Stephen Sherwood (55) de Estados Unidos – desde 1998 en Ecuador

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La vida en Estados Unidos

 

Yo me crié en el noroeste del país, en un sector rural de Pennsylvania, cerca de la ciudad de Filadelfia. En ese entonces había mucha agricultura familiar, pequeñas fincas productivas y culturas como los amish y los menonitas que son personas muy religiosas que practican agricultura orgánica desde siempre. Su objetivo es tener autonomía y no participar en economías monetarizadas. Mi familia también se dedicaba al campo, aunque mis papás contaban con trabajos asalariados.

En el lugar donde crecí había mucha gente blanca y también mucho racismo. Había miedo del otro. Hasta hoy l@s amig@s de allá son aficionad@s de Donald Trump, y sienten miedo de extranjer@s y de migrantes. Son muy amables cuando estás con ell@s y eres parte de ell@s. Pero yo sentía y recuerdo muy bien que no compartía sus maneras de pensar y quería ver otros mundos.

Soy el último de cuatro herman@s y una de mis hermanas influyó mucho en mí. Yo era inquieto y soñaba con otros lugares. Sentía que la religión de la comunidad era sofocante. Éramos 1.200 familias y tod@s sabían de tod@s. Mi hermana se dio cuenta que yo no era feliz y notó un potencial. Me guió con su ejemplo ya que ella tampoco tenía miedo a los mundos ajenos.

Fui a la universidad estatal de Pennsylvania, Penn State. El tercer año fue de intercambio y tuve la oportunidad de ir a Salamanca, España. Antes de esto nunca había tomado un avión. Allá aprendí español, hice amig@s y conocí Marruecos. Conocer esas culturas y comidas árabes fue importante, porque de donde yo venía no tenía permiso de comer cosas distintas, casi te insultaban si comías algo de otra cultura. No tenías el espacio para expresarte de otras maneras.

En Salamanca la gente hablaba de política, cosa que yo nunca había hecho. Me acuerdo que en 1986 los Estados Unidos atacó a Libia, tomó aviones de Inglaterra, pasó por encima de España -donde yo estaba-, atacó a Libia y volvió. A raíz de esto hubo una protesta y se cerró la universidad. Se comenzó a criticar a los Estados Unidos y a España por permitir que sobrevolaran el país. Nunca había escuchado algo semejante.

Fue interesante ver patrones y críticas que no entendía. Comencé a compartir las preocupaciones y decir, “tienen razón”. No teníamos nada que ver en el conflicto de ese entonces y no sabía por qué impusimos nuestro ejército. No fue defensa sino ofensa. Comencé a leer y aprender todo lo que estaba pasando en Centroamérica. Había guerras civiles en El Salvador y Nicaragua, donde los Estados Unidos se había metido de forma ilegal, dando armas a ciertos grupos. Entonces se me levantó la curiosidad de querer saber qué estaba pasando en esos países.

De regreso en Estados Unidos, para nosotros lo peor que podría pasar fue la elección del presidente George H.W. Bush, un exdirector de la CIA. Decidí abandonar el país durante la época de este presidente. Me fui tres meses a Nicaragua, a trabajar en el tema del desarme, de reducir la violencia y traer la paz.

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Stephen Sherwood (izquierda inferior) de cuatro años con sus tres herman@s, en Maryland, Estados Unidos donde vivía la familia Sherwood antes de mudarse a Pennsylvania, 1970. – FOTO: Hamilton López

 

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La vida durante la migración

 

El tema del desarme en Nicaragua estaba muy avanzado cuando llegué en 1987. Nos dimos cuenta que teníamos que enfocarnos en la agricultura y ningun@ de l@s que viajamos en ese primer instante tenía la capacidad. Había un movimiento campesino que quería mover la tierra, dejar las armas, y renovar la familia y la cultura con comida, mejorando la tierra y el acceso a mercados. En Nicaragua, durante la guerra entre los Sandinistas y los Contras (1979 – 1990), ya no querían hablar de política, sino de suelos, de semillas y de maíz. Querían hablar de cosas prácticas.

Me di cuenta que la agricultura podría ser una herramienta interesante. Entre mis herman@s en Estados Unidos yo era quien más odiaba la agricultura y ahora soy el único que está en el tema. En verdad si me gustaba la agricultura, lo que no me gustó fue el racismo y la cultura de los pueblos agrícolas en Pennsylvania.

Seguí trabajando en agricultura en Nicaragua, Honduras y Guatemala por los siguientes doce años. También tomé un año para hacer mi maestría en la Universidad Cornell en Estados Unidos, pero hice mi tesis en Centroamérica. Ahí es cuando conocí a Myriam, una mujer ecuatoriana quien es ahora mi pareja. Coincidió que ambos estábamos haciendo nuestras tesis, aunque la suya era de pregrado. 

 

“Mi esposa siempre quiso volver a Ecuador porque su mamá estaba sola. Me gustó Ecuador
por las montañas y porque había todavía mucha gente trabajando la tierra.”

