, dice avergonzado como si quisiera disculparse por la situación. Desde que empezaron las protestas no trabaja. Sus clientes cerraron las billeteras por la incertidumbre ante lo que pueda pasar. En momentos de estallidos sociales la gotera en el techo pierde importancia.
Juan, que vive con su esposa y el último de sus cuatro hijos, tiene otro nombre. El albañil y plomero de sesenta años prefiere el anonimato por miedo a perder la confianza de sus clientes. Lo mismo temen sus compañeros que juegan cartas en las gradas frente a la iglesia. Son todos hombres entre 25 y 65 años, la mayoría padres de familia, esperando a que alguien los contrate para la construcción de un muro, el arreglo de una cerradura o la instalación de un baño. Pero no hay trabajo. A principios de la semana incluso se agotó el cemento y la arena en las ferreterías. Son las consecuencias de las barricadas a lo largo del país. Es el último día de junio, pocas horas antes de que termine el paro nacional.
Los jornaleros apoyan los reclamos del Movimiento Indígena, algunos se sumaron a las protestas en el valle, otros ya soltaron la esperanza. “Necesitamos trabajar, porque sino no comemos”, enfatiza uno de ellos. Saben que hoy tampoco van a trabajar, pero no quieren quedarse en casa. Se sienten impotentes y a la vez presionados por sus mujeres e hijos. “Mejor jugar cartas y despejar la mente”, dice uno de ellos cansado. Al lado de las cartas reposan unas monedas, la apuesta es de 25 o 50 centavos. “A los ricos no les importa si el precio de la comida sube”, reclama uno. “Es hora de que el gobierno escuche al pueblo.”
El Far West al este de Quito
Al otro lado del parque está Carlos Jimenez, ex-jefe de logística de una importadora de arneses satelitales, que según él quebró por una ley, emitida durante el gobierno de Rafael Correa. Vestido con un chaleco amarillo el hombre de 59 años ayuda al chofer de una camioneta a parquear. “Antes me pagaban cincuenta centavos por carro”, cuenta Carlos. Pero con el aumento de la gasolina bajó también la propina. “Cuido autos que valen más de 50.000 dólares y a veces ni siquiera me quieren pagar 25 centavos. ¡Quieren que me pelee con los ladrones gratis!”
Las propinas son para sobrevivir. Sin el apoyo de su hermana, Carlos no podría pagar el arriendo de su departamento. Enojado por la situación en el país dice que el año pasado votó por Lasso, también para darle la contra al correísmo. “Pero él no conoce las necesidades de la gente que trabaja en la calle. Él no sufre porque no le dan el gas o porque no tiene para comer. No pensaba que Lasso iba a ser tan irracional”.
Albañiles, plomeros y cerrajeros esperando a que alguien les contrate: como millones de otros trabajadores en el Ecuador estos jornaleros en el parque de Tumbaco también viven del día-día.
Guillermo Lasso, una de las personas más ricas del continente, después del primer año de mandato, ha perdido su legitimidad como presidente, tanto ante el pueblo como ante la Asamblea. El banquero vive en otra esfera, esto se evidenció con el hecho de no haber aparecido ni una sola vez en el diálogo con las y los representantes del Movimiento Indígena. El desprecio hacia grandes sectores de la población sigue vigente 530 años después de la conquista europea. Un desdén que durante el paro no solamente se manifestó desde el gobierno, sino también en las calles.
Uno de los choques más violentos ocurrió en la noche del 20 de junio en Tumbaco. Las y los manifestantes que bloquearon la Ruta Viva fueron atacados con camionetas de alta gama. Incluso hubo tiros de armas de fuego hacia las barricadas. El Far West al este de Quito. La “contra-marcha” fue acompañada por agentes motorizados de la Agencia Metropolitana de Tránsito, como si hubiesen estado al tanto. Según testigos oculares no hubo heridos, pero a un periodista de la zona le destruyeron el carro por completo. Este fue usado como escudo por los que vinieron desde Cumbaya para protegerse de las piedras que volaron hacia ellos. Por los ataques en carro, la fiscalía abrió una investigación previa por presuntos actos de odio.
