Ecuador y sus bananos: Chiquita la protección, grande el negocio

Durante décadas, la industria bananera fue dominada por el abuso de poder, las violaciones de derechos humanos y las contaminaciones crónicas de aguas y tierras. Y a pesar de las promesas de cambiar esta situación por parte de empresas como Chiquita, las estructuras de esclavitud siguen en pie. Contamos la historia de uno de los actores más grandes de la industria bananera, visitamos las plantaciones al sur del Ecuador y conversamos con las personas que son explotadas tal como sucedía en el siglo pasado: l@s trabajador@s bananer@s.      

 

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La siguiente investigación se realizó entre diciembre de 2019 y enero de 2020 para la ONG Suiza Public Eye. El texto actual, primero publicado en marzo del presente año, es una traducción del alemán, con algunos ajustes regionales para una mejor comprensión, al español. Por cuestiones de seguridad hemos cambiado los nombres de tod@s l@s protagonistas en este artículo, menos el de Lenin Merino. El trabajador bananero de 31 años, que hemos entrevistado en enero, falleció hace diez días en un hospital en Santa Rosa, provincia El Oro. En el acta de defunción dice que murio por covid-19, como en miles de actas de personas que estan muriendo en estos meses. Lo que no se dice es que el cuerpo de Lenin fue debilitado por haber trabajado durante años en plantaciones bananeras y haber estado expuesto a gran cantidad de pesticidas.

 

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Periferia de Machala. Por la tarde, cuando la jornada termina, trabajadores del banano salen a este redondel a relajarse, a conversar y a negociar con capataces el trabajo del día siguiente o del resto de la semana, si hay suerte.

22 de julio de 2020, Machala/Quito. – Varios hombres esperan en las afueras de Machala, al sur del Ecuador, a que algún capataz les confirme la jornada. Algunos fuman, otros juegan con sus celulares. Día tras día esperan por la tarde en este redondel, al igual que miles de otr@s cosechador@s, enfundador@s y lavador@s bananer@s del país. Nunca se sabe si mañana hay trabajo o no. Lo que para los intermediarios y exportadores de bananos es un gran negocio para l@s trabajador@s o sea las personas que realizan el trabajo duro en las plantaciones y las estaciones de lavado del banano, es una lotería.

“Fuera del sector bananero apenas hay trabajo”, cuenta uno de los hombres fumando. “Quizá cada tanto sale un trabajo temporal en construcción, pero hasta ahí nomás”. A la pregunta de cuál es el mejor trabajo en la región, un chico de apenas 17 años nos responde sin vueltas: vender drogas. Se refiere al basuco, los restos de la producción de cocaína que se fuman con una pipa y que se encuentran fácilmente en las plantaciones bananeras de Machala y sus alrededores. Es una droga que, además de ser altamente adictiva, afecta de forma inmediata al sistema nervioso y deja nublada la realidad: la dura realidad de la industria bananera. “No es sorprendente que los jóvenes estén usando esta droga”, comenta uno de los hombres de 36 años en el redondel. “Aquí no tenemos perspectivas y el comercio de drogas es mucho más lucrativo que romperse el lomo en las plantaciones del banano”.

Desde principios del siglo XX, como en muchos lugares de la costa ecuatoriana, se han plantado bananos en esta zona. Y Machala, la capital de la provincia de El Oro, cerca de la frontera con Perú, se autoproclamó como capital mundial del fruto. Desde mediados del siglo pasado, Ecuador es el exportador más grande de banano: casi un tercio de todos los bananos comercializados en el mundo proceden de aquí. El sector emplea a más de 200.000 personas y de él dependen indirectamente alrededor de dos millones de personas: casi la novena parte de la población total del país. 

La mayoría de los productores venden sus bananos a intermediarios, los cuales, a su vez, los revenden a comerciantes internacionales como Del Monte, Dole, Fyffes o Chiquita. Esta última suministra la fruta principalmente a Europa y América del Norte y como Chiquita tiene una de sus sedes principales en Suiza -la otra está en Fort Lauderdale (Florida, Estados Unidos)-, nos vamos a enfocar en la historia y el comportamiento de dicha empresa. 

