Lo que el paro reveló sobre el racismo en el Ecuador 

Mientras una parte del pueblo reclamaba sus derechos frente a la Asamblea, otra gritaba “fuera indios” desde sus barrios privilegiados. Lo que evidenció el paro nacional en junio de 2022 es que el racismo es estructural y está vigente. Marisol Rodríguez Pérez e Ivette Vallejo Real integrantes de la Colectiva de Antropólogas del Ecuador y de la Red de Antropología Ecuatoriana reflexionan sobre el colonialismo interno y el racismo que incide en la exclusión de los pueblos indígenas y suscita discursos de odio difundidos por una élite blanco-mestiza en Ecuador. 

20 de julio de 2022, Quito. – La élite de clases media y alta en Ecuador sacaron su peor perfil en el reciente paro de junio. Les molestó que poblaciones campesinas dejaran el páramo, que los indígenas amazónicos se trasladaran desde la selva y que mujeres y hombres de pueblos indígenas de costa, sierra y Amazonía se movilizaran hacia la capital, Quito. Les pareció una afrenta que llegaran a gritarle al gobierno su pobreza, que pidieran que de la renta petrolera que afecta sus territorios, sus tierras, el agua, el aire, se financie la educación y la salud.

La clase media se rasgó las vestiduras porque algunos manifestantes rayaron las paredes y usaron los adoquines como barreras para detener el ataque policial. Se decía “los indios destruyeron la ciudad” porque faltan por ahí algunas señales de tránsito, porque se quemaron llantas para disminuir el brutal ataque de las bombas lacrimógenas a los cuerpos de las y los manifestantes

Fue revelador que el gobierno de Lasso callara frente a las seis muertes civiles, pero emitiera un comunicado de reconocimiento para el militar muerto en Orellana. Las clases medias también callan insensiblemente cuando las empresas petroleras, mineras, madereras y la agroindustria destruyen la selva, contaminan los territorios indígenas y campesinos donde la gente bebe de los ríos, riachuelos y vertientes. Acogen el modelo extractivo desarrollista, del que conciben beneficios, desconsiderando los impactos ambientales y sociales, que no les tocan en su territorio inmediato.

 

“El homenaje a la policía sucedió la misma tarde en que mujeres,
niñas y niños fueron gasificados.”

 

El humo cancerígeno de los mecheros que envenena a las poblaciones del norte amazónico, los ríos contaminados como el Coca con dos derrames petroleros en 2020 y 2021, los peces con malformaciones en el norte de Esmeraldas por minería ilegal, los paisajes transformados en la zona de Intag y de la Cordillera del Cóndor, por la megaminería metálica. Todo ello está distante de la preocupación de las élites privilegiadas de ciudades como Quito y Guayaquil. 

 

El racismo desde los medios de comunicación 

La centralización del poder en la ciudad es evidente. Los sectores productivos del campo, ligados a la agricultura familiar y campesina son los más relegados de la política pública. A través del paro nacional, el movimiento indígena planteó un pliego de 10 demandas al gobierno de Lasso. La movilización popular reveló descontento con respecto no solo a los altos precios de los combustibles y la canasta básica familiar, sino también a la crisis de los sistemas de salud pública y educación.

Además de un cuestionamiento al modelo de desarrollo extractivo petrolero y minero cuyos impactos diferenciales pesan mayormente sobre las poblaciones en la ruralidad. Éstas se veían mayormente amenazadas por los Decretos 95 y 151, que profundizaban y expandían las dinámicas extractivas en sus territorios, afectando sus medios de vida y condiciones ambientales. 

En el contexto de las movilizaciones, la población mestiza de la élite citadina repetía aquello que los medios de comunicación -Ecuavisa, Teleamazonas, TC Televisión,  Gamavisión y radios convencionales- enunciaban: los indígenas son “manipulados”, “utilizados”, “no saben ni por qué protestan”, “son multados si no salen”. Desconociendo las decisiones asamblearias, el funcionamiento de las estructuras organizativas y la agencialidad indígena. Otro tanto aupaba al gobierno central y lo sigue haciendo a días después de los acuerdos que dieron por terminado el Paro nacional, al plantear que había recursos del correísmo o incluso del narcotráfico financiando las movilizaciones.

Con ello, desconocieron el apoyo comunitario de los barrios populares y medios, de las comunas del Distrito Metropolitano de Quito, de las madres Lauritas, y de otros sectores de la sociedad civil, estudiantes y profesores de la Universidad Politécnica Salesiana y de la Universidad Central del Ecuador, que se tornaron zonas de paz y acogida, y otros sectores que se solidarizaron sintiéndose incluidos en las reivindicaciones que las y los manifestantes hacían para la amplia mayoría del país. 

