La piel de un volcán entre llamas, llagas y regeneración  

Trafico de tierras, proyectos inmobiliarios o quema de rastrojos: los incendios en el volcán Ilaló, en las afueras de Quito, tienen varias aristas. Y eso que una buena parte del cerro pertenece a una zona protegida. Pero, ¿cómo se protege un lugar donde confluyen muchos intereses? En el barrio Olalla, donde hace un mes se quemaron varias hectáreas, biólogos, municipio y vecinos intentan recuperar la tierra, la fauna y la flora. 

9 de septiembre de 2020, Olalla (Ilaló)/Quito. – En la casa de Gloria Arcos nadie se daba cuenta que en las afueras el fuego se iba comiendo metro tras metro. Ella estaba almorzando con sus dos hij@s cuando, de repente, escucharon los ladridos desesperados de la manada. Fueron l@s once perr@s, la mayoría rescatados, que olieron el humo del terreno al lado. Cuando Gloria y sus hij@s salieron para enfriar los alrededores con agua, las llamas parpadearon a unos treinta metros del dintel. “Ni tuvimos tiempo para desmayarnos”, cuenta un mes después, caminando por las cenizas de la tierra quemada. El fuego se comió pastizales y aves, capulíes y vertebrados. Los únicos sobrevivientes que se ven este día nublado de fines de agosto son los eucaliptos, los pencos, los quishuares, la mimosa quitensis, los cholanes y una culebra escondida en uno de los túneles donde suele juntarse el agua de lluvia. Si es que llueve.   

Desde hace una eternidad l@s vecin@s de Gloria venían llamando a los bomberos, pero ellos estaban ocupados con un incendio al norte del Ilaló, que se produjo ese mismo día, martes 4 de agosto de 2020. Los dos fuegos fueron causados por humanos: en el barrio Leopoldo N. Chávez -así denuncia la comunidad – fue intencional; en Olalla, en cambio, parece que fue un accidente. Gloria y l@s vecin@s lograron salvar las casas, pero no el resto del terreno. El fuego destruyó cinco de las siete hectáreas. “Los bomberos llegaron por casualidad, porque se confundieron con el incendio mas al norte“, se acuerda Gloria. Le prometieron volver el siguiente día para enfriar la casa y partes del terreno. Pero no vinieron: ni a la mañana, ni a la tarde, ni después. “No sé que están haciendo las entidades del Estado y cómo interpretan la ley, pero acá seguimos esperando, sin saber qué va a pasar”.

Gloria Arcos tuvo que llamar a vecin@s y amig@s, quienes le ayudaron al día siguiente a apagar los focos prendidos: a mano y a pulmón, sin apoyo de los bomberos. “Seguir esperando a la inspección me deja un pésimo sabor en la boca”, dice Gloria entre desesperación e ira. Al menos unos días después, se abrió una investigación interna por posible omisión al debido informe. Los resultados todavía no fueron comunicados.

Los sobrevivientes del incendio del 4 de agosto de 2020 en el barrio Olalla, al nororiente del Ilaló: los pencos andinos (arriba) y los eucaliptos introducidos desde Australia (centro). En la foto aérea, realizada diez días después del incendio, se dimensiona la catástrofe. La casa redonda de Gloria Arcos se encuentra rodeada por árboles a la derecha. El fuego llegó a pocos metros donde ella vive con su familia. FOTOS: Nicolás Riofrío.

El Ilaló, que se levanta entre los 2.340 y 3.179 metros sobre el nivel del mar, se encuentra a unos ocho kilómetros al este de la capital ecuatoriana, separando dos valles: el de los Chillos, al sur, y el de Tumbaco-Cumbayá, al norte. Funciona como una barrera geográfica y una isla de biodiversidad. Es un refugio para muchos animales que huyen del desierto de cemento que está expandiéndose por las faldas del volcán.

Casi diez años después del último gran fuego en Olalla, Gloria Arcos se encuentra de nuevo con una quebrada quemada, animales muertos y la impotencia frente a una práctica agrícola traída desde España: la de quemar los rastrojos. Es la forma más rápida de deshacerse de los restos de cultivos de maíz o de alverjas, pero sus impactos pueden ser devastadores, especialmente durante los meses de verano con poca lluvia y mucho viento. Así paso aquel día, cuando una vecina quemó los desechos de maíz, subestimando la fuerza de la combinación fuego-viento. 

