“Toda niña y todo niño tiene algo mágico”

Hoy vuelven miles de chicas y chicos en el Ecuador a las aulas de sus escuelas y colegios. Un año y medio han tenido clases de forma virtual  y muchos no se han visto con sus compañer@s.¿Cómo será el reencuentro? le consultamos a María Gabriela Albuja Izurieta, coordinadora de proyectos educativos alternativos en Saraguro. La pedagoga, historiadora de la educación, madre y abuela habló sobre lo delicado de la enseñanza mediante internet, los aprendizajes fuera de la escuela y porque en su proyecto Yachay Kawsay también educan a las mamás y los papás. 

Saraguro, 1 de septiembre de 2021. –  José María Vacacela Gualán empezó su charla en Riobamba, tres años atrás con las siguientes palabras: “Lo que saben no es lo que les enseñaron, sino lo que aprendieron.” El pedagogo y gestor de liderazgo educativo de Saraguro se refería así a l@s estudiantes escolares. La frase refleja lo que él y su compañera de vida, María Gabriela Albuja Izurieta, buscan en su proyecto Yachak Kawsay: una manera auténtica de aprender. 

Esta propuesta educativa se inspira en la educación ancestral. En Yachak Kawasy (Vida de Sabiduría), que durante años se conoció como Inka Samana, no hay grados, certificaciones ni exámenes. Lo que la pareja quiere incentivar es que l@s niñ@s aprendan desde el inicio de sus vidas a compaginar libertades con responsabilidades. Por lo tanto tampoco envían deberes.
La respuesta por esta forma no convencional se encuentra en su libro Inka Samana – Un sueño pedagógico, donde Vacacela y Albuja escriben: ”Para que en la comunidad se continúen transmitiendo los saberes ancestrales, decidimos no ocupar en tareas escolares el tiempo que los estudiantes tienen para recibir el afecto familiar y la trasmisión práctica de los conocimientos y tecnologías andinas.”

La mirada de los dos pedagogos es mucho más amplia de lo que se conoce en la educación estatal. Es una mirada que chocó, desde el inicio del proyecto 1986, con el rechazo de la Asociación de Educadores Bilingües de Saraguro. ”Es que nosotros no somos una escuela y lo que buscamos no es otra enseñanza”, enfatiza María Gabriela Albuja, que también es profesora de inglés e historiadora de la educación. “Queremos cambiar el mundo y la manera de vivir.” 

En Yachay Kawsay no trabajan educadores, sino facilitadores. Las reglas no son definidas por una directora o un profesor, sino por las niñas y los niños, juntos a l@s facilitadores. El enfoque está en que l@s habitantes de la comunidad sean personas íntegras desde joven, sin que haya autoridades, enseñanzas o reglas impuestos por terceros. Son principios que van más allá de una escuela. Más bien son parte de una cultura, que durante siglos ha sido oprimida y perseguida. Es la cultura andina con normas como ama llulla (no mientas), ama killa (no seas vago), ama shuwa (no robes).

Yachay Kawsay es uno de los pocos proyectos educativos en el país que desde septiembre de 2020, l@s niñ@s volvieron actividades presenciales; mientras la educación formal empezó sus planes pilotos de retorno a clases este año. 

     

Maria Gabriela Albuja, al principio de la pandemia, Yachay Kawsay interrumpió sus actividades por tres meses. ¿Qué hicieron l@s chic@s entre marzo y junio de 2020? 

Disfrutaron de estar en casa. El proceso de estos tres meses fue bueno e interesante. L@s chic@s hacían actividades en familia, jugaron, cocinaron y se sentían atendidos. Se dio como un renacer familiar con tiempo para l@s niñ@s. 

 

Es decir, la pandemia trajo beneficios para l@s chic@s?  

Si, en general, y donde los papás y mamás estaban en casa, estos primeros tres meses fueron super ricos.

 

¿Por qué no hubo ninguna actividad? 

Desde Yachay Kawsay decidimos no molestar a los chic@s en estos primeros meses, que ell@s tengan sus vivencias en casa. Desde el mes de abril 2020 pedimos a l@s estudiantes que elaboren un portafolio en el que escriban un compromiso semanal y dibujen y escriban sobre tres aprendizajes de cualquier índole que hayan tenido durante la semana. Había experiencias bien bonitas. Una niña, por ejemplo, aprendió en el terreno de sus papás a manejar el carro. En el portafolio escribió lo que le gustó, lo que le pareció difícil y lo que significaba para ella. Otro niño aprendió a criar pollos. Puso fotos del criadero, como hicieron para venderlos y cuanto dinero sacaron de este proyecto. Otro niño aprendió amarrarse los cordones de sus zapatos, no importaba lo que aprendieran. Lo importante era que aprendieron algo y tomaron conciencia de este aprendizaje. Además, cada semana tenían que cumplir algún compromiso.

