La censura en los hospitales, la violencia contra los médicos

Por miedo a perder el trabajo, el personal de salud no ha relatado lo que pasó durante el paro nacional de 2019. Hoy, cinco de ell@s recuerdan aquellos días de octubre y denuncian al Ministerio de Salud por negligencia. Uno trabaja en el Hospital Eugenio Espejo donde fueron llevados much@s de l@s herid@s. Vivió en carne propia cómo las autoridades borraron historias clínicas y cómo amenazaron a los médic@s y enfermeras.     

24 de octubre de 2020, Quito. – Es el 12 de octubre de 2019. Hace aproximadamente una hora, Lenin Moreno, presidente del Ecuador, emitió por decreto el toque de queda para Quito y miles de manifestantes están volviendo a sus casas o refugios. También l@s médicos se retiran del parque El Arbolito, centro de las protestas, en la ciudad de Quito. Si antes no hubo ninguna garantía por lo que podía pasar, ahora incluso ell@s se van del campo de batalla porque, entre la primera línea de l@s manifestantes y la policía, a solo cien metros de la Casa de Bambú donde a lo largo del Paro atendieron a cientos de herid@s, la Contraloría General del Estado está en llamas. 

Pocos minutos antes de la evacuación, Jorge*, con mascarilla en la cara y estetoscopio en el cuello, explica la situación: “Las protestas son tan cercanas que la mayor cantidad de bombas lacrimógenas han inundado todo el sector, poniendo en peligro tanto la vida de la gente que está siendo atendida como la de los que atienden”. Mientras afuera se escuchan las detonaciones de bombas, un par de compañer@s del médico están juntando sus cosas. Al lado hay una pila de ropa y frazadas: donaciones de los últimos días.

Jorge es uno de un sinnúmero de urgenciólogos, intensivistas, expertos en cuidado intensivo, ginecólogos, pediatras, enfermeras y estudiantes de medicina que a inicios de octubre del año pasado salieron a rescatar a l@s caíd@s del Paro. Al principio eran docenas, después cientos y al final miles de herid@s con quemaduras, lesiones subcutáneas y asfixias. El Ministerio de Salud Pública, en respuesta a nuestra solicitud de entrevista, señaló por escrito que registró en doce días del paro nacional 1508 heridos: 753 por traumas, 329 en estado clínico, 326 sin diagnóstico definido, 32 con trastornos respiratorios y 6 con problemas de salud mental. No explica porqué se desconoce el diagnóstico de 326 personas. Jorge relata también que al menos una persona que él vio fue impactada por una bala de plomo y después falleció.

A pesar de llevar batas blancas y estar rodeados de equipamiento médico, el personal de salud también estuvo bajo ataque. Mientras huían, trataban de grabar los hechos con sus celulares. Además, llegaban los agentes estatales a sus casas de atención e incluso los apuntaban con armas. – FOTO: Carlos Noriega

Esta información, confirmada por otr@s médicos presentes en la Casa de Bambú, pone en jaque a María Paula Romo, ministra de Gobierno y responsable por el actuar de la Policía Nacional. A principios de este mes, volvió a afirmar lo que ya negó en los días postparo: l@s muert@s por intervención del Estado central. “Ninguna de las lamentables pérdidas humanas en estos días puede ser atribuida al uso de armas de dotación de la Policía Nacional”, decía en un vídeo. “Sus instrucciones fueron claras: a pesar de la violencia y a pesar de las provocaciones, el conflicto será tratado solo con fuerza disuasiva”. Y para justificar sus decisiones en aquel entonces, agrega: “La policía cumplió con su deber. Yo cumplí con mi deber”.

Son las palabras de una gobernante que, por incumplimiento de sus funciones -uso de gas lacrimógeno caducado y ataque a centros de ayuda humanitaria durante el paro-, está llamada a un juicio político.

