„La pandemia termina con un universo de falsas promesas“

Una crisis también es una oportunidad. Así lo ve el economista ecuatoriano Alberto Acosta. Aquí analiza el sistema de salud pública, la recesión de la económica mundial y el peligro de un colapso climático. Ademas expresa su esperanza de que se genere una liberación de la religión del crecimiento económico y una democratización radical de las sociedades.

1 de abril de 2020, Quito. – La situación caótica que vive Ecuador y el mundo respecto al cononavirus (COVID-19), para Alberto Acosta, puede dar paso a un repensar de muchos paradigmas que tenemos establecidos en el día a día, en lo que llamamos “normalidad”. Si bien las medidas adoptadas por el gobierno ecuatoriano, como pagar la deuda en lugar de destinar esos fondos a la emergencia sanitaria, dejan ver las costuras de un sistema social y económico que desde hace mucho ha estado a punto de romperse. Ahora esas costuras son más visibles. Como ha sido costumbre, los menos favorecidos son los que tienen su existencia pendiendo de un hilo, sea por enfermedad o por hambre.

 

¿Cuál es la capacidad Estado para soportar crisis como ésta?

Primero, en términos generales, estamos viendo que el sistema de salud del Ecuador y de muchos otros países en el planeta no estaba preparado para una pandemia como ésta, eso es evidente. Además, ya desde el gobierno anterior, no sólo desde este gobierno, había un proceso que no fortaleció realmente al sistema de salud pública. En el gobierno de Correa, por ejemplo, se abrió la posibilidad de una cobertura universal, con lo cual estoy de acuerdo, pero no mejorando el sistema de salud pública, sino transfiriendo los pacientes, porque había el dinero, al sistema de salud privada. Y ahí tenemos un problema serio, que es el hecho de que ya desde tiempo atrás y cada vez más aceleradamente se fue fortaleciendo el proceso de comercializar la salud. La salud dejó de ser un derecho para transformarse en una mercancía. Ese es el meollo de todo este asunto. Y en este escenario, cuando aparece la emergencia del coronavirus, nos encontramos desguarnecidos en muchos países del planeta y en el Ecuador. 

 

¿Y segundo?

A mi modo de ver, el hecho es que todos los sistemas de salud pública en general, sean o no, en mayor o menor medida, mercantilizados, todos apuntan a la lógica curativa y no se ha hecho esfuerzos para mejorar la lógica preventiva. Esto es muy grave para el Ecuador, que tiene una Constitución que habla de plurinacionalidad, de buen vivir y de sumak kawsay, que propugna la recuperación de los saberes ancestrales para fortalecer el sistema de salud en el Ecuador. Entonces, estamos en un momento muy complejo, con un sistema de salud público que fue desarticulado ya desde el año 2009 en adelante y eso se ha fortalecido últimamente. Y a todo eso se suma las limitaciones financieras. 

 

¿Estas limitaciones financieras indican que el gobierno ecuatoriano no tiene los recursos necesarios para hacer frente a la crisis?

El gobierno ecuatoriano acaba de reconocer, como lo denunció la reciente exministra de salud Catalina Andramuño, que no tiene los recursos financieros suficientes. Y el gobierno pagó 320 millones de dólares de los Bonos Global 2020, deuda externa contratada en condiciones muy onerosas por el gobierno de Correa. En realidad, para atender la deuda pública externa e interna, en un mes, a más de lo pagado hace pocos días, se requerirían unos 900 millones de dólares que bien harían falta para atender el tema de la salud. 

 

¿Cómo acentúa este virus las desigualdades socioeconómicas?  

Primero hay que tomar en cuenta el tema desde una perspectiva coyuntural. Es razonable y, en principio, estoy totalmente de acuerdo con las medidas que se van adoptando en Ecuador y en otros países del planeta, en donde asoma con mucha fuerza esto de la cuarentena. Quédate en casa, sí, pero la pregunta es: ¿quién puede quedarse en casa y sobrevivir? Lo difícil que es para muchas personas que incluso pueden tener ahorros o un ingreso asegurado, permanecer en cuarentena dentro de una casa que es pequeña o no es funcional.

