Las clases en línea son una cuestión de clase

En estos días, l@s casi cinco millones de estudiantes de escuelas y colegios de Ecuador retomaron sus clases después de las vacaciones de verano. Hace seis meses y de un día para el otro, tuvieron que pasar del sistema de clases presenciales a clases virtuales, a pesar de que no tod@s tenían acceso a celulares, computadoras e internet. Compartimos una mirada crítica de una alumna, una madre y una profesora de un colegio de la Sierra, en donde vari@s niñ@s y adolescentes se vieron excluid@s de la “nueva normalidad”. 

2 de septiembre de 2020, Quito. – Hasta inicios de marzo del 2020, l@s alumn@s contaban con transporte, clases presenciales y juegos en las pausas. L@s niñ@s y adolescentes jugaban fútbol, trepaban árboles e intercambiaban chismes y chistes en las aulas escolares. L@s profesores explicaban, corregían y consolaban si hacía falta. En muchos casos, ell@s eran las primeras personas de confianza fuera de la familia, donde l@s alumn@s podían depositar sus preocupaciones y sus molestias y también sus ideas, visiones y utopías.

 La escuela era y es un lugar de encuentros, aprendizajes y acompañamientos. Pero este lugar físico, desde hace seis meses, debido al covid-19, se trasladó a un lugar exclusivamente virtual: sea la tele, la radio o mayormente el celular y la computadora. El abrigo escolar y el compartir diario con otr@s alumn@s -punto álgido en el crecimiento de un humano- se enfría frente a una pantalla.

Las clases se imparten principalmente por WhatsApp, Zoom, Google Classroom y Teams, a pesar de que muchas familias no acceden a la tecnología digital. No es sólo un asunto en Ecuador, sino a nivel mundial. Pero aquí se manifiesta con más fervor, teniendo en cuenta que un tercio de l@s alumn@s de instituciones públicas carece de ordenadores o conectividad fija o móvil. Y ello a pesar de que, en los últimos años, miles de alumn@s de estos planteles recibieron gratuitamente tabletas y laptops, y pese a que a nivel nacional existen 886 Infocentros comunitarios a cargo del Ministerio de Telecomunicaciones y Sociedad de la Información. En todos los cantones de Ecuador, los infocentros ofrecen internet gratuito y capacitación, solo que, por las medidas de la emergencia sanitaria, ahora se encuentran inactivos. Este hecho evidencia que los planteles públicos con sus 3 millones de estudiantes están en clara desventaja tecnológica y digital frente a los establecimientos privados con 1,8 millones de estudiantes.

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“Recibir clases en Zoom es mejor que en WhatsApp”

 Cecilia* (18) terminó su Bachillerato en junio de 2020

“No es lo mismo recibir clases por internet o por WhatsApp que recibir clases presenciales. En clase, si teníamos alguna duda, preguntábamos; de manera virtual, no. Los profes por lo general nos enviaban las tareas que teníamos que hacer cada semana y varios videos. Varios de mis compañeros tenían problema porque tenían que descargarse los archivos y eso significaba que debían tener más megas en su celular. Pero les faltaba el dinero para la recarga. Algunos inclusive se quejaban porque decían que estaban atrasados en los deberes y no podían presentarlos a tiempo. Pero no fue porque ellos no querían hacerlo, sino porque no contaban con datos para bajarse todos los vídeos”. 

“Recibir clases en zoom es mejor que en WhatsApp, porque por Zoom por lo menos podemos verles a los profes a través de una cámara. Lamentablemente eso no fue posible porque mis compañeros que no tenían computadora no se podían conectar. Eso nos afectó bastante, porque éramos solo unos pocos que tuvimos y tenemos la suerte de contar con estos requisitos. Finalmente, de alguna forma u otra, todos nos conectamos por WhatsApp y así los profes resolvieron más o menos las clases”. 