Vari@s médic@s del Eugenio Espejo se rebelaron a esta política del olvido y empezaron a difundir los hechos en Facebook e Instagram. De esta manera, circularon las fotos de cráneos partidos, de ojos llenos de perdigones o de caras destruidas por el impacto de bombas de gas lacrimógeno.

Ni María Paula Romo ni Oswaldo Jarrín, ministros de Gobierno y Defensa, estuvieron en la primera línea. Solo se podían justificar desde sus respectivos escondites. Así también lo hizo el Ministro de Defensa que salió pocos días después del paro a justificar los ataques a las universidades y a otros centros humanitarios donde descansaron cientos de manifestantes, también guaguas y niñ@s. En el caos de aquellos días, quedó casi desapercibido que Jarrín incluso permitió el uso de armas letales en caso de ataques a “instalaciones estratégicas”, como por ejemplo pozos petroleros o antenas de telecomunicación.

Lo que el Ministro de Defensa no mencionó es que un arma no letal como gas lacrimógeno o perdigones se pueden convertir en armas letales, según el uso que se les dé: un detalle que también señaló la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en su informe a inicios del año. Sin embargo, l@s al menos nueve muert@s no fueron suficiente argumento para que Moreno escuche la solicitud de varios sectores sociales que pidieron que se destituya a Romo y Jarrín.

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“Entre octubre y ahora la violencia se ha mantenido”

Alfonso, médico general con nueve años de experiencia 

“Los voluntarios nos facilitaron lugares, logística y comida. Fue una integración muy bonita, porque el 95% de las personas en estos lugares no se conocían. Fue algo muy espontáneo. Como médicos, atendíamos y nos movilizábamos principalmente entre el Palacio de Gobierno y las calles aledañas. También nos movíamos hacia La Alameda, dependiendo de las condiciones diarias. Cuando nosotros recogíamos a las chicas y chicos heridos para tratar de trasladarlos al Hospital Eugenio Espejo, algunos con traumatismos encefálicos, los militares, en el momento que salíamos de esos callejones, no respetaban que estuvieras con bata blanca. Te pateaban y te insultaban. 

En las noches, cuando había algo de paz, nos sentábamos a conversar por ahí. Llorábamos y tratábamos de reír. Era uno de los momentos más especiales porque se ponía un poco de música, compartíamos alimentos, la gente trataba de bromear y eso era lo que nos ayudaba durante esos días. Sin embargo, estuvimos con el miedo y la tensión latente, porque había momentos en que la policía se metía a los locales sin respetar el tema médico. Intentaron también tumbar la puerta en el local que estuvimos.

Después del paro, tuve que ir a algunas sesiones con compañeras y compañeros de las universidades, que posteriormente hicieron espacios de ayuda para los que estábamos presentes. El diagnóstico que me dieron fue estrés postraumático. Debo reconocer que hubo una fricción bastante importante en estos días y no es que estábamos preparados para esto. En la universidad no tuvimos un semestre para prepararnos en  este tipo de cosas. Y las pocas cosas que se podían hacer desde la inexperiencia, por así decirlo, lo hicimos. En los días posteriores hizo falta la ayuda de salud mental para la gente que estuvo ahí. Ni se diga para las personas que perdieron un ojo o fueron heridas de otra manera. 

Para mí, entre octubre y ahora la violencia se ha mantenido porque hay una violencia silenciosa. Es la violencia de todo el Estado de propaganda, de represión y de amenaza. Se percibe un esquema represivo de advertencias, a veces muy sutiles como la de la Ministra de Gobierno que usó una camisa con acuarela de una mujer con un solo ojo, pero también es violencia restringir los salarios, tanto a médicos como a muchos otros servidores públicos, o dejar sin empleo a miles de personas”.

