Heidi Burri (70) de Suiza – desde 1991 en Ecuador

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La vida en Suiza

 

En Suiza, desde temprana edad, visitaba a mis abuel@s durante las vacaciones. Ell@s vivían muy lejos de la civilización. En ese momento, como niña, no pensé que era el paraíso … Todo era diferente. Me gustó y me impresionó mucho como niña pequeña. No habían otros niñ@s pero con mis abuelos me sentía casi como en casa. 

Había vacas, un tractor pequeño, y una máquina para cortar la hierba. Mi abuelo se despertaba muy temprano, salía al campo, y cuando regresaba desayunaba algo típico de Suiza, llamado ​​”Röschti”, que es papa rallada con huevo. Esto para mi era un gran almuerzo, ¡y era su desayuno! Recuerdo que cuando mi abuelo tomaba café con leche, se le quedaba en la barba, que era feísimo, pero yo igual lo amaba porque era único. El campo en Suiza era todo otro mundo. Era una aventura. 

En Suiza pude realizarme. Siempre fui rebelde, desde que era una pequeña creciendo en Basilea, ciudad en la frontera con Alemania y Francia. Entonces busqué mis caminos fuera de la casa, fuera de todo. Yo quería ir a Berna, el origen de mis abuel@s. Desde Berna ell@s migraron hacia otro cantón donde hubo más espacio y donde fundaron una granja. Estudié para ser profesora, y en mis primeros tres años de trabajo profesional fui a mis raíces en Berna. Trabajé en un pueblo de campesin@s, no el mismo lugar exacto de dónde venían mis abuelos, pero era el campo.

Después regresé a Basilea, a la ciudad, y continué estudiando pedagogía especial para niñ@s con problemas. Cuando me enteré de la oportunidad de venir a Ecuador a una escuela experimental, me interesó y viajé en 1991 para hacer una pasantía de un año en el Centro Educativo Experimental del Pestalozzi. En ese entonces tenía a mi familia: un compañero de 40, como yo, y dos niñ@s pequeñ@s de 4 y 8 años. Vino toda la familia.

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En la granja de sus querid@s abuel@s en Suiza: Heidi Burri (izquierda) en el año 1955, junto a su hermano menor. – FOTO: Ramiro Aguilar Villamarin

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La vida durante la migración

 

Cuando vine a Ecuador me gustó mucho la gente. La gente abierta, presente, que me vió. En Europa tú puedes vivir pero no te ven, no te toman en cuenta. Y aquí la gente es abierta, tiene como antenas para sentir y tienen el interés para conocerte y para compartir. Algo que también me impresionó desde el principio, con las rifas y todo eso, es la solidaridad. Nos recibieron aquí con los brazos abiertos y con una sonrisa. 

Me sentí como en mi familia de origen, como con mis abuel@s, como una tribu. Donde crecí en Suiza no hubo tribu, si había vecin@s y amig@s, pero no tribu. No hubo esta apertura, el compartir, el andar juntos. Tampoco en Ecuador siempre fue fácil convivir, pero sí nos recibieron y nos hemos sentido muy cómod@s. 

Después de un año de pasantía en el Pestalozzi nos dimos cuenta que no estábamos listos para regresar a Suiza. Tuve que decidir entre mi trabajo y renunciar a mi seguridad. Y no fui capaz de rendirme, de decir que solo fue un año y ya. Hubo un cambio de mis valores, de toda la filosofía de vida y por eso decidí dejar todo lo de Suiza y seguir en libertad. 

 

“Pensamos que sería posible que mi compañero trabaje medio año a full en Suiza
y que venga el resto del año a Ecuador para juntarnos como familia. Pero no se dió así.”

 

Teníamos sueños y proyectos para vivir en Ecuador, como crear un espacio nuevo, grande, como una comunidad para vivir, trabajar y enseñar a nuestr@s hij@s en comunidad. Como una ecoaldea o algo así. Compramos un terreno e invertimos una herencia de Suiza en este proyecto, pero no se dió. Después de todos los esfuerzos, las ideas, las iniciativas, y también los fracasos, mi compañero perdió la confianza de que nosotr@s, como pareja y como padres, podríamos mantenernos bien en Ecuador. 

Al mismo tiempo, no fue fácil para mi hija de 8 años integrarse. Por los grupos de amig@s, por el idioma y todo … Le costó mucho. Pero al final se adaptó y le crecieron raíces aquí. Entonces cuando mi compañero, su papá, dijo “Yo quiero regresar, aquí no hay futuro, vámonos,” ella respondió, “Solamente sobre mi cadáver.” Y como a mí me gustó el país, el clima, la gente y las posibilidades, la apoyé. 