Los beneficios de la industria de mudarse a Suiza 

Chiquita es una de las grandes marcas mundiales que compran banano ecuatoriano. Esta empresa como la mayoría poco o nada hace por el bienestar de quienes cuidan y cosechan su producto.

Antes de mudarse a Suiza en 2009, la sede principal europea de Chiquita estuvo en Amberes, Bélgica, donde el Estado cobró un impuesto del 20% de las ganancias de la empresa. En cambio, en los Alpes -así investigó la tele estatal Suiza-, este monto se redujo a solo el 2,5%. Incluso hay una competencia entre los cantones del país europeo por cobrar los impuestos más bajos para atraer empresas grandes. El cantón Vaud, por ejemplo, en la frontera con Francia -donde Chiquita Brands International tiene sus oficinas europeas-, tenía un programa donde las empresas que se habían radicado allí durante diez años no tenían que pagar impuestos. Este privilegio atrajo en la primera década del siglo XXI a una serie de empresas internacionales, entre ellas, el gigante bananero. Un gigante que desde 2014 mantiene silencio sobre sus negocios. Fue en ese año cuando las empresas brasileñas Cutrale (exportadora de jugo de naranja) y el Safra Group (bancos e industrias) compraron a Chiquita. Los nuevos dueños sacaron a Chiquita de la bolsa de valores y por lo tanto no tenían la obligación de transparentar sus negocios como se lo hacía antes.

De esta forma, cuando uno quiere recibir información actualizada sobre Chiquita y sus proveedores debe hablar con expertos de la industria o directamente con los productores y trabajadores. Solicitamos una entrevista con los representantes de la empresa pero no respondieron con datos duros,  sino con folletos coloridos. Este silencio es característico entre las empresas extractivas, tanto del sector minero y petrolero como de la agroindustria como ocurre con Chiquita (Detalles en la caja: “Chiquita y la fraudelenta historia de la United Fruit Company”)

Pese a esta respuesta, decidimos realizar nuestra investigación en Ecuador, pues desde este país sale una buena parte de la venta bananera de Chiquita -en 2014 se abasteció con un 18%-, especialmente entre octubre y mayo. Chiquita opera principalmente en los países de América Central donde, durante los meses de invierno, cuando baja la temperatura, se reduce significativamente la producción. Teniendo en cuenta nuestra investigación previa, asumimos que Chiquita casi no posee plantaciones propias en Ecuador y compra la mayoría de los bananos a intermediarios.

Generalmente los contratos con las fincas productoras suelen establecerse con poca antelación y normalmente por un período de solo uno o dos años. Hace trece años Public Eye (entonces conocida como la Declaración de Berna) exigió que las empresas bananeras transnacionales aplicaran normas ambientales y sociales mínimas en las fábricas de sus proveedores. Pero poco ha cambiado desde entonces y la miseria en las empresas proveedoras sigue siendo compleja.

Doce a quince dólares por jornada

Los trabajadores del banano sobreviven día a día, solo algunos cobran un valor fijo de 25 dólares por la jornada diaria, mientras que el diario de las mujeres es de  12 a 15 dólares.

Uno de los mayores problemas son los bajos salarios, así nos confirman también l@s jornaler@s. Dependiendo de la plantación, ell@s reciben entre 20 y 25 dólares al día, a veces menos. Trabajando a tiempo completo, apenas se llega al salario mínimo de 400 dólares al mes, quiere decir: apenas se alcanza vivir. Además, no siempre los capataces -como los que buscan mano de obra en el redondel de las afueras de Machala- contratan el mismo número de trabajadores. Y los que tienen mala suerte no se les paga por hora, sino por caja, aumentando aún más la presión. La situación resulta peor para l@s trabajador@s originari@s de Colombia o Venezuela. Algun@s laboran por un salario diario de 12 a 15 dólares, “pero a menudo la jornada dura más de ocho horas”, explica un trabajador. “A veces son diez o doce horas al día”. Los salarios más bajos también se encuentran en el campo de las mujeres trabajadoras, lo que refleja el machismo en la sociedad ecuatoriana.