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L@s que sí respiraron el gas caducado, que se escaparon de tanques, que fueron aturdidos por dispositivos sonoros y que vieron la sangre en las calles, eran l@s cientos de voluntari@s de salud como Jorge que, tanto en la Casa de Bambú como en el Ágora y en diversos centros culturales, atendieron a l@s herid@s. “Algunos teníamos algo de conocimiento acerca del manejo de desastres o situaciones de emergencias”, recuerda Francisco, otro médico que atendió durante el paro. “Pero muchas cosas fueron surgiendo al fragor de los días”. Él iba y venía entre el trabajo y el parque El Arbolito, evitando que le llamaran la  atención como a otr@s de sus compañer@s que temían perder su puesto. Pero tampoco pudo quedarse con los brazos cruzados. “¿Si no hubiera sido por nuestro accionar, qué hubiera pasado? Tal vez hubiera sido una matanza terrible”.

Francisco es uno de tres médic@s que atendió en las calles durante el Parto 2019 junto con una estudiante de psicología, y ahora, un año después, se animaron a revelar sus experiencias en las manifestaciones. Por la falta de confianza en el Estado ecuatoriano, por miedo a perder su trabajo o tener que enfrentar otras sanciones, prefieren proteger sus identidades reales.

Francisco, que tiene más de diez años de experiencia como médico, vio situaciones desgarradoras cuando trabajó en el extranjero. “Pero vivir esta situación en mi propia Tierra, en la que el Estado abandona su pueblo, y tu Ministerio de Salud y sus instituciones no te defienden, no tiene lógica”. Menciona a la Cruz Roja que durante el Paro suspendió su atención por falta de seguridad por su personal. “En Siria e Irak, la Cruz Roja sigue trabajando, o sea, en lugares con problemas mucho más graves, pero acá se hizo a un costado ¿Por qué?”.

Las ambulancias en aquellos días fueron apedreadas por manifestantes, al menos ese fue el discurso oficial de parte del gobierno y de la Cruz Roja. Quien fue testigo directo de la situación es Alfonso, otro médico voluntario que atendió en la calle. Recuerda que era “un evento muy dudoso” que ocurrió cerca del monumento de Simón Bolívar en el barrio San Blas. “Me consta”, dice Alfonso, “que los manifestantes no se encontraban ahí; sin embargo, apareció un grupo de 15 a 20 personas a apedrear la ambulancia, a solo cincuenta metros de la policía. La policía permitió eso, y por eso me parece sospechoso. Después, la turba enfurecida se sumó a los ataques contra la ambulancia, y la policía, que antes no hacía nada, ahora entró con la caballería”.

Los médic@s voluntari@s, además de estar en varios lugares de acogida, tuvieron el trabajo de rescatistas en las calles de Quito. Lo hicieron a pesar de la agresividad de agentes estatales. – FOTO: Carlos Noriega

No es de sorprender la presencia de infiltrad@s en las manifestaciones, más aún de este porte. Esa es una estrategia de la Inteligencia del Estado. Y la tergiversación de las protestas a causa de infiltrad@s que fomentaron la violencia, fue un hecho. ¿Quién estuvo detrás de est@s infiltrad@s? Quizá se sabrá en un par de años. Lo que se podía percibir en aquel momento era que tanto el Estado como los medios de comunicación masiva hablaban de “vándalos” y “terroristas”, creando la narrativa de “los indígenas violentos”, y justificando la represión policial y militar, que desde el primer día fue más allá del “uso progresivo de la fuerza”.

El gobierno no diferenció ni tampoco mostró voluntad política -por ejemplo, eliminar el Decreto 883- para pacificar la situación, al contrario: l@s policías y los militares apuntaron sus armas hacia los cuerpos de los manifestantes como si se tratase de una guerra. Así no solamente se fomentó la escalada en la calle sino el miedo en general. Por eso suena cínico cuando María Paula Romo defiende sus decisiones como si hubiese sido en favor de la democracia.

En su informe, la Alianza por los Derechos Humanos señaló que la población ecuatoriana no fue consultada para la eliminación de los subsidios de la gasolina y del diesel por lo cual recomendó al Estado abstenerse de adoptar  medidas económicas o sociales regresivas. Le recordaron que debe “garantizar que cualquier medida que afecte o impacte la vida de pueblos y nacionalidades  deberá  ser consultada y concertada en respeto y garantía de los modos de gobernanza, determinación, representación y participación de dichos pueblos”.