 

El racismo desde los gobiernos

El gobierno de Lasso, el alcalde Guarderas del Distrito Metropolitano de Quito (DMQ), los medios de comunicación convencionales, que responden a una élite económico-política en el país, pretendieron crear un “enemigo interno”: Leonidas Iza, y los/as indígenas. Utilizaron apelativos como “vándalos” y “narcoterroristas” que se agolpan para destruir Quito. Tanto es así que el alcalde del DMQ, alentaba al presidente a extender el estado de excepción en la ciudad. 

El racismo estructural oculta el pasado precolonial de Quito, su tianguez de la plaza de San Francisco, los culuncos que articulaban pasos hacia la costa y Amazonía y la manera en que se forjaron las construcciones coloniales de la ciudad utilizando piedras de factura inca y preinca. Ignora lo que poblaciones de las comunas aledañas al DMQ expresaron durante los días del paro “estamos aquí, siempre hemos estado. No nos hemos ido”; enfatizando que Quito también es indígena.

 

“A través de redes, circularon diseños de ropa por parte de Izzi Designs,
empresa de propiedad del hermano de una ex asambleísta de CREO,
que alentaba a
“no tener empatía con los simpatizantes del paro”,
utilizando la imagen del presidente de la CONAIE”.

 

Las expresiones racistas que se observaron durante el paro incluyeron comentarios de trolls y mensajes ofensivos en redes digitales que desacreditaban al movimiento indígena y sus representantes. También hubo acciones violentas como la del 20 de junio. Cuando civiles, en carros de alta gama, dispararon e intentaron atropellar a miembros de comunidades indígenas que ingresaban a Quito por la Ruta Viva. 

La caricaturista Vilma Traca, retrata la actitud racista de la clase privilegiada quiteña, autodefinida como “gente de bien” quienes salieron a festejar el viernes 19 de junio en la Avenida de los Shyris, luego de que la policía arremetiera contra los manifestantes en el Ágora de la Casa de las Culturas, mientras celebraban la Asamblea de los Pueblos. El homenaje a la policía sucedió la misma tarde en que mujeres, niñas y niños fueron gasificados. 

 

El racismo en las redes digitales 

A través de redes, circularon diseños de ropa por parte de @izzidesigns, empresa de propiedad del hermano de una ex asambleísta de CREO, que alentaba a “no tener empatía con los simpatizantes del paro”, utilizando la imagen del presidente de la CONAIE.

Entre varios de los epítetos racistas expresados a través de redes sociales (posteriormente borrados de Twitter) destaca el de Fernando Balda, político ecuatoriano que formó parte de Alianza País, Sociedad Patriótica, entre otros movimientos, por instigar al odio. Su discurso de violencia alienta a arremeter contra las y los manifestantes indígenas en Quito.

“#ATENCIÓN quiteños Leonidas Iza viene a destruir Quito otra vez.
PROPONGO: 1) Hagamos un centro de acopio de bates de béisbol y todo tipo de objetos contundentes.
2) Organicemos unos 30.0000 hombres para repelerlos como merecen. Es la única forma de que no vuelvan a joder …. 

Estos indios HPtas son los racistas, no nosotros: ellos son los que viven 530 años en resistencia, discriminan a los que no somos de “sangre pura”. Y somos nosotros los que los hemos aguantado 530 años: piojosos, apestosos a grajo y encima terroristas (Con salvadas excepciones) (Balda Fernando, 12, 09 Twitter)”

Históricamente la violencia racista se ha manifestado desde el nombre que se dio al continente donde vivían los pueblos originarios de estas tierras, llamadas hoy América. Y es que el racismo se fundamenta en la diferencia que minimiza y subordina al “otro” haciéndolo ver como no válido, inadecuado, inferior y/o subdesarrollado. Es así que no se dio importancia a los símbolos de los pueblos de Abya Yala, como llamaron los pueblos kuna a este continente. Este y otros nombres fueron desechados y los nuevos territorios se empezaron a denominar cómo los invasores quisieron, por ejemplo: se llamó San Salvador a Guanahaní, la primera isla donde desembarcó Colón.

Esta forma de nombrar lo que los pueblos indígenas denominaban de otra manera es expresión de colonialidad y racismo, como lo es degradar los nombres que para los pueblos son importantes. Runa quiere decir ser humano, pero en Ecuador este vocablo en el habla coloquial significa algo de mala calidad, algo degradado. Así mismo, la palabra longo se refiere a un adolescente o joven, pero en Ecuador se usa como término despectivo que degrada a la persona a quien se dirige. 

 

El racismo en la reproducción de la desigualdad social

Las actitudes racistas se cuelan por las cotidianas endijas de la subjetividad social. Se esconden en bromas, en expresiones de lo “decente” y lo que no lo es. Si bien la mayoría de las personas no se reconocen racistas, su lenguaje despectivo (el “longuear”), su trato hacia los pueblos racializados los delata. 