 

¿Qué pasa de las personas sin hogar, los habitantes de los barrios populares y quienes no tienen un empleo formal? 
Ellos son otro grupo más desprotegido, los que viven en condiciones realmente infrahumanas, en los tugurios. Hasta el año 2016, según el Programa Nacional de Vivienda Social, la situación actual de la vivienda en Ecuador, el 45% de los 3,8 millones de hogares ecuatorianos habitan en viviendas inadecuadas. Los 1,37 millones de hogares con déficit cualitativo residen en viviendas cuya tenencia es insegura, construidas con materiales inadecuados, con carencia de servicios sanitarios básicos o con problemas de hacinamiento. Y esa situación no ha cambiado; es más con las tendencias recesivas desde el 2015 debe haberse agravado. Sabemos que más del 60% de la población económicamente activa, alrededor de 5 millones de personas, no tienen un empleo adecuado. Eso quiere decir que la mayor cantidad de personas que están en ese grupo enorme de la población, viven del día a día. Son vendedores ambulantes, son albañiles, son sastres, son costureras, son chóferes, son personas que brindan atención en distintos ámbitos y servicios. Toda esa gente se queda este rato totalmente desprotegida. Entonces esto, por un lado, desnuda la realidad de la injusticia social, de la inequidad, de las desigualdades sociales, de una manera brutal, y por otro lado, esto va a conducir a un incremento de la pobreza. 

“La palabra crisis, en chino, tiene dos kanjis, dos signos. El uno es el riesgo y el otro es la oportunidad. Siempre en las crisis hay riesgos y oportunidades”: Alberto Acosta, economista ecuatoriano. – FOTO: Alejandro Ramirez Anderson

Los científicos señalan dos factores de riesgo relacionados con el COVID-19: el uno es la edad y el otro son las condiciones de salud pre-existentes. Pero existe un tercer factor que es el estado socioeconómico de cada persona.

Sin lugar a dudas. Yo creo que ese es un asunto que tiene que quedar absolutamente claro. Por ello, este rato hay que movilizar la mayor cantidad posible de recursos financieros a la salud. A pesar de que el sistema de salud puede tener muchas deficiencias, pero ese es el sistema que tenemos en la actualidad; no tenemos otro sistema. Pero simultáneamente tendríamos que garantizar el tema de la alimentación, porque lo grave es que la gente a lo mejor no se va a morir de la enfermedad, pero va a terminar muriéndose de hambre. Incluso ya se han producido reclamos de pequeños comerciantes indignados en los mercados, y eso puede generar mayores dificultades. Todo eso nos remite a la necesidad de tomar medidas no sólo de corto plazo, sino en el mediano y largo plazo. El mensaje para la sociedad y el mundo es sumamente claro, hay muchas amenazas y, por eso mismo, hay que reflexionar y tomar decisiones que nos permitan dar respuesta a la crisis actual, suspendiendo, por ejemplo, el pago de la deuda externa. La salud, la vida es primero, la deuda es después. Precisamos un golpe de timón para no volver a la normalidad. La normalidad es el problema.

 

Respecto a esta normalidad, se trata de un círculo vicioso, porque las personas empobrecidas tienden a desarrollar condiciones de salud crónicas, de acuerdo a un estudio, entre 5 y 15 años antes que sus pares privilegiados. Entonces, ¿qué tiene que ver esta normalidad de la que nos está hablando con la crisis de trabajo y el capitalismo que vivimos actualmente en el mundo?

La normalidad que estamos viviendo evidentemente ya parte de una situación de tremenda desigualdad. Esa cifra que me acaba de dar, los problemas que sufren que abordan estos grupos marginados, desprotegidos, empobrecidos, se agudiza con la pandemia, y se agudiza también con las medidas adoptadas. No digo que las medidas no sean necesarias, lo que pasa es que hay que pensar en cómo atender a esa gente que no puede acogerse a las medidas planteadas por el gobierno, que ya plantean de plano una suerte de inequidad de clase. Son medidas que benefician a un grupo de la sociedad, los que podemos quedarnos en la casa, los que podemos sobrevivir sin mayor problema 1, 2, 3, quizás 4 semanas. Pero, ¿y el resto qué? 