Generalmente l@s trabajador@s bananer@s del país están expuestos a esta arbitrariedad sin protección. Muchas personas con las que hablamos nos dicen que los contratos raramente se firman y que casi no se pagan contribuciones al Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS). Es responsabilidad directa y problema de la empleada o empleado si se enferma, si tiene un accidente o si debe acudir a la escuela de su hij@ por la mañana. “A nadie le interesamos”, concluye uno de los hombres en Machala. Quienes se resisten o quieren organizarse en sindicatos corren el riesgo de ser despedidos o de encontrar su nombre en una lista y no ser empleados en ninguna parte. Por eso hemos dado a todos los protagonistas de este texto un nombre diferente.

Explotado a los 12 años 

Lenin Merino (Q.E.P.D.) trabajaba desde los 12 años en plantaciones bananeras, expuesto a un sinnúmero de agroquímicos que con el paso del tiempo afectaron su salud, así nos comentó en enero de este año. Con la pandemia de covid-19 su salud que se encontraba deteriorada por las fumigaciones empeoró. Falleció hace diez días, su cuerpo no resistió el embate del coronavirus. 

Nos encontramos con Lenin Merino en unas de las plantaciones en las afueras de Machala. De niño empacaba racimos de bananas en bolsas de plástico enormes, uno de los trabajos más duros. Su labor no sólo implica subir y bajar la escalera; los enfundadores, como se les llama, están constantemente expuestos a los pesticidas sintéticos. Impregnadas con fungicidas o insecticidas, las cubiertas de plástico aseguran que los frutos estén protegidos de las inclemencias del clima, de los bichos y de los hongos.

Cuando fue instruido por su hermano mayor, Lenin tenía doce años. Los chicos necesitaban el dinero para mantener a su madre y al hermano menor. Y aunque los productores lo nieguen o lo pasen por alto deliberadamente, el trabajo infantil sigue siendo una realidad de la industria bananera ecuatoriana. No sólo las organizaciones de derechos humanos han señalado esto una y otra vez. Durante años, el Departamento de Trabajo de los Estados Unidos también ha incluido los bananos de Ecuador en una lista de productos que están en alto riesgo de ser producidos con la participación de trabajo infantil.

Las estructuras de funcionamiento de la industria bananera violenta  los hombres y ellos transmiten la misma violencia a las mujeres o a sus propi@s niñ@s en casa. Además, el trabajo infantil, es considerado una  de las peores formas de violación a los derechos humanos.Generaciones enteras se han visto impedidas de asistir a la escuela, lo que les permitiera a ellos y a sus familias salir de la pobreza. Chiquita debería haberlo entendido después de todas estas décadas, pero en su informe de sostenibilidad de 2019, ilustrado con muchas imágenes de color, la empresa simplemente escribe que “identificó a los niños como un grupo potencialmente vulnerable” y ahora necesita entender mejor cuál es el impacto sobre ellos.

Lenin Merino, que ha trabajado en varias plantaciones de banano desde su infancia, podría contar sobre cómo este trabajo ha afectado su vida. Lenin tenía 31 años  y empaquetaba los plátanos, pero ya no en una granja donde fumigan pesticidas sintéticos, sino donde operan con productos orgánicos. Él estaba muy feliz porque el uso de veneno había hecho que enfermara gravemente a los veinte años. Su cuerpo no producía suficientes glóbulos blancos como resultado del contacto con los químicos. Un médico le advirtió que una simple gripe podría ser fatal para él. Por lo tanto, durante un tiempo recogió mariscos en la Costa, pero volvió a los plátanos unos años más tarde. Lenin gana entre 25 y 30 dólares al día y con su trabajo permanente, aunque sin contrato, pertenecía al grupo de los  denominados privilegiados. Pero su cuerpo no resistió más y con el contagio de covid-19 su salud empeoró. Falleció hace 10 días en un hospital en Santa Rosa, provincia El Oro.