“Antes de la pandemia salía del colegio e iba a entrenar. Yo soy deportista y me gusta jugar fútbol. Luego del entrenamiento salía para llegar a la casa y hacer los deberes hasta las 2 o 3 de la mañana. Nunca me imaginé que iba a quedarme tanto tiempo en casa sin poder salir. Yo estaba acostumbrada a no pasar en casa sino con mis amigos, entrenar, ir al colegio. En ese sentido la pandemia me golpeó muy duro”. 

“La asignatura que más aproveché en estos meses fue Dominio Lingüístico porque la licenciada tenía una forma adecuada de motivar a los estudiantes, de darnos ánimo para seguir. Y aunque me gustan las matemáticas, se me dificultó mucho aprender. Vimos más o menos cómo resolver los problemas de los exámenes Ser Bachiller, pero eran preguntas medio confusas y yo no entendía. Y como no teníamos clases o explicaciones en directo, se me hizo muy difícil entender”.

“El aspecto positivo de estar encerrados es que aprendimos, desde casa, ya que como seres humanos hacemos mucho daño al planeta. En el tiempo que estuvimos en casa vimos cómo los animalitos salen un poco más, hay más vida en las clases”.

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Durante estos meses de confinamiento, el proyecto CLAVEMAT de la Escuela Politécnica Nacional realizó un diagnóstico sobre educación virtual en tiempos del covid-19 y se comprobó lo que ya se sabía. El mayor problema de la educación en línea -así lo expresaron l@s 583 docentes encuestad@s- es la falta de acceso, tanto a “celulares inteligentes” y computadoras como a internet. “La brecha digital y tecnológica es una realidad bien conocida por los organismos rectores en educación en Ecuador”, dice la  antropóloga Vicky Novillo Rameix, responsable del informe de la Politécnica y co-autora de este texto. “Las autoridades del Ministerio de Educación no son ciegas ante esta problemática y saben que, después del confinamiento, l@s estudiantes tendrán que someterse a un proceso de nivelación de sus conocimientos para continuar con sus estudios de forma satisfactoria”.

Además, menciona la importancia de familiarizar a l@s alumn@s con las dinámicas del autoaprendizaje, fundamental para la educación a distancia. Si no, se sienten a la deriva, sin un ancla o un apoyo pedagógico efectivo que les permita alcanzar aprendizajes trascendentales para su vida cotidiana, dice Vicky Novillo Rameix. “El no contar con un profe que explique, que interactúe y que también aprenda de ell@s, fue uno de los mayores problemas en tiempos de cuarentena”.

“El trabajo de l@s docentes no fue sencillo y debieron dedicar
más tiempo del que lo dedicaban en sus clases presenciales”. 

Vicky Novillo Rameix,
responsable del informe de la Politécnica

El proyecto CLAVEMAT de la Politécnica, desde hace cuatro años, ofrece cursos y recursos educativos gratuitos -en línea y presenciales- para docentes y estudiantes del Bachillerato, encaminados a fortalecer sus conocimientos y habilidades en Matemática y otras asignaturas. Pero el cambio abrupto en marzo sorprendió a todo el sistema educativo. Ni l@s estudiantes ni l@s docentes y tampoco l@s madres y padres estuvieron preparad@s para manejar y adaptarse a entornos virtuales de enseñanza-aprendizaje. L@s docentes tuvieron que planificar sus clases a distancia en tiempo récord, indagando en nuevas metodologías para transmitir y enseñar sus conocimientos. Por lo tanto, no es de sorprender que la encuesta de CLAVEMAT destaque también esa problemática. Además, en muchos casos -especialmente en zonas rurales-  l@s docentes debieron movilizarse a las viviendas de aquell@s alumn@s que no contaban con Internet para entregarles material didáctico impreso o impartirles clases breves bis a bis. “Su trabajo no fue sencillo y debieron dedicar más tiempo del que lo dedicaban en sus clases presenciales”, resume la investigadora.