 

En 1998 decidimos migrar a Ecuador. Hubo unos detonantes, un par de robos en Honduras, donde vivíamos. Primero, robaron mi vehículo, después, Myriam fue robada con cuchillo. Además, nos habíamos metido en cosas políticas sobre tierras y hubo gente que entró a nuestra casa, que no estamos seguros si eran de inteligencia del Ejército. Robaron mis papeles, nada de valor, pero ya entendimos que nos estaban chequeando. Nos dimos cuenta que estábamos en peligro, que ya se comenzaron a politizar las cosas. Dijimos que no queríamos morir en Honduras y nos fuimos a otro país.

Myriam siempre quiso volver a Ecuador porque su mamá estaba sola. Me gustó Ecuador por las montañas y porque había todavía mucha gente trabajando la tierra. La cultura andina fue completamente nueva para mí y estaba abierto a eso. En el 1999, con Myriam compramos nuestro terreno en la Merced en las afueras de Quito. En ese entonces no había agua ni electricidad y fuimos a vivir allá después de tres años.

Durante esos años comencé a trabajar formando Escuelas de Campo de Agricultores en Ecuador, Peru, Bolivia, Colombia, El Salvador, Nicaragua y Honduras, capacitando a capacitadores de campesinos. Después trabajé en la ONG Vecinos Mundiales como el Representante de la Región Andina, pero fui despedido en el 2008, cuando ocurrió la crisis financiera mundial. En este año también nació mi única hija, Nina Micaela. Entonces además de mi trabajo como investigador, docente y consultor, me dediqué a vender canastas de productos de nuestra finca y a recibir a campesinos de aquí que venían a aprender sobre la agricultura.

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Una “barra en u”, que Stephen Sherwood solía usar durante su vida en Centroamérica en los años 1980 y posteriormente en Ecuador. Esta herramienta se utiliza en la agricultura cero-labranza, en la cuál la preparación del suelo antes de sembrar es mínima. – FOTO: Hamilton López

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La vida actual en Ecuador

 

Algo que me frustra en Ecuador es que aquí hay ONGs y gente de campo que dicen que son pobres. En Nicaragua, en todos los años que yo viví, ninguna persona me dijo que era pobre. Pero cuando llegué a Ecuador, a Carchi, la gente me comenzó a decir que eran pobres aunque tenían agua, suelos, mercados. Sabían leer, tenían vehículos, carreteras, teléfonos. Me di cuenta que eran más pobres en Carchi que en Nicaragua: pobre en autoestima. Tenían más cosas materiales, pero en términos de identidad o cultura se sentían inferiores. 

Hoy en día soy más radical que antes, en el sentido estratégico de evitar la vida cómoda, es como una disciplina. Por ejemplo, no tener televisor. Porque sé que si lo tengo, lo voy a ver y voy a perder cuatro horas al día y no voy a poder hacer cosas que me importan más. Pero también en términos de no aceptar puestos tan cómodos, me han ofrecido puestos de permanencia en universidades prestigiosas para ir, vivir y enseñar. Hemos decidido que no. Queremos estar en un contexto de acción. Con Myriam hemos logrado más o menos esto con ciertos baches y todas las contradicciones que hay.

La comida es la agronomía extendida a los mercados, a los sabores, a los gustos. Ahora siento a la comida como un sitio de acción social diario. Es un lugar para construir y reconstruir las relaciones, la cultura, la salud y las economías. Es un espacio muy poderoso y simpático. Entonces en verdad, estoy dedicado a la comida. Antes estaba dedicado a la agronomía. 

 

“En momentos de crisis aquí l@s vecin@s saben que pueden venir o yo ir a ell@s.
Si hay algún robo tod@s se juntan. Pero en los Estados Unidos l@s vecin@s no se conocen.”

 

La mamá de Myriam murió en agosto, eso nos ha dado la oportunidad de pensar si queremos ir a otro lado. Yo nunca pensé morir en Ecuador, pero tampoco pensé seriamente en morir. En el siguiente año, voy a pasar un año sabático, como de vacaciones, en McGill, en Montreal. Quiero aprender francés, conocer la agricultura en Quebec y tal vez vamos a repensar los siguientes pasos. Me imagino que vamos a seguir en Ecuador.

Para mí es más agradable vivir en Ecuador que en Pennsylvania. Aquí en la Merced yo conozco al 100% de mis vecin@s. Conozco a tod@s y me conocen a mí, por necesidad, porque es algo práctico. En momentos de crisis saben que pueden venir o yo ir a ell@s. Si hay algún robo tod@s se juntan. Pero en los Estados Unidos l@s vecin@s no se conocen.

Sin embargo, creo que debemos escaparnos de la idea de los ‘países’. Al final del día, ¿qué es Ecuador? Es el paisaje, las culturas, pero mi experiencia de Ecuador es muy distinta de la de mis vecin@s. Ecuador no es un espacio muy coherente, y tampoco lo es los Estados Unidos. Si tú piensas que el mundo es Ecuador y te cierras en unas fronteras administrativas, tu mundo va a ser Ecuador. Pero la dinámica es mucho más rica y Ecuador es un montón de mundos en disputa que se conectan a otros mundos. Lo interesante si te conectas bien con esto es que te permite volar. Así he logrado todo lo que no pude lograr en el pueblo donde me crié, donde me sentí atrapado.

 

Texto: Victoria Jaramillo

Fotos: Hamilton López

Edición y producción: Belén Cevallos & Romano Paganini

Web y Redes Digitales: María Caridad Villacís & Victoria Jaramillo

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