Las fumigaciones con tóxicos prohibidos

Una parte de los agroquímicos que se usan hasta hoy en las plantaciones bananeras de Ecuador están prohibidas en otros países, pero en el país se expanden por los barrios y hogares de los jornaleros, afectando su vida cotidiana.

La mayoría de los productores de banano del Ecuador dependen de los pesticidas sintéticos, incluso los que están prohibidos desde hace mucho tiempo en Europa: el Paraquat, por ejemplo, un herbicida extremadamente agresivo. La sustancia es comercializada principalmente por el gigante agroquímico de Basilea, Syngenta y en Ecuador se conoce con los nombres Cerillo o Gramoxone. Algunos de l@s fumigador@s lo aplican con mascarilla de protección, otros sin ella. De todas maneras, el hedor es despiadado y quema, tanto en los ojos como en las vías respiratorias. Las personas que han trabajado con agroquímicos, especialmente con productos fuertes como Paraquat, se quejan de mareos, dolores de cabeza o náuseas. Sólo una cucharadita de la sustancia es letal, pero la autoridad reguladora ecuatoriana -Agrocalidad- la clasifica solo como “moderadamente peligrosa”. Chiquita prometió en 1998 dejar de usar este químico, pero se cumplió sólo en las plantaciones certificadas por la certificadora estadounidense Rainforest Alliance. ¿Cómo la empresa controla que no se rocíe con Paraquat las numerosas granjas proveedoras en Ecuador?, es una pregunta que Chiquita no quiso responder. Las fumigaciones no solo afectan  directamente a los fumigadores y l@s vecin@s de plantaciones bananeros, sino también al aire, al suelo, a las aguas subterráneos y a los animales.  

De repente se escuchan las hélices de varias avionetas acercándose. Casi todos los días fumigan las plantaciones fuera de Machala. Rocían sus pesticidas desde una altura de tres a cinco metros sobre los interminables monocultivos verdes, a pesar de las escuelas, viviendas y plazas en los alrededores. En el almacén de uno de los aeropuertos, en medio de las plantaciones, hay botes de fungicidas, insecticidas y herbicidas sintéticos de las empresas Bayer de Alemania y Syngeta de Suiza.

 

“Por miedo a perder sus trabajos la gente trata de ocultar tales accidentes y espera hasta que no aguantan más”.

Francisco, doctor que realizó la psantías en una de las plantaciones.

 

Una de las personas que ha estado expuesta a estos químicos es Francisco. El joven médico hizo una pasantía en el campo el año pasado, no muy lejos de donde las avionetas realizan sus rondas. Pronto se dio cuenta de los frecuentes casos de urticaria. Así, mensualmente tenía que tratar a uno o dos pacientes con picazón, ronchas o labios hinchados. “Cuando tuve que auto-internarme cinco veces en poco tiempo por los mismos síntomas, me volví escéptico”.

Francisco, que creció en la ciudad, nunca antes había tenido contacto directo con los pesticidas y no era alérgico a nada. Cuando el joven de 26 años visitó a sus pacientes en el campo, descubrió que con el paso de los años y con la propagación de los monocultivos, las plantaciones casi se habían apoderado de las viviendas. En algunos lugares, las plantas de bananos crecen hasta por debajo del dosel de los vecinos. Según él, las personas que viven cerca de los monocultivos están expuestas al mayor riesgo para la salud, aparte de l@s propi@s trabajador@s. En numerosas conversaciones, también en otras provincias, ell@s confirmaron lo que la Asociación Sindical de Trabajadores Agrícolas Bananeros y Campesinos (ASTAC) denunciaba hace rato: que, durante los vuelos de fumigación, l@s trabajador@s a menudo se quedaban en medio de la plantación y se cubrían sus cabezas y cuerpos con un pedazo de tela. En realidad, debían ser advertidos de no ingresar a la plantación durante doce o cuarenta y ocho horas después de las fumigaciones. Pero, en la práctica, sólo se lavaban los ojos y trataban de secar la piel lo mejor posible de la mezcla aceitosa, que les ha caído luego de la fumigación aérea.