Para tratar de entender estas expresiones racistas cabe mencionar los conceptos de colonialismo interno, la colonialidad del poder y la idea de raza. El primero ofrece explicación sociológica del desarrollo desigual de los países considerados independientes y “subdesarrollados”, en los que existe una relación entre dos tipos de sociedades al interior de un país, donde una domina y explota a la otra, haciéndola funcionar como una colonia interna, aunque ambas son polos de un mismo proceso histórico.

 

“La idea de raza legitima el despojo y la explotación a los indígenas
a razón de una inferioridad inventada para los conquistados”.

 

El colonialismo interno instaura jerarquías entre sociedades que justifican y naturalizan “relaciones de desigualdad, servidumbre, discriminación y subalternidad” que en lo económico se traducen en “privar a los indígenas de sus tierras y convertirlos en peones o asalariados”, sin autonomía y sometidos en todos los ámbitos.

Con relación a la idea de raza -es solo eso, una idea- fue construida a partir de la invasión europea, como una base sólida para la configuración del capitalismo mundial que por un lado, codificó las diferencias entre conquistadores y conquistados, para luego extenderlas a todo el mundo, y por otro, articuló todas las formas históricas de control del trabajo, recursos y productos en torno al capital y al mercado mundial. Lo cual expresa el carácter del capitalismo como colonial, moderno y eurocentrado.

La idea de raza legitima el despojo y la explotación a los indígenas a razón de una inferioridad inventada para los conquistados. Esta fundamenta las relaciones sociales de dominación, así la raza y la identidad racial se constituyen en instrumentos de clasificación social, pues el color legitima estas relaciones. El autor peruano Aníbal Quijano (1928-2018) argumenta que las nuevas identidades históricas producidas sobre la idea de raza se asociaron a la naturaleza de los roles y lugares de la nueva estructura global de control del trabajo. Así, la idea de “raza y la división del trabajo, están estructuralmente asociadas” y se refuerzan mutuamente.

Este proceso de colonialidad del poder se liga a una estructuración en términos de clase, en que se legitima la pobreza racializada. Entonces, “la pobreza” no es obra del destino, ni un castigo divino, ni fruto de la “vagancia indígena” sino que tiene sus orígenes en la exclusión, en la desigualdad de oportunidades, de movilidad social y económica. Se ancla en el dominio, despojo y explotación de pueblos históricamente subordinados. 

El racismo nos lleva a múltiples formas de su existencia en prácticas, ideologías, instituciones e individuos que reproducen las inequidades raciales y minan el bienestar de poblaciones subordinadas en términos de su racialización. Se liga a otro concepto el del “privilegio blanco” que determina inclusiones y beneficios para unos/as -derechos, oportunidades económicas, bienestar, acceso a vivir en entornos sin contaminación-, mientras excluye a otros/as. Se trata de un racismo menos consciente, más enraizado históricamente. 

 

“Se intentó crear un enemigo interno para deslegitimar
al movimiento indígenaque desde fines de los años 90 se ha ido convirtiendo
en un sujeto político, que no solo plantea reivindicaciones para sí,
sino que incluye a la mayoría de la población ecuatoriana”.

 

El racismo estructural en Ecuador por tanto, es una expresión del colonialismo interno, que busca mantener los privilegios de ciertas clases sociales, sobre la base de reproducir las formas de explotación hacia los pueblos y hacia la naturaleza. Persiste a pesar de que la Constitución de 2008 instituye al Ecuador como Estado plurinacional e intercultural que reconoce derechos colectivos a los pueblos indígenas, afrodescendientes y montubios en el Art. 57. 

El Paro nacional de 2022 evidenció un racismo estructural, que permea las relaciones sociales, institucionales y las expresiones en medios de comunicación convencionales vinculados a la élite económica y política del país; también expresada en redes sociales. Se intentó crear un enemigo interno para deslegitimar al movimiento indígena que desde fines de los años 90 se ha ido convirtiendo en un sujeto político, que no solo plantea reivindicaciones para sí, sino que incluye a la mayoría de la población ecuatoriana.

Esto lo ha llevado a tener un amplio apoyo, especialmente a partir del Paro nacional de octubre de 2019. Lo cual se tradujo en un alto número de curules (28) en la Asamblea Nacional para su brazo político: Unidad Plurinacional Pachakutik. Movimiento que representa la segunda fuerza política del Ecuador, gracias a que triplicó su votación respecto a elecciones pasadas. 

En un país polarizado en términos políticos, el racismo funciona como un dispositivo de poder para fragmentar a las mayorías. Incluyendo a la clase media, que ha visto deteriorarse sus condiciones de vida por la implantación de políticas neoliberales asumidas en los últimos años.

 

Texto: Marisol Rodríguez Pérez e Ivette Vallejo Real

Foto principal: Marcha durante el paro el 25 de junio en la avenida 6 de Diciembre en Quito, antes de llegar al parque El Ejido (Nicolas Riofrio).

Infografía: María Caridad Villacís

Edición y producción: Martu Lasso & Romano Paganini

Web y Redes Digitales: María Caridad Villacís & Victoria Jaramillo