Pensamos que sería posible que mi compañero trabaje medio año a full en Suiza y que venga el resto del año a Ecuador para juntarnos como familia. Pero no se dió así. El no pudo conseguir un trabajo fácilmente. Nada se cumplió como lo planeamos. Al final, él se reintegró en Basilea, en Suiza, como profesor y le faltó una mujer. Él tenía otra compañera, de quien yo no supe nada hasta que mi hijo me contó después de un viaje a Suiza. La siguiente vez que el vino a Ecuador a visitarnos le dije, “Bueno, yo ya sé la verdad. Te dejo libre. Somos amig@s, pero ya no una pareja.” Todo esto fue muy duro para mí. Estuve triste, decepcionada y enojada, pero con el tiempo lo trabajamos, lo conversamos y ahora somos buen@s amig@s. 

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Heidi Burri (derecha) con su familia en su casa en Tumbaco, antes de que parta su compañero para Suiza en 1997: FOTO: Ramiro Aguilar Villamarín

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La vida actual en Ecuador

 

Mi futuro es aquí, ahora, ya. Tengo a mis dos hij@s, a mis 3 niet@s, a mi yerno y a mi nuera. Tengo a mis amig@s cercan@s, lejan@s, ecuatorian@s, extranjer@s, no importa. Yo me siento aquí en casa. Yo me siento aquí, es mi hogar ahora. Es mi lugar. 

Reforestamos el terreno. No había ni un árbol aquí. Tuvimos que solicitar agua de riego y hacer piscinas de recolección de agua y canales. Contamos con una familia de campesin@s quienes nos ayudaron, fue toda una familia que trabajó para nosotros. L@s hij@s regaban con mangueras, con baldes, todo esto. El resultado es que tenemos bosque, que tenemos estos amigos grandes: los árboles. Algunos son nativos, otros son acacias que crecen rápido. Ha regresado la naturaleza. 

El campo es algo que me ha acompañado toda la vida, desde el kinder hasta ir a trabajar donde campesin@s y ahora aquí, a tener la vaca, a tener los caballos y todo eso. Además esto lo hice sin compañero, siendo madre soltera con dos hij@s. Aquí he podido vivir y realizar algo en Ecuador, he podido profundizar una parte mía que yo nunca podría haberla vivido en Suiza. Porque allá todo es reglamentado. Nunca me había interesado esto en Suiza, nunca, nunca, nunca. Pero aquí algo renació, algo se despertó. Hasta hoy en día. 

Hoy, por ejemplo, estaba haciendo yoga, la rutina del saludo al sol, en mi terraza, y escuché a la cabrita gritando. Llamé a mi nieta y juntas fuimos en pijama al establo a ver qué pasaba. Hay dos chivas y un chivo pequeño, una de las chivas está preñada y ya mismo dará a luz. Entonces están incómodos porque el establo es pequeño. Pero me gusta. Me gusta convivir con animales. ¡Solo que ya no quiero tener animales! Ahora los tendrán mi hija y mi nieta. Ya he sufrido y tenido que cuidarles mucho.

Este verano voy a viajar para ver a mis parientes y amig@s. Quiero casi despedirme. Me da mucho gusto irme seis semanas a Suiza, a Europa para encontrarme y despedirme. No se sabe, porque con la pandemia ahora no se sabe cómo va a continuar.  

Ahora quiero ser consciente y soltar. Me gusta mi hogar en Ecuador, pero no es una obligación vivir en este país. Si en algún momento siento que he vivido suficiente en Ecuador, entonces yo quiero continuar mi camino. No es una próxima meta, es solamente que yo puedo decir, “La casa es libre,” cojo la mochila y chao, chao, chao. Si quiero arriesgarme, voy a continuar. 

Me siento muy bien aquí en el momento, no dependo mucho de la política. Lo que me importa mucho es la naturaleza, eso sí. Pero con mis hij@s, con mis niet@s, yo he vivido a full hasta ahora. Y como l@s hij@s y l@s niet@s son prestad@s, como también l@s abuel@s y l@s padres, no hay apego, ell@s son libres. Yo soy libre. 

 

Texto: Victoria Jaramillo

Fotos: Ramiro Aguilar Villamarín

Edición y producción: Belén Cevallos & Romano Paganini

Web y Redes Digitales: María Caridad Villacís & Victoria Jaramillo

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