No habían pasado 24 horas cuando hubo otro tiroteo, esta vez en el centro de Tumbaco: los manifestantes bloquearon la Interoceánica con vallas de metal y rompieron los vidrios de un edificio. Algunos de los comerciantes salieron a la calle, primero para defenderse con puños y piedras, después uno de ellos sacó una pistola y disparó balas de plomo contra los manifestantes. Algunas personas que estaban en el lugar cuentan que se trataba del presidente del “Comité de Seguridad del Barrio Centro de Tumbaco”.
“Tenemos que huir todo el tiempo de los agentes de la Agencia Metropolitana de Control, y ahora incluso nos persiguen los comerciantes del barrio”
Vendedora ambulante, Tumbaco
Sin nombrar el tiroteo el Comité emitió unas horas después un comunicado donde dice: “Hoy, entre los infiltrados de los grupos que defienden las legítimas demandas del movimiento indígena, están dos “comerciantes autónomos” quienes dieron la orden de atacar un bien inmueble (…) al que lanzaron piedras (…) con la finalidad de romper ventanas y causar más daños”. El Comité también culpó a las vendedoras ambulantes, denunciándolas unos días después con fotos en su pagina de Facebook, acusándolas de “pretender instalar nuevamente el caos”.
Una semana después de la bulla las vendedoras siguen indignadas. “Tenemos que huir todo el tiempo de los agentes de la Agencia Metropolitano de Control, y ahora incluso nos persiguen los comerciantes del barrio”, dice una de las mujeres. “Muchos somos de Venezuela y buscamos sobrevivir de alguna manera, y bueno, la venta en la calle es lo que nos queda, porque no tenemos dinero para arrendar un local.”
Los choques durante el paro no fueron solamente entre “los ricos” y “los pobres”. También se dieron entre los que estaban a favor de las protestas y los que estaban en contra, entre los que tienen un negocio y los que son empleados, entre los que tienen trabajo y los que no.
“Cuido autos que valen más de 50.000 dólares y a veces ni siquiera me quieren pagar 25 centavos”: Carlos Jimenez perdió su trabajo y ahora está cuidando carros en el parque de Tumbaco.
Para entender mejor los acontecimientos recientes en Tumbaco hay que volver a los años 60 del siglo pasado. En ese momento, ahí vivían unas pocas familias campesinas y hacendadas distribuidas entre las parroquias de Yaruqui, Pifo, Tumbaco y Cumbaya. En comparación con el valle de los Chillos el valle al norte del Ilaló estaba casi vacío. La gente incluso evitaba ir de visita por la alta tasa de paludismo.
Eso cambió con la llegada de la industria petrolera al Ecuador. Porque para llevar el líquido pegajoso desde la Amazonia a Quito se necesitaba pasar por Tumbaco. Dentro de poco tiempo un médico logró erradicar el paludismo y la petrolera estadounidense Texaco financió la construcción del viejo puente que atraviesa el río Chiche, indispensable para que el “oro negro” llegara de la jungla a la sierra.
Esto cuenta el escritor y artista Wilson Cordova, que investigó la historia del valle. El Quiteño conoce Tumbaco desde aquellos años, porque su familia fue una de las primeras en comprar tierras y construir ahí. Wilson se bañaba todavía en el agua de La Quebrada, que hoy en día es una cloaca. “En los años 70 y 80 Tumbaco se convirtió en un imán para artistas de distintas partes del mundo”, dice el hombre de 60 años. El clima cálido, la naturaleza virgen y la magia que irradia el Ilaló atraía a quiteños interesados en salir de la ciudad, pero sobre todo a argentinos, chilenos, norteamericanos y europeos.
“Hoy en día, un metro cuadrado de tierra sale a 200 dólares, pero las vías de acceso son de los años setenta. Tumbaco es el sueño fallido del Quito alternativo”.