En relación a la violencia durante aquellos días, l@s médic@s responden con una lectura escalofriante: que l@s miembros de las fuerzas públicas no estuvieron en sus cabales por haber consumido sustancias psicotrópicas. Francisco recuerda a un grupo de antimotines que entró a uno de los centros de atención donde médicos estaban atendiendo a l@s herid@s. Y a pesar de que había una camilla con insumos medicinales y de que él y sus compañer@s estaban con sus mandiles blancos y las manos en alto, el agente siguió apuntando el arma al pecho de Francisco. “Esa no fue la reacción de una persona cien por ciento consciente de lo que hacía”.

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“Los profesionales tuvieron sesiones de psicoterapia porque salieron afectados”

Carla, médica general y especialista en medicina familiar con once años de experiencia

“Los primeros días fueron muy complejos hasta que logramos  organizarnos. Armábamos brigadas médicas que siempre estaban a cargo de un médico o algún especialista. Eran los grupitos -en total eran 250 voluntarios diarios- que salieron con banderas blancas. Además, se formaron puestos de mando donde teníamos la logística para atender casos o diferir. Por ejemplo, casos graves que no se pueden atender en la calle como una cortadura o una contra factura. A ellos les mandábamos a las casas que estaban más equipadas o hacíamos todas las gestiones para referirles a los hospitales.

Estas gestiones, incluso dentro de los hospitales, se hacían porque había profesionales cercanos que trabajaban ahí y decían: oye, ahorita te mando un paciente, recíbelo, porque si nosotros asumíamos la misma estructura que hace la institución, estos pacientes nunca hubieran sido recibidos. Incluso tenemos un testimonio de una persona que llevó  pacientes al Hospital Militar, donde no las quisieron recibir, y que después fueron trasladados al Eugenio Espejo.

Uno fue un caso de bala. Por amistades con los profesionales de la salud tengo unas imágenes de ese paciente donde se nota el trayecto de la bala y ese paciente al final falleció. En el Eugenio Espejo les prohibieron a los médicos atender e incluso a un médico que trabajaba ahí le pidieron que borrase esas imágenes del mismo tomógrafo y del  sistema que tenía de la historia clínica. Además, a los médicos les dijeron que les sancionarían si ellos seguían difundiendo esas imágenes.

 

“Al final no era pueblo contra pueblo, sino el Estado represivo
contra un grupo que está defendiendo y luchando por unos derechos”.

 

Atendimos personas con heridas en la cabeza, en los brazos y en las piernas. Eran casos realmente dramáticos, cosas que uno no se atreve a pensar cómo se logró. Cuando tú tienes un accidente de tránsito, te imaginas todos los traumas, pero durante las protestas venía gente con toletazos que les causaban fracturas en la cabeza, en los brazos, y te preguntas: ¿cómo la fuerza de un ser humano puede causar tanto daño a otro ser humano? La gran mayoría de profesionales tuvieron sesiones de psicoterapia, porque muchos salieron afectados.

Después de octubre, siempre he dicho que tengo dos sentimientos muy contradictorios. El primero es el hecho de saber que la profesión médica realmente se la construyó para salvar vidas y que de todos modos tiene un concepto de clase. El otro sentir es el odio hacia las fuerzas represivas del Estado por la forma en la que reprimieron al pueblo. Yo recuerdo cuando era joven de haber estado en manifestaciones donde veía heridos en las movilizaciones de Abdala Bucaram o de Lucio Gutierrez, pero no así.  El contacto directo con los heridos durante el paro realmente me causó un odio tremendo a la gente que provocaba estos dolores. Al final no era pueblo contra pueblo, sino el Estado represivo contra un grupo que está defendiendo y luchando por unos derechos”.