 

“Si aprovechamos de esta compleja coyuntura y hacemos -figurativamente hablando- algo de silencio, podemos escuchar a los nuevos mundos respirar.”

 

¿Cuáles serían los efectos económicos a mediano plazo para estos grupos? 

En primera instancia, una mayor exposición al riesgo del contagio. Ya vamos a ir viendo como las cifras de contagiados y las cifras de afectados—porque una cosa es estar infectado y otra es ser afectado—, va a irse reflejando también en términos de clase y lo mismo será la mortalidad. Y eso comienza a aparecer en distintas partes del planeta. Es cierto que esta enfermedad está golpeando por igual a ricos y pobres. Todos están afectados y pueden ser infectados. Si, al parecer los primeros infectados que llegaron al Ecuador eran gente con ciertas comodidades que venían del exterior, pero serán seguramente ellos, los que tienen más recursos, los que seguramente podrán enfrentar de mejor manera el coronavirus en los hospitales privados. Los que no tienen tendrán que volcarse al sistema público con todos los problemas. En mediano y largo plazo la evolución dependerá incluso de cómo salimos de la crisis: con más autoritarismo y más neoliberalismo, o con más democracia, más comunidad y un replanteamiento del modelo existente. Fundamental es si logramos entender que la normalidad es el problema, o si creemos que la normalidad tiene que volver. Eso determinará cuál es el futuro. 

 

O sea, ¿se puede ver esta crisis también como una oportunidad para lograr un cambio estructural? 

Sin lugar a dudas. La palabra crisis, en chino, tiene dos kanjis, dos signos. El uno es el riesgo y el otro es la oportunidad. Siempre en las crisis hay riesgos y oportunidades. Creo que este momento es una oportunidad para replantearnos lo que estamos viviendo y lo que estamos haciendo. ¿Qué es lo que están planteando este rato como alternativa? ¿Qué es lo que estamos viendo en los medios y las redes sociales? La cantidad de mensajes que nos dicen, por ejemplo, si ya habríamos estado explotando el oro habríamos tenido ingresos abundantes porque el precio el oro ha subido; esta aseveración, que esconde una de las mayores aberraciones de la normalidad que debemos superar, es una barbaridad. U otros, que dicen que hay que incrementar las tasas de extracción de petróleo, lo cual también es una irresponsabilidad, porque lo mismo están pensando todos los países que venden petróleo y eso va a aumentar la oferta y van a caer los precios, y se va a producir lo que se conoce como el crecimiento empobrecedor. Y luego, hay gente que dice que hay que dar paso a una mayor flexibilización laboral y flexibilización ambiental. Y todo en el marco de crecientes medidas represivas, más autoritarismo. Las medidas que se están tomando, el mismo toque de queda, que no digo que no sea necesario, pero son respuestas que vienen desde arriba, verticales, autoritarias; quizás en este momento indispensables.

“Yo no hablo de cambio climático, eso es un error. Cambios climáticos han habido a lo largo de la historia de la tierra, desde siempre”: Alberto Acosta. – FOTO: Alejandro Ramirez Anderson

¿Cuáles serían las oportunidades?

La de replantearnos el modelo económico, la modalidad de acumulación del país, y de dar paso a una construcción de la sociedad desde lo comunitario. Fortalecer los lazos comunitarios, incluso para atender los problemas de la salud y alimentación, para ser mucho más solidarios, para rescatar aquello que es vital en el mundo indígena que es la reciprocidad y la relacionalidad, es decir todo está vinculado con todo. Y eso nos llevaría necesariamente a plantear respuestas que tengan en la mira, para empezar a caminar con ese rumbo alternativo, simultáneamente la justicia social y la justicia ecológica. La una es impensable sin la otra.

  

¿Cómo se relacionan el concepto crecimiento empobrecedor y la extracción de materias primas? 