En este contexto, no sorprende la historia de una joven que, lavando bananos, se le cayó cloro granulado sobre su pecho, vientre y piernas: un accidente de trabajo. Como ella dependía del ingreso y no se atrevía a dejar su puesto para lavarse y cambiarse, el desinfectante se metió en su cuerpo durante horas. Siete días después no aguantó más y se fue al médico. El diagnóstico de Francisco: quemaduras de segundo grado. “Por miedo a perder sus trabajos”, dice el doctor, “la gente trata de ocultar tales accidentes y espera hasta que no aguantan más”.

 

Las trampas de la empresa Chiquita 

Izq.: Es usual encontrar camiones que en su interior cambian los adhesivos y las cajas de los bananos para que el producto convencional sea tomado como fruto orgánico.  Der.: Una propaganda sobre Comercio Justo (Fair Trade) decora las oficinas de una de las exportadoras de banano de Machala.

Desde un principio, Andrea estaba clara en que quería prescindir de los fertilizantes y pesticidas sintéticos para producir orgánicamente. En 2017 comenzó a vender su fruta a través de una cooperativa. La compradora: Chiquita. Hoy, tres años después, no le gusta recordar aquella época. “Desde el primer momento tuvimos problemas con Chiquita”, dice. “Palets enteros fueron rechazados por motivos endebles. Hablamos de unas cincuenta cajas de banano”. Se trataba de la falta de peso de las mercancías o porque algunas frutas estaban demasiado chiquitas. “Pero si le ponías al inspector de Chiquita suficiente dinero en la mesa, de repente no importaba”. Regularmente tenía que pagar cientos de dólares para que puedan llevar la mercancía, dice Andrea. En cambio, hoy en día los intermediarios y exportadores son más cautelosos debido a las cámaras recién instaladas en las bodegas. “Ahora el negocio se lleva a cabo donde no hay cámaras…”.

Nos encontramos con Enver, un ingeniero agrónomo que hace años trabaja en el sector bananero y ha visto las prácticas comerciales con sus propios ojos. Algo tenso, está sentado en su oficina en las afueras de Guayaquil con los dos brazos apoyados en el respaldo y relatando lo que muchos en Ecuador piensan: “La industria bananera funciona como una mafia. El cincuenta por ciento es legal, el cincuenta por ciento está bajo la mesa”.

Al inicio Enver no quiso hablar con nosotros, especialmente sobre Chiquita donde estuvo empleado durante varios años. Era responsable de controlar las plantaciones, los sistemas de irrigación y el control de las malas hierbas, y de comprobar el estado de la fruta entre la cosecha y el envío. Cuando explicamos el propósito de nuestra investigación al hombre de 45 años, se puso de acuerdo. “Es importante saber que no se trata de una sola empresa”, explica Enver, “se trata de todo un sistema”. Su supervisor en Chiquita era uno de los muchos que con frecuencia aceptaban sobornos, tanto de los propios intermediarios como de las cooperativas de productores, las asociaciones bananeras.

Chiquita y la fraudelenta historia de la United Fruit Company

 

El término “república bananera” se remonta a Chiquita o mejor dicho: a su empresa predecesora United Fruit Company (UFC). El término se refería a las flagrantes desigualdades sociales de los países centroamericanos cuyos gobiernos, muchas veces corruptos, estaban prácticamente controlados por la UFC. En la década de 1950, la UFC apoyó un golpe militar contra el Presidente de Guatemala, de mentalidad reformista; en 1961, la empresa financió parte de un intento de golpe militar de los Estados Unidos contra Cuba en la Bahía de Cochinos. En 1972, la UFC ayudó a que llegara un dictador al poder en Honduras y después del cambio de nombre en 1990, Chiquita pagó dinero de protección a los paramilitares colombianos.