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Se conoce que, en las guerras, los soldados suelen consumir sustancias para sentirse más agresivos y resistentes al dolor. La droga del siglo XXI que responde a estos parámetros por excelencia es la cocaína. En Chile, por ejemplo, donde el pueblo se levantó pocos días después del Paro en Ecuador, hubo consumo del polvo blanco. ¿Y aquí? “Es una de las cosas que más me impactó como médico”, dice Alfonso. Él vio los ojos de los agentes estatales cuando rescató a l@s herid@s. Vio su actitud, su corporalidad y su expresión en la cara. “Asumo que los policías en el fondo también tienen algo de humanidad, pero sobre todo en los primeros días tuve la gran duda médica de si ellos actuaban o no con influencia de alguna sustancia”.

Alfonso incluso fue testigo de cómo agentes estatales patearon a un joven que ya estaba tirado en la calle y no dejaron de hacerlo aun cuando otros compañeros uniformados intentaban pararlos. “Una persona con furia puede actuar de algunas formas, sí. Pero cuando un muchacho, ya sin consciencia, está en el piso y le destruyen la cabeza con un tolete, no puede decirse que sea normal”. Al igual que Francisco y otr@s médicos, Alfonso sospecha que la policía tomaba cocaína durante el Paro.   

La indiferente represión, incluso con armamento caducado que puso en peligro la salud de l@s propios agentes del Estado, formó parte de un comportamiento que estuvo en dirección contraria de lo que Lenín Moreno, después de que por fin se derogue el Decreto 883, determinó como paz. La agresión por parte de l@s agentes estatales hizo que docenas de bombas de gas lacrimógeno detonaran cerca de centros humanitarios y hospitales, sobre todo en la Maternidad y en el Eugenio Espejo.

“El parqueadero estaba lleno de gas y esto les afectó también a nuestros pacientes, algunos muy enfermos y de alta complejidad”, dice Elena, un@ de las aproximadamente 500 médic@s del Eugenio Espejo. Recuerda que la policía entró al hospital sacando a l@s manifestantes que llegaron ahí. Y como tenían el aval de la gerencia, “no les importaba nada”. Elena dice que l@s responsables estaban totalmente serviles con la policía. “A la vez, trataron de tapar lo que estaba pasando”. 

Según una médica, no se imaginaba cómo las heridas vistas en la calle fueron provocadas por otros seres humanos. Para una gran cantidad de médic@s -acá en el Parque El Arbolito- lo visto durante el paro requirió intervención psicológica y diagnósticos de estrés postraumático. – FOTO: Alejandro Ramirez Anderson/Archivo

La negligencia del Estado se evidenció también en otro hecho: entre el Parque El Arbolito y el Eugenio Espejo no se formó un canal de rescate para acceder más fácilmente a las instalaciones de la salud pública. Así lo relatan l@s médic@s con l@s que hemos conversado. Por lo tanto, y para acelerar la atención médica, l@s médic@s en la calle se comunicaban por privado con sus pares dentro de los hospitales. Inicialmente, al Eugenio Espejo entraban de 20 a 30 herid@s por día y se emitía un informe como exige el protocolo. Pero cuando las protestas cobraron más fuerza y llegaron cada vez más heridos, las autoridades dejaron de pedir informes, cuenta Elena. 

Fue en estos días cuando docenas de familiares no accedieron a las historias clínicas de sus querid@s, o fueron obligados a firmar un papel donde se decía que las heridas surgieron en contextos que no tenían nada que ver con el Paro. Según Elena, que observó los acontecimientos con sus propios ojos, la gerencia eliminó todos los datos. “El hospital no tiene ningún respaldo”.