El crecimiento empobrecedor es un concepto que fue acuñado ya en los años 50 por un profesor de la Universidad de Columbia, Jagdish Bhagwati. Él demostró que cuando caen los precios de las materias primas, es normal que los países exportadores traten de equilibrar sus ingresos aumentando la tasa de extracción o la tasa de producción, sea de petróleo, minerales o productos agrícolas. Y eso, a la postre, lo que produce es un incremento de la oferta, lo que va a generar mayores presiones sobre los precios. Y muchas veces venden más, más volumen, y pero a menor precio por lo cual obtienen menos ingresos. Entonces esto se agrava porque se está perdiendo reservas, se está perdiendo patrimonio, a más de los tremendos destrozos ambientales y sociales que provoca el extractivismo. Yo diría que ese es el meollo del crecimiento empobrecedor, que es un riesgo latente. Y frente a eso, por ejemplo, se conformó la organización de países exportadores de petróleo (OPEP), para proteger los precios, controlando la extracción de crudo. 

 

¿Se puede aplicar el mismo principio para el sector agrícola?

Si, sobre todo, cuando los precios de los productos agrícolas caen. Lo que se busca es incrementar el área de explotación. Lo que Ecuador ha venido haciendo permanentemente con el banano. Caen los precios del banano en el mercado internacional, en ocasiones se intenta incrementar la producción para sostener los ingresos. O se afecta a los pequeños y medianos productores, que no encuentran ya dónde colocar la fruta, porque los exportadores no tienen interés de comprarles. Entonces es un círculo vicioso pernicioso que se agrava por el hecho de que, por ejemplo, en el caso de los bananos, cuando cae el precio de la fruta los grandes exportadores ya no les compran a los pequeños y medianos productores, quedan varias plantaciones abandonadas, que son caldo de cultivo de la cigatoca, plaga que destroza las plantaciones. Y eso obliga a incrementar los ritmos de fumigación con más y más tóxicos en las otras plantaciones bananeras. Eso ocasiona problemas a los trabajadores, problemas a las comunidades aledañas, problemas que luego se traducen en contaminación de los ríos. Esa es la tragedia del Ecuador, y no nos olvidemos de la realidad dura que viven los trabajadores y trabajadoras de las plantaciones de banano, que atraviesan situaciones realmente complicadas por no tener acceso a salud adecuada, a la seguridad social, a un ingreso mínimo establecido por ley, a condiciones adecuadas para su trabajo… inclusive hay situaciones extremas de esclavitud, como los trabajadores y las trabajdoras de la Hacienda Furukawa. 

 

¿Cuál es el escenario económico mundial que podemos esperar el resto de este año? 

Es un escenario que ya venía desde antes prefigurando una recesión internacional. Las economías más „desarrolladas“ tenían ya muchas dificultades para sostener ritmos de crecimiento que permitan dar las respuestas esperadas. Europa no lograba recuperarse. Japón arrastra una larguísima recesión. Los mismos Estados Unidos con tasas de crecimiento cada vez más bajas y cada vez mayores dificultades para crecer. China, ya antes de estos problemas, comenzó a dar señales de una situación compleja. Los ritmos de crecimiento chino empezaron a llegar ya a un límite insostenible para lo que había sido hasta hacía pocos años el auge de esta economía tan grande. En ese escenario, las condiciones se van agudizando aceleradamente ahora. Hay respuestas que habría que ver qué es lo que van a provocar.

 

“Lo que vivimos ahora es un colapso climático provocado por el antropoceno, aunque en realidad es por el capitaloceno y el faloceno, entonces el gran reto es cómo logramos una manera planificada, inteligente, social y ambientalmente sustentable de desaceleración de la economía mundial.”