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“Para mi esposo y para mí nos fue difícil ayudar a nuestro hijo”

María Eugenia*, madre de Cecilia y de un niño de nueve años que va a quinto año de Educación General Básica 

 

“Yo tengo un hijo pequeño y a él le mandaban las clases por Internet. A mí me enseñaron de una forma los contenidos que él está aprendiendo, de una forma que es distinta a la que a él le están enseñando. Y como yo tenía que hacer acompañamiento, o sea, ver si estaba o no correcto lo que hacía mi hijo, entonces fue difícil porque yo no entendía. Tenía que pedirle ayuda a Cecilia para que ella le haga seguimiento. Pero hay un aspecto positivo: no tenía que madrugar mucho…”

“Nosotros tenemos un problema. Tanto mi esposo como yo no pudimos acabar los estudios del colegio. Yo estudié hasta lo que es tercer curso, mi esposo simplemente acabó los estudios de escuela. Entonces, para nosotros sí fue muy difícil no poder ayudarle a nuestro hijo como él necesitaba que le ayudemos. A nosotros la resta nos enseñaban de una manera y a él de otra; acoplarnos a eso fue muy difícil”.

“Para el siguiente semestre sugeriría que las clases las hagan por Zoom, así como estamos ahorita en esta entrevista, porque en este tiempo, antes de entrar, solo les mandaban a los chicos por WhatsApp unas hojas con un listado de lo que debían hacer: hagan esto, hagan lo otro. Pero no tenían explicaciones en vivo de cómo hacer. Lo complicado es que muchos chicos, compañeros de mi hijo, no tienen Internet. Y eso dificulta mucho”.

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Una de las personas que acompaña procesos educativos en el país desde hace 25 años es la pedagoga y escritora ecuatoriana Rosa María Torres. En su Blog, recopila una serie de informaciones acerca de la enseñanza en línea y concluye que hay ideas simplificadoras y equivocadas acerca de cómo resolver el problema de conectividad, sobre todo en zonas rurales. “Muchos creen que el asunto se resuelve fácilmente, distribuyendo laptops y/o teléfonos inteligentes y financiando el servicio de Internet a los pobres. El problema se plantea únicamente en términos de acceso y no también en términos de calidad de la conexión y de los dispositivos y necesidad de capacitación tanto de los profesores como de los padres de familia”, escribió recientemente. “Por otra parte, dado el peso de la educación particular en el país (1’800.000 alumnos y 800.000 docentes involucrados), la voz cantante en las propuestas y en los reclamos es la de los sectores que tienen a sus hijos en planteles particulares, antes que la de la masa poblacional que usa la educación pública, en clara desventaja tecnológica y digital frente a la educación particular”.

El 42% de estudiantes encuestados considera que las tareas, en su mayoría, consisten en resolver cuestionarios, ejercicios o problemas. Fuente: Clavemat/Politécnica Nacional

Esta brecha se evidenció también en las conversaciones para el presente texto. El director del colegio donde Cecilia acabó su Bachillerato nos contó que, por ejemplo, las empresas de telecomunicaciones se aprovecharon de la situación y subieron los precios de sus respectivos planes para comprar datos. “Algunos de ellos tenían que pedir de favor a los vecinos para que se puedan conectar”. Y Anahí Ramos, profesora de Lengua y Literatura del mismo colegio, destacó que en su clase hay alumnos que no tienen suficiente dinero para comprarse los datos necesarios y poder conectarse a Internet. Las clases en línea son y siguen siendo una cuestión de clase social.

Por cuestiones de seguridad, mutantia.ch decidió no revelar el nombre del colegio ni su ubicación geográfica, ni tampoco los nombres reales de las personas que nos brindaron su percepción acerca de los últimos meses. Sobre todo, el director y la profesora temen consecuencias de parte del Ministerio de Educación. Por lo tanto, los nombres son ficticios. Quisimos conversar con alguien del Ministerio de Educación para conocer su versión acerca de los datos y problemas expuestos, pero hasta el cierre de esta edición no nos respondieron.