Vari@s médic@s del Eugenio Espejo se rebelaron a esta política del olvido y empezaron a difundir los hechos en Facebook e Instagram. De esta manera, circularon las fotos de cráneos partidos, de ojos llenos de perdigones o de caras destruidas por el impacto de bombas de gas lacrimógeno. “Era la única manera de contar lo que realmente estaba pasando”, recuerda Elena. La reacción de las autoridades del Hospital fue llamar a los teléfonos personales de los médicos, exigiéndoles que borren los contenidos de sus redes digitales. La gerenta -una de cinco desde el Paro- amenazó a los médicos con sanciones e inclusive hizo circular una lista con todos los nombres del personal de salud del Eugenio Espejo con posibilidad de despido. “Pero al final”, dice Elena, “no pasó nada”.  

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“Se habla de los doctores como héroes, pero se sigue despidiendo gente”

Francisco, médico especialista en medicina familiar con diez años de experiencia 

“Las  bombas aturdidoras que utilizaba la Policía Nacional creaban un ambiente de guerra terrible. Creo que todos, incluyéndonos el personal de salud, vivíamos en un estado de ansiedad constante. Todo el tiempo estaban explotando estas bombas. También fuimos víctimas de ataques en algunas de las casas donde atendíamos. Tenemos fotos y vídeos que penosamente, por el estrés del momento, no pudimos grabar de manera adecuada. Lógicamente nos temblaban las piernas, por ejemplo, cuando la policía apuntaba sus armas a nuestros cuerpos. Grabamos vídeos como una forma de protegernos. 

Fueron varios elementos, como por ejemplo los militares y la policía a motos y a caballos que estaban rondando la Casa de la Cultura, y que a nosotros nos crearon ataques de ansiedad. Luego se corrió el rumor de que iban a intervenir el Ágora donde estaba la mayoría de mujeres y de niños. Fue un ataque premeditado, con el interés de crear esa situación de estrés traumático en la gente. Ahí fue cuando se hizo el canal de rescate, donde los médicos y voluntarios, cogidos de la mano, tuvimos que hacer que salgan muchas de las madres y de los niños desde la Casa de la Cultura hacia refugios que tenían en  la Universidad Politécnica Salesiana y en la Universidad Católica. Fue una de las pocas cosas que salió en los medios de comunicación masivos. 

Quiero enfatizar que el personal de salud nunca discrimina o pensó en no atender a personal de la policía o militares. De hecho, atendimos algunos policías en nuestra brigada y los propios manifestantes procuraron que la muchedumbre no los linchara ni nada por el estilo. Después de haber sido estabilizados, les ayudaron a salir sanos y salvos. Algunos de ellos eran infiltrados en las manifestaciones, y con tanta mala suerte, les dieron un bombazo a ellos como policías.

Cuando ya hubo el diálogo, todo el mundo se abrazaba, policías y manifestantes. Nosotros con nuestra banderita blanca nos paseábamos entre todo el tumulto de la gente. Ellos nos abrazaban, nos saludaban, nos decían héroes y nos decían gracias. Ahora, después de octubre, en la pandemia también se hablan de los doctores como héroes que han salvado tantas vidas y que están comprometidos con el covid-19. Sin embargo, se sigue despidiendo gente y se sigue desmantelando el Ministerio de Salud Pública”. 

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Hasta hoy, much@s de l@s herid@s no conocen en detalle lo que pasó en el Hospital y lo que los médicos hicieron con sus cuerpos. Queríamos conocer el trasfondo de esta negligencia y confrontar los reproches del propio personal con la gerencia del Eugenio Espejo. Pero, al igual que el año pasado, no recibimos respuesta a nuestro oficio. Tampoco respondió el Colegio de Médicos a nuestros llamados telefónicos. Solo el Ministerio de Salud Pública reaccionó sin desviarse mucho del discurso de María Paula Romo. Su respuesta a nuestra pregunta de cómo se dio seguimiento a la situación de l@s herid@s durante los días del Paro fue: “Informamos que de manera continua y organizada los establecimientos de salud de los diferentes niveles de atención han dado el respectivo seguimiento de las atenciones reportadas y que no es posible precisar que la atención, la hospitalización o la defunción haya sido causada por el paro nacional de octubre de 2019”. 