A inicios de este siglo se supo que la empresa suizo-estadounidense había puesto un acuerdo con sus competidores respecto a precios y volúmenes de venta de plátanos y piñas. Para asegurarse de la inmunidad de enjuiciamiento, la empresa se auto-denunció. Hasta el día de hoy, las ONGs siguen informando sobre las violaciones de los derechos laborales en las plantaciones bananeras, por ejemplo, debido al envenenamiento por pesticidas, la supresión de los sindicatos, la super explotación de hombres, mujeres y niños y el hecho que al final la fruta termina por precios muy bajos en los mercados mundiales.

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Lo establecido por el Estado y la realidad en el mercado

 

Puerto Bolívar, ubicado a 10 minutos en auto de Machala, es el principal puerto exportador de banano en Ecuador. Todos los barcos que zarpan de este lugar llevan exclusivamente banano a diferentes lugares del mundo.

En realidad, el comercio de banano en Ecuador es estrictamente regulado. Año tras año, el Estado define un precio mínimo para los bananos producidos convencionalmente y obliga a los intermediarios a pagar a los productores este precio por caja. Actualmente, es de 6,40 dólares por caja. El precio Free-on-Board que las compañías bananeras internacionales como Chiquita deben pagar para llevar las cajas a sus cargueros, actualmente es de 8,23 dólares  en teoría; pero en la práctica, juegan otras lógicas que las establecidas. 

Vale la pena destacar el hecho de que las estaciones y el clima -como en todo del sector agrícola- desempeñan un papel fundamental cuando se trata de la oferta y la demanda. Por ejemplo, si en el hemisferio norte es verano, hay mucha competencia desde América del Norte, Europa y Asia mismo y cuando la Costa ecuatoriana entra en época de lluvia, es decir, entre enero y abril, la oferta aumenta. Esta volatilidad significa que los productores e intermediarios siempre deben tomar una decisión: o pierden el negocio o aceptan el precio mínimo impuesto por el mercado y a veces menor a lo establecido.

Enver nos cuenta en su oficina que una de las estrategias es vender la fruta producida convencionalmente como bananas orgánicas: una práctica muy extendida. La demanda de bananos orgánicos es alta, pero los bananos convencionales son más baratos de producir. “Mi jefe”, recuerda, “ante estos casos se ha hecho la vista gorda”. Había comprado los plátanos producidos convencionalmente de un intermediario a siete dólares la caja, pero había declarado un precio de compra de nueve en sus propios libros. “Los dos dólares restantes”, dice: “los compartió con el intermediario, un dólar fue para él, el otro para mi jefe. Con varios cientos de cajas a la semana, se juntó una suma importante”

Los exportadores que se lavan las manos

El “Oro Verde”, como se le denominó al banano el siglo pasado en Ecuador, configura la identidad de la ciudad de Machala y el resto de la provincia de El Oro. El monumento que se ubica a la entrada de la ciudad (izq.) denota la importancia, a la vez que la ironía, de quien sostiene este negocio multimillonario.

Visitamos el local de un intermediario cerca de Machala. Frente al edificio, docenas de hombres están jugando al Ecuavolley, a las cartas, apostando con dinero. Las ventanas y puertas de la compañía están enrejadas y en los costados de la casa salen unos hierros del hormigón armado: un bloque que podría estar en cualquier lugar de la Costa ecuatoriana. Sólo el cartel publicitario de una asociación bananera indica que aquí se comercializa la fruta amarilla. La empresa intermediaria se fundó al mismo tiempo que la asociación y las dos comparten oficinas. “De esta manera, les ofrecemos a los pequeños productores un mejor acceso al mercado”, explica Santiago, el director general. A diferencia de Guayas y Los Ríos, las otras provincias bananeras del país, la provincia de El Oro se caracteriza por un gran número de pequeñ@s productor@s, dice Santiago. “Algunos solo tienen una o dos hectáreas de tierra”. Su empresa vende la cosecha de los productores a tres de los grandes exportadores: Fyffes, Dole y Chiquita.