Wilson Cordova, escritor y artista
De hecho, Tumbaco en un momento se convirtió en una alternativa a la Capital del país. Aquí nacieron proyectos de agroecología y de salud integral, de educación alternativa y de parto natural. Es la parroquia más cosmopolita del Distrito Metropolitano. Solo que hoy en día muchos de estos artistas y “hippies” se encuentran frustrados, por la expansión urbana y la destrucción del entorno natural que inspiró varios de los proyectos puestos en marcha.
A partir de los años noventa los grandes constructores, en colaboración con el municipio, empiezan a invadir Tumbaco, relata Wilson Cordova. Compran grandes extensiones de tierras y construyen condominio tras condominio con nombres como: La viña (una hacienda de tiempos coloniales), San Jorge o Santa Rosa.
Ahí se profundiza la segregación del pueblo. Por un lado están los grandes terratenientes de familias adineradas, las y los empresarios, inversores y diplomáticos -muchas veces con dos o tres autos por familia para evitar el pico-y-placa-, viviendo tras muros gigantes con cerco eléctrico y guardianes armados. Por otro lado, las y los campesinos migrantes, provenientes de las provincias de Cotopaxi, Tungurahua y Chimborazo en búsqueda de maneras de alimentar a sus familias. Juntos a los lugareños del valle -y también a una creciente comunidad proveniente de la costa, sobre todo de Manabí- dejan sus labores en el campo y se ponen al servicio de la ciudad.
“Soy de otro país, y muchos acá no quieren a mi gente, entonces prefiero no opinar. No quiero problemas“: una mesera de Venezuela que trabaja y vive en Tumbaco.
Tumbaco ya no es el pueblo que Wilson Cordova conoció hace cincuenta años: el aire, la tierra, el agua, la gente y la velocidad de su vida cotidiana han cambiado. “Tanto la naturaleza como la comunidad se deterioraron”. El verde de las praderas se cambió por gris del cemento, y la población creció en poco tiempo a más de 70.000 habitantes. Incluso hay un planteamiento por parte de las cinco parroquias Tumbaco, Cumbayá, Nayón, Puembo y Pifo -en total una población con más que 170.000 personas- de independizarse de Quito y formar un cantón propio.
En toda América Latina Tumbaco es uno de los lugares que más rápido construye casas, rutas y fábricas. El más reciente capítulo de la expansión quiteña hacia el valle se dio en los años 2013/2014 con la Ruta Viva. La autopista de seis carriles no solamente une la capital con el nuevo aeropuerto sino también divide barrios, familias y ecosistemas: muere el pueblo y nace la ciudad.
Wilson Cordova, que a partir del 2006 se radicó aquí, se enteró de la corrupción dentro de la Administración Zonal, de los traficantes de tierra y de planos falsos, denunciando asuntos de interés público. “Hoy en día, un metro cuadrado de tierra sale a 200 dólares, pero las vías de acceso son de los años setenta. Tumbaco es el sueño fallido del Quito alternativo”.
El tira y afloja entre ciudad y campo
Una de las personas que buscaron esta alternativa es Gloria Arcos, cantautora de Quito, que se mudó al valle en el año 1993. Se fue de la capital “porque los parques eran basureros” y ella, recién embarazada de su segunda hija, buscaba tranquilidad y naturaleza. “Tumbaco tiene un potencial enorme, pero también una responsabilidad, por ejemplo con el Ilaló”. Arcos vive en las faldas del viejo volcán. Presenció dos incendios que destruyeron su terreno y también la construcción indiscriminada en toda la parroquia. “No nos olvidemos de que el Ilaló es una isla de biodiversidad y un regulador del clima entre los dos valles. Si seguimos deforestando como lo estamos haciendo, van a aumentar las sequías y también las lluvias fuertes que después provocan derrumbes”. Son riesgos que el municipio conoce, pero “desde hace años se hace de la vista gorda”, comenta. “Las constructoras hacen lo que les da la gana”.