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 “Me pidieron que les dé chance para igualarse con las tareas”

Anahí Ramos* – docente de Lengua y Literatura de segundo y tercer año de Bachillerato

 

“Para mí y como para todos los docentes fue un cambio abismal enseñar en línea. Nosotros estábamos acostumbrados a tener contacto directo con los estudiantes y de un día al otro solo se les vimos a través de una pantalla. Pero nuestro verdadero reto acá es que los estudiantes viven en comunidades alejadas donde no tienen la facilidad de los medios tecnológicos o fuentes de internet. Y los que sí lo tienen, no tienen dinero para la recarga. Recuerdo que un estudiante me dijo: ‘Licenciada, yo vivo en una comunidad sumamente alejada y solamente puedo salir una vez a la semana para hacer una recarga, tengo que vender un animalito, tengo que vender un cuy para tener dinero y hacer una recarga’. Eso para mí fue sumamente doloroso.

Hay que tener en cuenta que muchos de mis chicos viven en pobreza extrema o que sus padres son analfabetos. Por ello, me tocó insistir y motivarles para que sigan sus estudios. Claro, nosotros profesores recibimos una capacitación de la cual estoy muy agradecida, pero me preguntaba: ¿Cómo voy a llegar a mis alumnos si ellos no tienen computadoras ni teléfonos inteligentes?

En eso se pusieron la camiseta los tutores de cada curso, que tenían que rebuscarles en el confín del mundo. Les entregaban material impreso con indicaciones de las tareas que debían hacer, pero no tuvieron contacto con sus profesores y prácticamente debían hacer sus tareas solos, sin ayuda. No sé cómo lo hacían, pero al final consiguieron que casi todos terminen conectándose, aunque sea tarde, a los grupos de WhatsApp. Tuve un par de alumnos que, haciendo un esfuerzo, compraron megas para conectarse a la cuarta o a la quinta semana y que me pidieron que les dé chance para igualarse con tareas atrasadas. Algunos me decían: ‘¿Me podría enviar las tareas de todas las semanas anteriores? Sabe que recién puedo contactarme puesto que estaba trabajando. Porque, sí, la mayoría trabaja en construcción o ayudando a sus papás en tareas agrícolas’.

¿Qué acciones están tomando las instituciones educativas para solventar esta problemática? Ninguna, según el 69% de l@s docentes encuestad@s. Fuente: Clavemat/Politécnica Nacional.

Las tareas escolares teníamos que explicarlas detalladamente, tratando de que sean tareas dosificadas. Yo lo hacía mediante un mensaje de voz por WhatsApp. Les daba una clase del tema y les explicaba qué es lo que debían hacer. Las tareas las realizaban a mano en su cuaderno, y de ahí tomaban fotos y me las enviaban por el mismo canal. A veces también me llamaban, me escribían o me preguntaban algo, pero claro: cuando estamos en clases presenciales, todo eso es más lindo. Me solían contar cachos, unos chistes y yo me disipaba… Uy, ¡yo sí extraño muchísimo las clases presenciales! No solo les enseñaba con mis conocimientos de literatura o de lengua, sino también me enseñaban ellos, por ejemplo del campo. A veces venían los chicos retrasados, medio chumados e inclusive con drogas. Pero yo nunca les dejaba fuera de clase. Les daba un cariño maternal y por eso se han acercado desde un plano emocional, humano. Debemos aprender a ser tolerantes, abiertos. Y eso solo se puede experimentar de forma presencial”. 

*nombres cambiados por cuestiones de protección.

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Texto: Vicky Novillo Rameix & Romano Paganini

Ilustraciones: Todas las ilustraciones que acompañan el presente texto son del artista quiteño Tzantza. 

Edición y producción: Marizu Robledo & Mayra Lucía Caiza

Redes: María Caridad Villacís & Victoria Jaramillo