 

Si realmente estamos hablando de un Estado democrático, cabe la pregunta: ¿Quién entonces mató a personas como Inocencio Tucumbi,
Edison Mosquera o Gabriel Angulo Bone? 

 

Elena ya se acostumbró “a las mentiras del gobierno”. Ella compartió su experiencia durante el Paro porque está convencida de que los hechos del año pasado no pueden quedar en la impunidad y que, una vez terminado el gobierno, serán investigados.

Mientras tanto, la Ministra de Gobierno lanzó un libro con el título “Octubre: la democracia bajo ataque”. María Paula Romo, en una parte del vídeo que se difundió a inicios de octubre, dice: “Ningún miembro de la policía durante todos estos días salió a la calle con su arma de reglamento”.

Si realmente estamos hablando de un Estado democrático, cabe la pregunta: ¿Quién entonces mató a personas como Inocencio Tucumbi, Edison Mosquera o Gabriel Angulo Bone? 

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“La gente estaba con iras y quería salir, no le importaba morir”

Alicia, estudiante de psicóloga clínica 

Octubre de 2019 fue como estar en una guerra. Vimos a la gente que estaba en una crisis emocional, llena de miedo. Pero más que de miedo había una fusión de ira. La gente estaba con iras y quería salir, no le importaba morir. Hubo un momento donde para mí fue un tema de impotencia porque llegaron tantos heridos juntos … Y después venía el tema de las noticias falsas. Decían que nos iban a matar y que nos íbamos a morir todos. Tú entrabas a una tensión muy amplia, a tal punto que nosotros tuvimos que irnos y se quedaban ahí ciertas personas.

Algo que sí te hacían énfasis l@s médicos con más experiencia era, primero, que tienes que salvaguardar tu vida para poder ayudar a las demás personas. Fue un impacto total y complicado: la vulnerabilidad de l@s niñ@s, de las mujeres, de los adultos mayores y de los jóvenes. Yo en un momento estuve en el registro, pero era imposible anotar a tantas personas y recopilar esa información. Se volvió caótico.

Después del Paro, fui a visitar a algunas personas en la provincia de Cotopaxi junto con un grupo de la Ecuarunari (Confederación de la Nacionalidad Kichwa del Ecuador). Por ejemplo, conversamos con la familia Tucumbi que estaba totalmente impactada. Era bastante fuerte lo que ellos habían estado atravesando. También había otro caso de otra familia que un miembro perdió uno de sus ojos. Ver como esta herida les impacto en términos económicos fue muy fuerte.

Había unos heridos que no se le dio seguimiento, que ni siquiera estaban identificados. Los pocos con los que pude compartir las afectaciones en su impacto emocional eran bastante fuertes. Les dimos seguimiento hasta el mes de enero, pero hoy en día se desconoce cómo están esas familias. No sabemos si están recibiendo ayuda o no. 

Un año después, vemos que todavía nos faltan cosas por aprender, porque tenemos que seguir preparándonos en un millón de cosas para poder hacerle frente al Estado. Hay que tomar en cuenta que el Estado como tal ya está organizado y está armado hasta los dientes. En cambio, nosotros como pueblo, ¿qué hemos hecho para poderle hacerle frente?”

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*El personal de salud entrevistado no confía en el Estado ecuatoriano y sigue con temor a perder sus respectivos trabajos. Por lo tanto, no identificamos a las personas con sus nombres reales

 

Texto: Mayra Caiza & Romano Paganini

Colaboración: Karol Caiza

Foto principal: Bajo la supuesta protección de una bandera blanca, una brigada de médic@s rescata a un herido en la Avenida Gran Colombia, a pocos metros del Hospital Eugenio Espejo. Para buscar tratamiento para l@s gravemente herid@s, l@s médic@s en las calles se tenían que comunicar por privado con sus colegas dentro de los hospitales. (Carlos Noriega)

Edición y producción: Vicky Novillo Rameix & Victoria Jaramillo

Redes y Web: María Caridad Villacís & Victoria Jaramillo