El crecimiento vertiginoso no solamente aumenta los problemas ambientales, sino también los sociales. La brecha entre los que tienen y los que no, fomenta también el resentimiento, la bronca y -tarde o temprano- la delincuencia. De hecho, en Tumbaco ya se habla del crimen organizado, asalto a ciclistas y trashumantes en la calle, robo de carros y casas en la noche.
El “progreso”, celebrado por los gobiernos de turno, también está generando divisiones dentro de las comunas de Tumbaco.
Además, está el choque cultural entre lo urbano y el campo: un cambio que sigue en digestión. Gloria Arcos ve en la sociedad tumbaquense una mezcla extraña. “Los jóvenes se visten como raperos o punkies, pero tienen una mentalidad de campo. Están entre los dos mundos: la ciudad actual y sus orígenes”. Y no es que haya una real asimilación dentro de los lugareños. Más bien se sienten presionados por la ola de humanos que está llegando a su territorio. “Ellos venden sus tierras para tener el dinero y poder vivir, pero a la vez no quieren que vengan nuevas personas al valle”.
El “progreso”, celebrado por los gobiernos de turno, también está generando divisiones dentro de las comunas de Tumbaco, por ejemplo en La Toglla, al oeste del Ilaló. Unas pocas familias de la comunidad del pueblo Kitu Kara quieren vender sus tierras, aunque son comunitarias. Esto quiere decir que se necesita el consentimiento de toda la comunidad. En este caso, la mayoría se opone, sin embargo, a principios de junio llegaron excavadoras e invadieron las tierras ancestrales, flanqueadas por agentes de seguridad privada.
Llama la atención que unos días después del atropello, empezara el paro nacional -al cual se sumó también La Toglla-. Uno de los reclamos fundamentales del Movimiento Indígena fue el reconocimiento de los derechos colectivos, entre ellos el respeto a las tierras comunitarias, avalado por la Constitución.
“Salimos quebrados después de la pandemia. Y ahora que estamos nuevamente en la calle, estamos otra vez cerca de quebrar”: Antonio Toaza migró hace cuarenta años desde Cotopaxi a Tumbaco. Hoy en día el hombre de 65 años vende en un kiosco, ubicado en la Interoceanica.
Volviendo al parque de Tumbaco, donde los jornaleros se han ido y donde los restaurantes se están llenando de a poco. Es mediodía y en la tele el ministro de gobierno anuncia que el paro ha terminado. Los clientes toman su sopa, mirando desinteresadamente hacia la pantalla. Un paro más en la historia del Ecuador. Un paro que dejó cientos de heridos y al menos siete personas muertas. Valeria* está aliviada por el fin de las protestas. La chica de 25 años, que trabaja en unos de los restaurantes, vive con su esposo, su mamá y sus dos hijos en Tumbaco.
Valeria es de Venezuela, hace tres años se radicó en la sierra ecuatoriana. Ella se asustó cuando unas amigas paisanas le mandaron el video del tiroteo en la Interoceánica. “Yo he vivido estos enfrentamientos en Venezuela y espero que en Ecuador no se repita lo mismo”. Su esposo, asistente odontológico en Quito, no pudo trabajar por los bloqueos en las calles. Entonces, la joven familia se sostuvo gracias a Valeria y su ingreso semanal. Como es extranjera no quiere hablar mucho del paro. “Primero, porque soy de otro país, y muchos acá no quieren a mi gente. Segundo, porque puede que mi opinión no le guste a nadie y no quiero problemas”.
Es la voz de una persona más que compone el crisol de culturas y realidades de Tumbaco, ese lugar complejo al lado de Quito que se convirtió en un centro urbano con muchas posibilidades. Pero también con diversos riesgos, tanto sociales como ambientales.
*Nombre ficticio
Texto: Romano Paganini
Fotos: Nicolas Riofrio
Edición y producción: Martu Lasso & Romano Paganini
Web y Redes Digitales: María Caridad Villacís & Victoria Jaramillo