Santiago quiere mostrarnos los contratos con Chiquita, siempre y cuando el bananero suizo esté de acuerdo. Pero Chiquita no responde a nuestra solicitud y la comunicación parece que no es el fuerte de la multinacional. Santiago, por ejemplo, se enteró por las noticias que Chiquita había sido comprada por las empresas brasileñas seis años atrás. “Todo bien”, dice él. “Mientras se cumplan los objetivos principales, el volumen y el precio, eso no importa”. Alrededor del 30% del volumen comercial de su compañía va a Chiquita.

 

“La industria bananera funciona como una mafia. El cincuenta por ciento es legal, el cincuenta por ciento está bajo la mesa”.

Enver, ingeniero agrónomo en el sector bananero.

 

Trabajar con intermediarios es cómodo para las empresas multinacionales porque de esta manera se tiene que involucrar mucho menos con los trámites, por ejemplo, con instituciones estatales. Los intermediarios incluso tienen que organizar y financiar el control aduanero y si un contenedor no puede ser cargado debido a retrasos en el despacho de aduanas, pierde de golpe 10.000 dólares, se queja Santiago. Un contenedor transporta alrededor de 1.000 cajas de bananas, es decir, entre 20 y 22 toneladas.

Entonces, la probabilidad de que Chiquita tenga algún problema antes de que las cajas estén en las cámaras refrigerantes de un barco es mínima. Y si los contenedores tienen  un defecto por más mínimo se rechaza y los bananos terminan en otros países de América Latina, en plantas de producción de comida, por ejemplo compota, o en los lechos de los cerdos o las vacas. Según Santiago, los intermediarios también asumen estas pérdidas. En cambio, la responsabilidad por la salud y el sustento de l@s trabajador@s recae sobre los hombros de l@s productores.

Lo que se puede decir después de nuestra visita en los alrededores de Machala: a Chiquita le da lo mismo lo que pase con l@s trabajador@s que siembran, fumigan, cosechan, transportan, lavan y empacan su producción. 

Hoy nadie le lleva a Ernesto de 67 años 

El sol ya está saliendo y el último camión con jornaleros (der.) sale del redondel de Pasaje, a las afueras de Machala. A la izquierda, varios hombres adultos mayores saben que hoy no tuvieron suerte y mañana saldrán nuevamente a buscar una jornada de trabajo. 

La última estación de nuestro viaje es Pasaje, un pueblo cerca de Machala. Son las cinco de la mañana y alrededor de ochenta hombres están sentados en el borde de la vereda o en los banquitos. Charlan, vigilan la plaza y observan a l@s que son nuevos. Los jornaleros del día anterior nos dijeron que aquí se agrupan todos los días, esperando a que les den un jornal. Son los que ayer no concluyeron su contrato oral y aguantan hasta las 6h30 para ver si alguien los lleva a los monocultivos. Los mejores días son el miércoles y el jueves, ahí casi siempre se encuentra labor, en cambio los viernes es más complicado. “Hoy será difícil”, dice Ernesto y sonríe. Desde hace décadas viene trabajando en las plantaciones bananeras alrededor de Pasaje. Tiene seis hijos, cuatro nietos y a pesar de sus 68 años tiene que seguir trabajando. “No tengo otra opción”. El sistema de jubilaciones como en todos los países del continente funciona solo parcialmente y el dinero que se recibe pocas veces alcanza para vivir en Ecuador.

De repente aparece un camión y los ayer elegidos saltan a la zona de carga. Luego se aferran a la estructura metálica del camión y este desaparece en la próxima esquina. Atrás quedan Ernesto y la mayoría de los jornaleros. Quizá irán a casa para comer una banana, una de las decenas de miles que salen de Ecuador cada día y luego esperarán a que el día lunes tengan más suerte y alguien les lleve a esos campos donde se trabaja mucho y se gana poco y de los cuales empresas como Chiquita se siguen enriqueciendo como lo vienen haciendo hace décadas.  

Texto: Alice Kohli & Romano Paganini

Foto principal: Todas las fotos en este reportaje fueron hechas por el fotoperiodista Ramiro Aguilar Villamarín.

Edición & producción: Vicky Novillo Rameix & Mayra Lucía Caiza   

Redes digitales: María Caridad Villacís & Victoria Jaramillo