 

¿Un compromiso como qué? 

En realidad, no solamente eran compromisos para l@s niñ@s sino para toda la familia. Un niño decía que va a tender toda la semana su cama; el papá decía que va a limpiar el galpón de los cuyes; y la mamá se comprometió a sacar la lana del borrego. Eran compromisos acordados dentro de la misma familia.
También hubo casos donde l@s niñ@s decían que no les gusta que el papá les grite. Entonces, un padre de familia hacía el compromiso de no alzar la voz durante toda una semana. Las familias se hacían consciente de lo que no les gusta y eso fue mucho más fácil durante la pandemia porque estaban en casa encerrados. Así que hay familias que durante estos primeros meses dieron pasos cuánticos en su trato.

La pantalla te divide la mente”: María Gabriela Albuja Izurieta jugando presencialmente con niñas y niños del proyecto educativo Yachay Kawsay en Saraguro, en el sur del Ecuador. – FOTO: Jenny Vilema

¿Por qué no había actividades en línea para l@s chic@s? 

Porque nosotros no permitimos que l@s niñ@s hasta los cinco años usen equipos electrónicos y los de doce años usan máximo una hora por día. Solo avisamos a los papás por WhatsApp de lo que tenían que hacer. Hablamos solo con ell@s, nunca con l@s niñ@s. Creemos que necesitas la experiencialidad para aprender y que si no es algo experimental no es aprendizaje. Además, los medios digitales no te permiten estar consciente de ti mismo y también te abstraen. 

 

Pero a la vez hay muchos beneficios: traductores de idiomas en línea, calculadores para la matemática y el campo de investigación es mucho más amplio.

Es que la pantalla te divide la mente. Un@ niñ@ que hace su trabajo online, después juega online, mira una película online, hace sus contrabandos online. Nosotros preferimos que l@s niñ@ no hagan cosas online. Además, queríamos aprovechar ese momento, en marzo de 2020, que nadie pensaba que iba a ocurrir. La pandemia nos vino como un regalo, un regalo que l@s niñ@s estén con sus papás y que sus papás los atiendan. Aprendieron a hacer pasteles de chocolate, tortillas de maíz y los padres tenían que hacerlo junto a ell@s. Hacían con sus manos y eso es mucho más rico que hacer algo en un espacio online y cada uno en lo suyo. 

 

Sin embargo, la mayoría de l@s chic@s en el Ecuador pasaron un año y medio en línea. ¿Cómo cree que eso influye en el desarrollo de un@ niñ@?

De lo que se ha sabido de niñ@s de otros centros es que las mamás tenían que apoyarlos porque en muchos casos el profe no pudo explicar bien la tarea o el niño no lo entendió. Esa situación ha esclavizado a las familias y casi en todos los casos a las mamás, que han tenido que estar presentes con sus niñ@s. La situación desde marzo de 2020 también ha sido muy dura y fuerte para l@s profes. Tenían que preparar clases online, que después l@s chic@s no entendían. En fin, las clases en línea han sido un reto para tod@s y que no ha tenido resultados. Entonces, si nosotros pensamos que los aprendizajes se dan en la vida, ¿por qué querer que ellos estén frente a una pantalla?

Mientras la mayoría de l@s alumn@s desde el comienzo de la pandemia tenían clases en línea, los participantes de Yachay Kawsay después de las vacaciones de verano 2020 volvieron a actividades presenciales. – FOTO: Jenny Vilema

En términos de educación, ¿cuál es su mirada sobre lo que estamos viviendo?  

En la vida de un@ niñ@ hay dos grandes momentos de transición: entre los seis y siete años y entre los diez y doce. Son dos momentos importantes de metamorfosis, incluso a nivel físico. Si a esa edad no tienes la experiencia para verte con otr@s niñ@s, después relacionarte es un poco raro. Es como si hubieses saltado un espacio en tu vida. Si en un momento tan importante de tu vida no estuviste con l@s iguales, eso es algo super fuerte. 

 

¿Y qué significa?

Significa haber saltado una etapa en tu vida. Es como un hueco emocional, un hueco psicológico.  

 

¿Con consecuencias que todavía no las conocemos? 

Así es, porque no hay experiencias previas y parecidas a la pandemia. Vamos a tener que ver qué pasa con estos niños en unos años más. Son varias edades críticas y esos niños vivían durante meses aislados. Lo que si, nosotr@s entre las comunidades tuvimos ferias y también festejamos el Inti Raymi 2020. 

 

¿A pesar de las restricciones estatales?

Para nosotr@s el Inti Raymi es el agradecimiento a la Tierra no podemos dejar de agradecer a la Tierra solo porque estamos en pandemia. Claro, no hubo fiesta como en otros años, pero si bailamos dentro de nuestra comunidad y también hicimos la caminata ritual y compartimos una comida.  