Sin embargo, esta es sólo unas de las problemáticas de las prácticas agrícolas alrededor del Ilaló. Otra es el hecho de que mucha gente siembra solo un cultivo y, de esta manera, agota a los suelos, señala Xiomara Izurieta, bióloga y especialista en planificación ambiental y de áreas protegidas. Los monocultivos contribuyen a la erosión de los suelos y, por lo tanto, benefician a los incendios. Debido a la composición del suelo, pobre en nutrientes, el agua de lluvia ya no se detiene, y en vez de drenar lentamente por la tierra, la arrastra en pocas horas. “Lamentablemente”, dice Izurieta, “se ha perdido ese conocimiento ancestral de sembrar para comer, a tal punto de que, cuando empezó la pandemia en el Ilaló, tuvimos una emergencia alimentaria”.

 

“El helicóptero ha sido utilizado para el control de fuego,
pero los que se apropian del sector son los habitantes de la misma comunidad.”

Juan Carlos Avilés,
Secretario de Ambiente del Distrito Metropolitano de Quito

 

A esta situación se suma la codicia de los traficantes de tierra y los inmobiliarios. Desde la construcción de la Ruta Viva en los años 2013 y 2014, crecieron las urbanizaciones en la zona y también incrementó el valor de la tierra. Xiomara Izurierta, que siete años atrás escribió un informe para el Distrito Metropolitano de Quito (DMQ), ya advirtió en eses entonces que las urbanizaciones en el Ilaló “están creciendo desmesuradamente y sin una adecuada planificación (…) debido a la gran presión inmobiliaria que se está desarrollando en el área”. Hoy en día, la bióloga e integrante del colectivo Ilaló Verde dice: “Aquí, encender tierras para desvalorarlas y después venderlas a un precio mayor es una práctica común”.

De hecho, el incendio por el barrio Leopoldo N. Chávez de hace un mes fue documentado con fotos y videos que muestran a las personas involucradas. Para Izurieta no es casual que esto se haya dado en la misma zona donde, durante la cuarentena, una empresa inmobiliaria convirtió un chaquiñán en una calle para camiones. Y eso en medio de un bosque protector, avalado por un acuerdo ministerial del año 1988. Ahí esta prohibido construir en tierras que se ubican por encima de los 2.600 metros sobre el nivel de mar. Eso significa que 3.374 hectáreas del Ilaló están bajo protección, o sea: la superficie de aproximadamente 4.700 canchas de futbol. Teóricamente. Porque mientras el Estado Central permite la construcción de una carretera por el Parque Nacional Yasuní durante plena cuarentena, no es de sorprender que los traficantes de tierra de la capital jueguen según sus propias reglas.

Un factor que fomenta el problema de los incendios es la falta de los guardabosques que patrullan por los territorios, destaca Xiomara Izurieta. Las seis personas que en un momento trabajaban como tales fueron reemplazadas ya hace años por un helicóptero. “Pero eso incentivó a los niños a prender fuego, simplemente para que puedan ver al helicóptero”.

Juan Carlos Avilés, Secretario de Ambiente del Distrito Metropolitano de Quito, prefiere no comentar los hechos de las administraciones anteriores. “El helicóptero ha sido utilizado para el control de fuego, pero los que se apropian del sector son los habitantes de la misma comunidad”, dice Avilés, quien asumió su puesto en noviembre del año pasado. “Además, estamos permanentemente con patrullajes motorizados de bomberos con controles recurrentes”.

 

El municipio no quiere prohibir la quema 

La protección y conservación del Ilaló parece prioridad para las autoridades actuales, o al menos para la Secretaria del Ambiente. Pocos días después del incendio en Olalla, por ejemplo, mandó unas cuadrillas de trabajadores que ayudaron a despejar y limpiar el terreno de Gloria Arcos y a abrir zanjas que funcionan como barreras de fuego. “Todavía falta definir bien las estrategias para que se beneficien todos”, dice Juan Carlos Avilés, „pero sobre todo tenemos que proteger este pulmón que el Ilaló significa para la ciudad”. Frente a los incendios agrícolas, el ingeniero toma una posición pragmática. “El uso del fuego en sí no es malo; de hecho, algunas especies lo necesitan para sobrevivir. Sin embargo, el desconocimiento técnico y sin el acompañamiento de la autoridad hace que sea muy difícil controlar el fuego que se va al terreno del vecino o que contamina zonas protegidas”.