 

Por un lado, los EEUU apuestan por bajar las tasas de interés para alentar el consumo y quizás también la inversión. Por otro lado, Rusia y Arabia Saudita no se ponen de acuerdo y bajan los precios del petróleo. Eso nos golpea a nosotros, sí, pero beneficia a los países que importan petróleo. En EEUU pierden los que están produciendo a través del fracking, pero es favorable a la economía norteamericana en su conjunto en la medida que tienen a bajar los precios de los derivados de petróleo. De todas maneras, el escenario es muy complicado. Ya se sabía que eso iba a pasar, pero ahora con el coronavirus esto se acelera. Ese es el punto medular para mí. ¿Qué es lo que van a buscar? que crezca nuevamente la economía, volver a extraer cada vez más recursos naturales, volver a demandar mano de obra cada vez más barata. Todo en la lógica de acumulación del capital, incrementando los márgenes de mercantilización de espacios que son cada vez más insospechados. Se mercantiliza la información, se mercantiliza el ADN, se mercantiliza el carbono—tenemos el mercado de carbono—, se mercantiliza el clima. Entonces con esta lógica de la normalidad, seguiremos agudizando el colapso climático. 

 

¿Qué podemos hacer para evitarlo? 

Yo no hablo de cambio climático, eso es un error. Cambios climáticos han habido a lo largo de la historia de la tierra, desde siempre. Lo que vivimos ahora es un colapso climático provocado por el antropoceno, aunque en realidad es por el capitaloceno y el faloceno, entonces el gran reto es cómo logramos una manera planificada, inteligente, social y ambientalmente sustentable de desaceleración de la economía mundial. Liberándonos, en primer lugar, de la religión del crecimiento económico. Bien decía un economista inglés, asesor de varios presidentes de EEUU, Kenneth Boulding: creer que la economía puede crecer permanentemente en un mundo finito es propio de locos y de economistas. 

 

De forma concreta ¿qué se puede hacer? 

Primera tarea, liberarnos del crecimiento económico visto como una religión. Segunda, tenemos que dar paso a una desmercantilización de la naturaleza, porque eso nos permitiría reencontrarnos con la naturaleza: ahí aparece como un imperativo la vigencia plena de los derechos de la naturaleza. Tercer punto clave, tenemos que dar paso a la redistribución de los ingresos y de la riqueza. Un cuarto paso, para mi modo de ver, importantísimo, es el hecho de la desconcentración y descentralización de la producción, e incluso de las ciudades. Las ciudades tienen que ser repensadas íntegramente. Seguir construyendo ciudades tan gigantescas es seguir generando condiciones para este tipo de problemas. En este punto, la gran transformación debe ser pensada e instrumentada desde los barrios y las comunidades. Y un quinto punto es la democratización de la sociedad, un proceso de democratización radical. Todo eso podría abrir la puerta para pensar en clave del buen vivir o de los buenos convivires. 

 

Por el corona-virus estamos entre oportunidad y amenaza. 

El coronavirus es, este rato, un grave flagelo, pero puede ese flagelo transformarse en una condición mucho más complicada, porque a partir de eso se pueden fortalecer las lógicas autoritarias o las neoliberales, mercantilizadoras, las lógicas de flexibilización laboral, las lógicas estas de forzar la normalidad, para que vuelvan nuevamente a dinámicas que nos tendrán en una permanente situación de angustia. La pandemia del coronavirus termina con un universo de falsas promesas, pero también nos abre oportunidades. Si aprovechamos de esta compleja coyuntura y hacemos -figurativamente hablando- algo de silencio, podemos escuchar a los nuevos mundos respirar. Debemos profundizar el paso hacia el pluriverso, “un mundo donde quepan muchos mundos”, viviendo todos con dignidad. La crisis, entonces, podría abrir los senderos de una nueva esperanza para la construcción de una democracia radical que incluya siempre y en todo momento como prioridad indiscutible: la vida de seres humanos y de la naturaleza.


Texto: Emilio Bermeo 

Colaboración: Felipe Mena

Foto principal: Presidente de la Asamblea Constituyente 2007/2008, ex-Ministro de Energía y Minas durante el gobierno de Rafael Correa, candidato para la presidencia en 2013 y abuelo: Alberto Acosta en el parque Miravalle en el barrio La Floresta, Quito. (Alejandro Ramirez Anderson)

 

+ + + Trabajo colaborativo entre La Linea de Fuego, Acapana, Radio Periférik y mutantia.ch + + +