 

El Inti Raymi es uno de los ritos más importantes dentro de la cosmovisión andina. ¿Qué importancia tienen ritos como estos en la vida de un@ niñ@? 

Toda niña y todo niño tiene algo mágico, creen en una magia de la vida. Nosotros desde Yachay Kawsay nos basamos en esta espontaneidad mágica, que tienen para hacer más magia y que ellos saben que todo se puede hacer. Es una especie de rito. A veces hablamos del orden del universo, quiere decir, si el universo está en orden, todo está en armonía. Entonces, l@s niñ@s aprendieron, de que si ell@s pierden la armonía, algo se daña en el universo. Por ejemplo, cuando un@ niñ@ se cae, piensa automáticamente: Que puedo haber hecho, que se perdió la armonía? Aja, hoy a la mañana mentí a mi mama! Yo no digo eso por moralidad, sino ellos mismos lo van creando y se va cumpliendo. De esta manera l@s niñ@s van entendiendo la razón de no dañar el orden del universo en sus vidas. Así nos volvemos íntegros. 

 

¿En qué sentido?

En que ell@s sienten que hay una correspondencia con el universo y que buscan el equilibrio con la vida en la Tierra.

Parte importante de las actividades en Yachay Kawsay es recuperar y cultivar las sabidurías de la cultura andina: María Gabriela Albuja Izurieta sembrando con alumn@s. – FOTO: Jenny Vilema

En su libro “Inka Samana – Un sueño pedagógico” hace mucho hincapié en que las mamás y papás participan en el proyecto Yachay Kawsay. ¿Qué pasa si ell@s no están presentes?  

En Yachay Kawsay decimos que matricularíamos a los papás para que puedan tener una mejor relación con l@s hij@s (se ríe). En serio: los papás se comprometen a dar atención al niño, al menos una hora por día. Y si son dos hermanos que sea una hora y una hora. Desde el inicio tiene que haber un acompañamiento presencial. Es un proceso de crecimiento en el que necesitas la atención de una persona. En el caso que no estén los papás, se apoyan entre herman@s. Había ejemplos de estudiantes, donde la mamá ya se había comprometido, pero por cuestiones económicas tenía que irse de migrante a España.  

 

¿De alguna manera no solamente educan a l@s niñ@s sino también a las mamás y los papas?  

Claro, los papás tienen que tener su espacio de aprendizaje. Ellos pagan, para tener atención por parte de la escuela. Y si no piden su espacio para interactuar con nosotros al menos una vez por trimestre, nosotros pedimos que pongan sobre la mesa como están sus niñ@s. Por ejemplo, si un niño a los ocho años todavía no sale del egocentrismo, ¿cuál de los padres está empecinado en tener la razón? Si es que un niño es agresivo y agrede a los demás, quien le está agrediendo en casa. – ¿Papá, mamá, prim@s, herman@s? Muchas veces se dan trastornos por falta de atención por parte de los padres. 

 

¿Parece que somos unas sociedades de ignorantes?

(Se ríe) … no diría ignorantes. Somos una sociedad desconectada. No estamos conectados el uno con el otro. 

 

¿Usted está conectada con el otro?

Yo he aprendido a saber lo que el otro siente, porque me he conectado con él como ser humano. Cuando converso con alguien le escuchó y cuando doy el tiempo a alguien soy ilimitada. Si no estoy conectada, no percibo lo que le pasa al otro. Después de 35 años de experiencia trabajando con niñ@s y familias sé perfectamente lo que pasa en la familia al mirar a un niñ@ solo cinco minutos. Cuando vienen a inscribir a un niñ@, ya sé que va a pasar.   

 

¿Cómo podemos reconectarnos?

Estar presentes y elegir. Si entendemos que amar es estar presentes, tal vez los papás cambiarían su forma. Eso tiene que ver con el compromiso de los papás. Si tu al wawa no le escuchas, el wawa no va estar bien porque atender no solamente es jugar una hora, sino escucharle cuando habla. No es que alzas la cabeza y preguntas: ¿Qué dijiste? Es la peor falta de respeto al wauwau. Le haces sentir que no te importa. Entonces, nosotr@s hacemos un ejercicio y preguntamos a los papás como quieres que tu hij@ este en treinta años? Y los papás dicen unas maravillas: Quiero que sean líderes, independientes, quiero que sean autónomos. Muy bien, respondemos y preguntamos: ¿qué libertades le estas dando ahora?

 

Texto: Romano Paganini

Foto principal: No se ve como educadora, sino como facilitadora: María Gabriela Albuja Izurieta durante la entrevista en Saraguro. (Romano Paganini).

Edición y producción: Mayra Caiza & Romano Paganini

Web y Redes Digitales: María Caridad Villacís & Victoria Jaramillo