El municipio no apuesta por una prohibición de la quema. Pero en la ordenanza que se está elaborando y que se implementará a fines del 2021 aproximadamente, se va a establecer el uso y la protección del suelo y la regulación del fuego. Juan Carlos Avilés señala que no es lo mismo quemar una capa de rastrojos de dos a tres metros durante un día soleado con mucho viento que quemar una capa de 50 centímetros en la noche con poco viento. “Tenemos que trabajar mucho en trasladar esta información a la comunidad y llegar a acuerdos con la gente que vive ahí. En el Ilaló hay muchas presiones para urbanizarlo y por el tráfico de tierras”.

Cavando una zanja para impedir el paso de futuros incendios: Gracias al apoyo de cuadrillas del Distrito Metropolitano de Quito, se pudo avanzar en la protección del terreno en el barrio Olalla. FOTO: Nicolás Riofrío.

Un mes después del incendio en Olalla, la tierra todavía huele a quemada. Gloria Arcos, acompañada por la manada de perros, camina sobre el terreno negro donde en algunos lugares está rebrotando el pasto. Con cada paso resuena un tono quebradizo, como si se caminara sobre una planicie recién nevada. En medio de esta imagen apocalíptica se erigen unos de los sobrevivientes del incendio: los pencos. Son autóctonos de los Andes y bien conocidos por la bebida que se hace con ellos, el tzawar mishki. Gracias al líquido que guardan en su interior, aguantan las altas temperaturas. Los pencos andinos fueron, son y van a ser importantes para el terreno de Gloria Arcos. “Necesitamos unos diez mil de ellos para formar nuevas barreras de fuego”, cuenta y espera a que se consiga esta cantidad antes de que empiecen las lluvias. “Ojalá que podamos avanzar lo más pronto posible para que cuando venga el invierno no se lave la tierra”.

Además de los pencos, que se van a gestionar dentro de un “Pencatlon”, Xiomara Izurierta y sus compañer@s del Ilaló Verde elaboraron unas recomendaciones para la propietaria: 

  • meter un tractor de bajo impacto, para poner curvas de nivel y permitir de esta manera que el terreno sea mas manejable y que se conserva el suelo
  • poner una capa de cobertura (“mulch”) para proteger al suelo, por ejemplo, con cáscara de eucaliptos que llevan nutrientes a la tierra 
  • sembrar pencos, mezclados con mora y tuna, que son otras plantas autóctonas resistentes al fuego
  • arreglar las zanjas alrededor del terreno para que no se hunda, y evitando rellenarlo con tierra.
  • gestionar más plantas locales -como la uña de gato, el algarrobo de Quito o la chilca- para reforestar el terreno paso a paso.
  • construir pequeños diques con bloques de cangagua en la quebrada grande para que no se agrieta mas y que se detenga la erosión hídrica , 

Con un “Pencatlon”, Gloria Arcos y l@s integrantes del Colectivo Ilaló Verde esperan recolectar dinero y plantas para conseguir 10.000 pencos andinos para fomentar las barreras de fuego: un trabajador del municipio de Quito, trasplantando un penco. FOTO: Nicolás Riofrío.

Nuestra casa está en llamas, dijeron el año pasado varios presidentes durante los incendios en la Amazonia. Usaron el lenguaje de los pueblos y nacionalidades para describir lo que estaba pasando a nivel global: Bolivia, Brasil, Perú, Paraguay, Argentina, el sur de Africa, Portugal, Ucrania, Rusia, Australia, Estados Unidos, pero también las provincias ecuatorianas de Imbabura, Pichincha y, últimamente, Manabí. En esta lista hay que agregar al Ilaló, el volcán vecino de Quito. Igual que la Amazonia, es un territorio que requiere protección, pero que se encuentra presionado por individuos y empresas que siguen a la lógica extractiva. “Mucho se habla de consciencia, de protección y de respeto a la naturaleza”, dice Gloria Arcos, que en veinte años vió dos veces como se destruía la flora y fauna; y eso que ella y su familia desde fines del siglo pasado han aplicado los principios de la Permacultura para recuperar el agua y la tierra en un terreno que los dueños anteriores vendieron como ‘tierra inservible’. “Pero”, pregunta Gloria, “¿cuándo nos despertamos?”

 

Si desean contribuir a la recuperación del Ilaló, y en particular, del terreno de Gloria Arcos pueden contactarla directamente: +593 98 445 4298

 

Texto: Romano Paganini

Colaboración: Marizu Robledo

Foto principal: Acompañada por la manada de perras y perros: Gloria Arcos en su terreno, frente a uno de los pencos mas antiguos que sembró después del último incendio en el año 2010. (mutantia.ch)

Edición y producción: Vicky Novillo Rameix & Romano Paganini   

Infografia y Redes: María Caridad Villacís & Victoria Jaramillo